3 sept 2009

Equivocarse no es racional

por John Kay

La semana pasada, el antropólogo Keir Martin explicaba que los agricultores de Papua Nueva Guinea cultivaban sólo la mitad de sus tierras, creyendo que sus vecinos más envidiosos recurrirían a ritos de brujería si trabajaban el resto.

Esta conducta, evidentemente, no resultaba la más rentable, aunque parece tener sentido si se contextualiza en las creencias y costumbres de Papua Nueva Guinea. Yo sabía cuál sería la respuesta y ésta no tardó en llegar. Martin Cox explicó en una carta que los economistas dirían que ese comportamiento era totalmente racional.

La economía moderna, y la teoría de la elección racional que ahora se ha extendido a las ciencias sociales, define la racionalidad, no como una idea de maximizar el beneficio, sino como una tradición. Si los hombres de una tribu cultivan la mitad de su terreno donde hay malos augurios y trabajan todas las tierras cuando estos son buenos, su comportamiento es racional, siempre que se atenga estrictamente a ese principio.

Quizás el mayor desafío de la teoría sobre economía moderna haya sido demostrar la veracidad de ese supuesto. Si los agentes actúan basándose en ciertas preferencias y convicciones, una economía de mercado establecerá los precios basándose en esas premisas. Según otros supuestos, la asignación de recursos según esos precios es el mejor medio de alcanzar esas preferencias y convicciones.

Aunque Cox expone un argumento válido al destacar la coherencia, éste no debe confundirse con lo que la gente conoce como racionalidad, ya que los buenos o los malos augurios no pueden considerarse racionales, a pesar de que se recurra a ellos de forma sistemática. La definición más común de racionalidad del diccionario es “conformidad con la razón”, refiriéndose a la clase de raciocinio aprobado por la comunidad científica occidental.

Pero, seguramente, aunque para ser racional no sea suficiente con ser coherente, ¿es necesario ser coherente para ser racional? Hasta un cierto punto. La coherencia significa que en la misma situación se actúa de igual forma: Pero ¿cómo saber si una situación es o no la misma? Si resulta racional cultivar el terreno sólo cuando hay buenos augurios, ¿también es racional hacerlo sólo cuando a uno le apetece? Si acudo a un restaurante en dos ocasiones y elijo distintos platos del mismo menú ¿estoy siendo coherente? Si estoy siendo incoherente, ¿también soy irracional? No resulta útil encontrar una explicación argumentando que tengo preferencia por la variedad.

La coherencia es una característica que se debe apreciar en un mundo más previsible que en el que vivimos, el mundo descrito por ciertos tipos de modelo económico. En el mundo real, ante una misma actitud, yo me considero coherente, aunque en los demás lo vería como una obstinación, y todos tenemos buenos motivos para pensar que tenemos razón.

No estamos ante un complejo argumento filosófico sino ante un asunto práctico de una importancia considerable. ¿Se pueden considerar iguales el tramo senior de un valor respaldado por una hipoteca con una calificación Triple A y los bonos del Tesoro de EEUU? Si los dos valores obtuvieron el mismo precio hace tres años, y ahora tienen un valor totalmente distinto, ¿es por falta de coherencia o porque las circunstancias han cambiado? En los mercados financieros, los beneficios y las pérdidas se derivan de la comprensión o no de estos procesos.

El comercio arbitrario en los mercados financieros es posible porque hay gente que percibe dos situaciones como similares, mientras otros creen que son distintas. Ante las mismas circunstancias, la gente las interpreta de distinta forma. Ése es el motivo que justifica la inestabilidad de los precios y por el que no nos sirven de ayuda modelos que nos dicen que cada cosa tendría su precio justo si hubiera preferencias y convicciones coherentes.

Los distintos contextos sociales llevan a algunas personas a creer en supersticiones y a otras a creer que la alquimia de la titulización puede convertir a las hipotecas subprime en obligaciones con calificación triple A. La prueba de la racionalidad de estas creencias no es su coherencia interna, sino que nos sirvan para tomar las decisiones adecuadas.

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