Por Stepehn Fidler y David Enrich
BRUSELAS—La moneda común llevó los flujos de inversión a la periferia de Europa para luego ahuyentarlos.
En sus primeros diez años de existencia, el euro entrelazó los sistemas financieros del continente como nunca antes. Los bancos y los fondos de inversión en un país de la zona euro absorbían los bonos de otros miembros, sin preocuparse del riesgo de devaluación de monedas como el dracma, la lira, la peseta y el escudo.
Pero mientras disminuía el peligro de una devaluación, crecía casi inadvertido otro riesgo: la probabilidad de que los gobiernos, desprovistos del respaldo de sus bancos centrales, cayeran en cesación de pagos.
Los primeros indicios de que se podría producir una crisis de esta naturaleza fueron los problemas presupuestarios griegos. Conforme aumentaba el recelo sobre la capacidad de pago de Grecia, las inquietudes del mercado se propagaron de un país a otro, hasta llegar a revertir el histórico proceso de integración financiera europea, con múltiples consecuencias que ahora se están manifestando.
Bancos, aseguradoras y fondos de pensiones que antes facilitaron el endeudamiento excesivo de los gobiernos, al proveer crédito abundante a tasas de interés bajas, redujeron sus préstamos a países excesivamente endeudados para resguardar su dinero. Muchas de estas instituciones sólo están dispuestas a invertir en sus países o en los mercados más seguros como Alemania. "Estamos observando una desglobalización, una deseurización de la zona euro", afirma Andrew Balls, encargado del portafolio de bonos europeos de Pimco. "Los inversionistas están regresando a sus mercados. Puede que todavía tengan bonos, pero no dispersos por toda la zona euro como antes", enfatiza.
Si la irresponsabilidad fiscal de algunos plantó las semillas de la crisis europea, las decisiones de inversión dentro de la zona euro la agravaron y la volvieron más difícil de resolver.
Ahora que se han batido en retirada, los grandes inversionistas del Norte de Europa probablemente no regresarán a los mercados del Sur de Europa durante un buen tiempo, predice Carsten Brzeski, economista de ING Bank, en Ámsterdam. "Los inversionistas tienen buena memoria", asegura.
"Todos han dejado de invertir en ciertas partes de la zona euro", dice Philippe Delienne, presidente de Convictions Asset Management, en París, que administra activos por 776 millones de euros. "Ya no se puede decir que Italia es como el bund", señala, en alusión a los bonos soberanos alemanes. "Para protegernos ahora, estamos comprando bunds".
Para los países altamente endeudados que deben acudir al mercado en reiteradas ocasiones para refinanciar la deuda que vence, el repliegue de las inversiones puede ser el preámbulo de una lucha prolongada.
La escala del cambio sugiere que la zona euro no sólo padece de una crisis de confianza de corto plazo sino que el salvavidas financiero de algunos países se está alejando, quizá por años, dejando a algunas economías expuestas y en peligro de un colapso financiero.
La crisis podría, en el peor de los casos, desatar una ola de bancarrotas de países que amenaza con incapacitar el sistema bancario europeo, provocando una honda recesión. Una consecuencia podría ser la salida de uno o más países de la unión monetaria, o incluso su desmoronamiento.
La primera década del euro fue muy diferente. La moneda entró en circulación en 1999. Los inversionistas, que ya no tenían que preocuparse por una devaluación, consideraban los bonos de las economías mediterráneas un sustituto cercano de los de Alemania y otras economías sólidas, pero con rendimientos ligeramente mayores. Otro atractivo era que los fondos de pensiones preferían que sus inversiones estuvieran en la misma moneda en que estaban denominados sus pasivos: el euro.
Como el riesgo de impago se consideraba nulo, los bancos europeos no necesitaban capital de reserva contra los bonos de gobiernos de la zona euro que tuvieran en sus carteras. Ello daba más incentivos a los bancos para comprarlos, especialmente después de que la crisis financiera de 2008 menoscabó los colchones de capital de los bancos.
Para 2003, 55% de los bonos soberanos griegos estaban en manos foráneas. Para el tercer trimestre de 2009, la proporción había llegado a 76%.
Eso fue semanas antes de que un nuevo gobierno en Atenas revelara que el déficit presupuestario era mucho mayor de lo estimado. La suposición de que los bonos de gobiernos de la zona euro eran casi intercambiables y que ninguno caería en cesación de pagos comenzó a resquebrajarse.
Grecia se vio obligada a pedir ayuda del Fondo Monetario Internacional y otros países de la zona euro. Luego, Alemania dejó en claro que no pensaba pagar indefinidamente por las deudas de los gobiernos que consideraba derrochadores.
La proporción de bonos griegos en manos de inversionistas fuera de Grecia ha descendido a mucho menos de 50%. Las cifras de Fitch Ratings muestran cómo los extranjeros se han retirado de los mercados de bonos soberanos más débiles de la zona euro, que han quedado en manos de inversionistas locales.
Banco BPI SA, de Portugal, fue un entusiasta comprador de bonos gubernamentales de otros países de la zona euro. Para septiembre, había reducido su portafolio en cerca de 30%, según documentos enviados a los reguladores. Ahora, "invertiremos principalmente en bonos alemanes o algo semejante", explica Fernando Ulrich, presidente del comité ejecutivo.
¿Qué tendría que pasar para que los grandes inversionistas europeos vuelvan a comprar deuda de países periféricos?
El Fondo de Pensiones de la Industria del Transporte de Holanda vendió bonos griegos el año pasado, seguido de bonos españoles y bonos de corto plazo de Italia, afirma su director de inversión, Patrick Groenendijk. Aún tiene algunos bonos italianos de largo plazo.
Consultado cuándo el fondo volviera a invertir en Italia, Groenendijk fue franco. "Cuando tengan su propia moneda", aseveró.
Fuente: WSJ