23 ene 2009

El mercado de hacer el bien

Por Leslie Lenkowsky

Hablando en el Foro Económico Mundial en Davos, Suiza, Bill Gates, el fundador de Microsoft, instó al "capitalismo" a volverse más "creativo" en la búsqueda de maneras de ayudar a los necesitados del mundo. El gobierno y la filantropía tienen que jugar papeles importantes, dijo, pero ninguna podría lograr tanto como el empresariado en reducir problemas sociales como la pobreza, la enfermedad y la malnutrición.

Aunque el discurso de Gates recibió considerable atención en su momento, su esencia no era particularmente nueva. Por al menos una década, multimillonarios de alta tecnología, como Pierre Omidyar y Jeffrey Skoll de eBay y Sergei Brin y Larry Page de Google, han buscado formas de lograr sus objetivos filantrópicos a través de actividades al estilo de los negocios. La búsqueda de empresas rentables que también mejoren el mundo —por medio del "espíritu empresarial social" o el "filantro-capitalismo"— está haciendo furor en las escuelas de negocios y ha dado lugar a innumerables libros, competencias y grupos de consultoría. En 2006, uno de los practicantes mejor conocidos del espíritu empresarial social, Muhammad Yunus, ganó el Premio Nobel de la Paz por desarrollar el Grameen Bank de microcréditos. El presidente electo Barack Obama ha prometido crear una agencia estatal de "espíritu empresarial social".

No todos están convencidos, por supuesto. Los detractores temen que los esfuerzos para combinar la filantropía y los negocios dañarán la primera frustrando el esfuerzo filantrópico en áreas controversiales y restando énfasis a la misión de ayuda de la filantropía. Algunos también se preguntan si el capitalismo realmente puede ser más efectivo que la filantropía o el gobierno a la hora de ayudar a los pobres, especialmente en países del tercer mundo que carecen de servicios médicos y sociales o instituciones económicas y políticas honestas.

En Creative Capitalism (algo así como Capitalismo creativo), Michael Kinsley y Conor Clarke han enlistado a un distinguido grupo de economistas, periodistas y ejecutivos de organizaciones sin fines de lucro para evaluar el discurso de Gates y su tema sobre el espíritu empresarial social. Sus respuestas (que surgieron como comentarios en una "discusión basada en la Web", como dice Kinsley) van desde fuertes respaldos a agudas críticas. Una de las ideas más interesantes en este libro algo enmarañado sostiene que la actividad empresarial "filantrópica" está ciertamente en desacuerdo con lo mejor del capitalismo en sí y es, por consiguiente, contraproducente.

Lawrence Summers, ex presidente de la Universidad de Harvard y ex secretario del Tesoro de Estados Unidos, describe la dificultad sucintamente: "Es difícil en este mundo hacerlo bien. Es difícil hacer el bien. Cuando escucho que una institución está haciendo ambas cosas, lanzo la mano a mi billetera. Usted también debería hacerlo". Summers pone como ejemplo a Fannie Mae y Freddie Mac, empresas creadas por el gobierno que supuestamente tenían una meta social —viviendas asequibles— y que a la vez debían operar como empresas. No hicieron ninguna de las dos bien y al final dejaron sus catastróficas deudas para que las paguen los contribuyentes.

El juez estadounidense Richard Posner, junto a otros participantes en el libro, indica que las compañías a menudo sufren pérdidas cuando empiezan a abordar un problema social. Si realmente pudieran obtener una ganancia haciendo buenas obras, dice el argumento, no habría dudas de que ya estarían encima de esto. Pero si hacen buenas obras a expensas de ganancias, se volverán menos eficientes, lo que las haría más vulnerables a los competidores. El economista Steven Landsburg sugiere que las compañías que sacrifican ganancias para lograr metas filantrópicas terminan traicionando a sus accionistas, que correctamente esperan el mejor retorno sobre la inversión. A veces, actuar filantrópicamente resultará en un beneficio empresarial indirecto, como mejorar las habilidades de los trabajadores. En ese caso, el filantro-capitalismo podría ser del interés de una compañía, pero el juez Posner u otros que piensan de forma similar sospechan que tales casos son poco comunes.

Su escepticismo hace eco de las objeciones de Milton Friedman contra la "responsabilidad social corporativa", expresado en un artículo de 1970 que se ha reimpreso útilmente en el apéndice del libro. El profesor de negocios David Vogel argumenta que el "capitalismo creativo" es realmente un descendiente de la "responsabilidad social corporativa", la cual ha atraído el apoyo de empresas a lo largo del mundo, aunque sea sólo para mejorar sus imágenes públicas, de seguro un tipo de beneficio empresarial. "Los gerentes creíblemente pueden sostener que casi todos los gastos corporativos en buenas obras es en el interés de los accionistas", escribe, porque subsidiar buenas obras es "una forma de administración de riesgo o relaciones públicas" que protege la reputación y la marca de la compañía. Sin embargo, hasta a Vogel le cuesta plantear un argumento a favor del filantro-capitalismo. En el mejor de los casos, observa, las compañías que adoptan un aspecto de la "responsabilidad social" no parecen sufrir mucho daño; pero tampoco prosperan.

Otros contribuidores de Creative Capitalism son más optimistas sobre la campaña de Gates. Los mercados no son perfectos, señalan, y las empresas pueden necesitar ser alentadas para que se fijen más en oportunidades para iniciativas rentables en países más pobres, no menos donde gobiernos fallidos son incapaces de proveer servicios públicos. De cualquier modo, como argumenta el economista de Harvard Ed Glaeser, los consumidores y los inversionistas quizás no estén decididamente orientados a las ganancias como los percibe Milton Friedman. Las compañías que tratan de balancear buenas obras con un buen desempeño pueden cosechar ganancias que sus rivales menos altruistas pasan por alto.

Al final, estas diferentes opiniones quedan sin resolver, como uno podría esperar en lo que es esencialmente una colección de entradas de blog. Al ver a estas personas inteligentes dar vueltas a la idea, el lector podría estar tentado a interponer una simple pregunta: ¿Por qué es el "capitalismo creativo" siquiera necesario? Cualesquiera sean sus limitaciones, ningún sistema económico ha hecho más para crear riqueza, impulsar el progreso de la tecnología, mejorar los estándares de vida del mundo y reducir la pobreza que el capitalismo en su forma tradicional. Quizás lo que el mundo podría realmente usar, especialmente en sus regiones más pobres, no sean "filantro-capitalistas" sino simplemente más de los viejos y comunes que buscan ganancias.

Leslie Lenkowsky es profesor de relaciones públicas y estudios filantrópicos de la Universidad de Indiana

22 ene 2009

El poder de EE.UU. está decayendo

Por Paul Kennedy

A medida que el mundo avanza a tropezones de un año 2008 realmente horrible a un 2009 que da mucho miedo, parecería haber, a primera vista, muchas razones para que los enemigos de Estados Unidos piensen que la primera potencia mundial recibirá golpes más duros que la mayoría de los grandes países. Esas razones serán explicadas abajo. Pero empecemos por observar esa curiosa característica de los seres humanos que, cuando ellos mismos padecen dolor, parecen disfrutar del hecho que otros estºán sufriendo aún más. (Uno casi puede escuchar a algún aristócrata Chekhoviano declarar: "Mis propiedades pueden estar dañadas, Vasily, ¡pero las tuyas están cerca de la ruina!")

Por consiguiente, si bien actualmente Rusia, China, América Latina y Medio Oriente pueden estar sufriendo reveses, se entiende que el Tío Sam es el mayor perdedor. Para el resto del mundo, ¡eso es un gran consuelo! ¿Según qué lógica, sin embargo, debería EE.UU. perder más terreno que otros países en los próximos años, excepto la vaga proposición que cuanto más alto es uno, mayor es la caída?

La primera razón, seguramente, son los realmente extraordinarios déficit fiscal y comercial de EE.UU. No hay nada parecido a esos en el mundo en términos absolutos y, aun cuando son calculados en proporción a los ingresos nacionales, los porcentajes se asemejan más a los que uno podría esperar de Islandia o alguna economía del tercer mundo mal dirigida. En mi opinión, los déficit fiscales proyectados para 2009 y más allá dan miedo, y me asombra que tan pocos legisladores reconozcan el hecho mientras se abalanzan de forma colectiva hacia la puerta que dice "estímulo fiscal".

Los desequilibrios planeados son preocupantes por tres razones. La primera es porque las proyecciones totales han cambiado muy rápido, siempre en una dirección más pesimista. Nunca, en mis 40 años de estudiar las economías de las grandes potencias, he visto cifras que se muevan tan seguido, y en proporciones tan grandes. Claramente, algunas personas sí creen que Washington es simplemente una máquina de imprimir dinero.

La segunda razón por la que todo esto da miedo es porque nadie parece estar seguro de qué tan útilmente (o irresponsablemente) será empleado este dinero. Le deseo lo mejor al gobierno de Barack Obama, pero estoy asustado por la posibilidad de que él y su equipo se sientan tan presionados que entreguen dinero sin las precauciones adecuadas, y que grandes sumas caigan en las manos equivocadas. Las noticias en la prensa la semana pasada de que representantes de grupos de presión estaban llegando en masa a Washington para presentar argumentos a favor de la industria, el grupo de interés o sector servicios que los hayan contratado me entristeció. Imprimir un montón de dinero no garantizado ya es malo. Malgastarlo en cortesanos es peor.

La tercera cosa por la que estoy aterrado es que probablemente tendremos muy poco dinero para pagar los bonos del Tesoro que van a ser emitidos, en decenas de miles de millones cada mes, en los próximos años. De seguro, algunas firmas de inversión, golpeadas por su irracional exaltación por valores y commodities, tomarán una cierta cantidad de bonos del Tesoro incluso a una tasa de retorno ridículamente baja (o de cero). Pero eso no va a cubrir un déficit fiscal proyectado de US$1,2 billones (millones de millones) en 2009.

No importa, me dicen, los extranjeros con gusto pagarán por ese papel. Esta noción me marea. En primer lugar, es (sin que sus defensores lo reconozcan nunca) una espantosa señal del relativo declive de EE.UU. Si ha visto la conmovedora película de Clint Eastwood La conquista del honor, también se habrá emocionado por las escenas donde los tres desconcertados veteranos de Iwo Jima son llevados por todo el país para suplicar a las jubilosas audiencias "¡Compren bonos estadounidenses!" Claro que fue incómodo, pero había un enorme consuelo. El gobierno de EE.UU., convertido completamente al Keynesianismo, estaba pidiendo a sus ciudadanos que echaran mano de sus atesorados ahorros para ayudar a sostener la campaña bélica. ¿Quién más, después de todo, podía comprar? ¿Un imperio británico casi en quiebra? ¿Una China destruida por la guerra? ¿El Eje? ¿La Unión Soviética? Qué suerte que la Segunda Guerra Mundial duplicó el Producto Interno Bruto de EE.UU., y los ahorros estaban allí.

Hoy, sin embargo, nuestra dependencia de los inversionistas extranjeros se aproximará más y más al estado de endeudamiento internacional que nosotros los historiadores asociamos con los reinados de Felipe II de España y Luis XIV de Francia, propuestas atractivas al principio, pero que luego continuamente pierden encanto.

Es posible que las tempranas ventas de bonos del Tesoro este año salgan bien, ya que los aterrados inversionistas pueden preferir comprar bonos que no pagan nada que acciones de compañías que podrían quebrar. Sin embargo, algunos perspicaces analistas del mercado de bonos del Tesoro insinúan que el apetito por bonos de Obama es limitado.

¿Cree la gente realmente que China puede comprar y comprar cuando sus inversiones aquí ya han sido golpeadas y su gobierno puede ver la enorme necesidad de invertir en su propia economía? Si ocurriera un milagro y China nos comprara la mayor parte de los US$1,2 billones, ¿cuál sería nuestro estado de dependencia? Podríamos estar viendo un cambio tan grande en los balances financieros del mundo como lo que ocurrió entre el Imperio Británico y Estados Unidos entre 1941 y 1945. ¿Están todos contentos con esto? No obstante, si los extranjeros muestran poco apetito por bonos estadounidenses, pronto tendremos que subir las tasas de interés.

Si he dedicado tanto espacio a los problemas fiscales de EE.UU. es porque conjeturo que su mera profundidad y gravedad demandará la mayor parte de nuestra atención política en los próximos dos años, y por consiguiente traerá otros importantes problemas al borde de nuestro radar. Es verdad que las economías de Gran Bretaña, Grecia, Italia y una decena de países desarrollados están sufriendo casi tanto, y que gran parte de África y partes de América Latina están cayendo al precipicio. También es verdad que la pronunciada caída en los precios de la energía han golpeado duramente a gobiernos poco atractivos como la Rusia de Vladimir Putin, la Venezuela de Hugo Chávez y el Irán de Mahmoud Ahmadinejad, con el esperado efecto de contener su capacidad de hacer daño.

Por otra parte, por ahora las cifras sugieren que las economías de China e India están creciendo (no tan rápido como en el pasado pero aún creciendo), mientras que la economía de EE.UU. se contrae en términos absolutos. Cuando se calmen las aguas de esta alarmante y quizás prolongada crisis económica global, no deberíamos esperar que las participaciones nacionales en la producción mundial sean las mismas que en, por ejemplo, 2005. El Tío Sam podría tener que bajar uno o dos peldaños.

Además, ni tres o cuatro de estos países, y quizás ni una decena de estos combinados, tienen siquiera algo aproximado a la serie de compromisos y despliegues militares en el exterior que abruman al Tío Sam. Eso nos trae de vuelta, perdón por decirlo, a los comentarios de "imperio sobreextendido" que hice hace aproximadamente 20 años.

Como sugerí en ese momento, una persona fuerte, equilibrada y musculosa, puede cargar una mochila impresionantemente pesada cuesta arriba por mucho tiempo. Pero si esa persona está perdiendo fuerza (problemas económicos), y la carga sigue pesada o aumenta de peso (la doctrina Bush), y el terreno se vuelve más difícil (la aparición de nuevas grandes potencias, terrorismo internacional y estados fallidos), entonces el excursionista que alguna vez fue fuerte empieza a ir más despacio y a tropezar. Allí es precisamente cuando los caminantes más ágiles y con menos carga se acercan, lo alcanzan y quizás lo sobrepasan.

Si la mitad de lo anterior es verdad, las conclusiones no son gratas: que las penurias económicas y políticas de los próximos años restringirán muchas de las visiones ofrecidas en la campaña electoral de Obama; que este país tendrá que tomar, interinamente, algunas decisiones muy difíciles; y que no deberíamos esperar, aun pese a un aumento de buena voluntad hacia EE.UU., ningún incremento en nuestra relativa capacidad de actuar en el extranjero de manera decisiva o sostenida. Una persona maravillosa, carismática y muy inteligente ocupará la Casa Blanca, pero, desgraciadamente en las circunstancias más difíciles que EE.UU. ha enfrentado desde 1933 o 1945.

En esta atención hacia los déficit fiscales y la sobreextensión militar, ciertas medidas positivas de la fortaleza estadounidense tienden a ser empujadas hacia la sombra (y quizás deberían darles más importancia en otro momento). Este país posee tremendas ventajas en comparación a otras grandes potencias en su demografía, sus relaciones tierra por habitante, sus materias primas, sus universidades y laboratorios de investigación, su flexible mano de obra, etc. Estas fortalezas han sido opacadas durante casi una década de irresponsabilidad política en Washington, una desenfrenada codicia en Wall Street y sus alrededores, y excesivas aventuras militares en el exterior.

La situación podría haber mejorado, aunque esto no quiere decir que EE.UU. puede volver a la preeminencia que tuvo en, por ejemplo, la época del presidente Dwight Eisenhower. Las movimientos tectónicos globales de poder, hacia Asia y alejándose de Occidente, parecen difíciles de revertir. Pero políticas sensatas acordadas por el Congreso estadounidense y la Casa Blanca podrían ciertamente ayudar a hacer esas históricas transformaciones menos agitadas, menos violentas y mucho menos desagradables. No es un mal pensamiento, incluso para un "declinista" como yo.

Paul Kennedy, profesor de historia y director de Estudios de Seguridad Internacional en la Universidad de Yale, es el autor/redactor de 19 libros, incluyendo Auge y caída de las grandes potencias. Actualmente está escribiendo una historia operacional de la Segunda Guerra Mundial.

21 ene 2009

Las dos caras de la crisis en las automotrices de Detroit

Por Kate Linebaugh

London, Kentucky

Ni Johnny Watkins ni Elmer Gambrel tuvieron mucho durante su juventud en el sudeste de Kentucky. La casa en la granja de Watkins no tenía agua potable y el campo se araba sin la ayuda de un tractor. Gambrel, también un chico de campo, se enlistó a la marina después de graduarse de la universidad y trabajó en una gasolinera.

Ambos tenían un talento para vender autos y acabaron por construir exitosos concesionarios, disfrutando de un bienestar económico que sus padres nunca conocieron. Watkins compró un apartamento en una playa en Florida y Gambrel un avión.

Vea una galería que muestra la situación de los concesionarios de Watkins y Gambrel
Hoy los concesionarios de Watkins, que vendían vehículos de General Motors Corp. y Chrysler LLC, han cerrado, su condominio en la playa se vendió y su casa, ahora en manos de un banco, tiene un cartel amarillo y rojo que dice "En venta". Pero el concesionario de Toyota que fundó Gambrel, quien murió en 1991, sigue proveyendo un buen sustento para sus cuatro hijos.

Durante décadas, la venta de autos fabricados en Detroit fue un camino a la bonanza para empresarios de ciudades y pueblos de todo Estados Unidos. Incluso si las automotrices pasaban dificultades, a los vendedores normalmente les seguía yendo bien porque los incentivos financiados por las compañías impulsaban las ventas. La industria automovilística de EE.UU., sin embargo, nunca ha enfrentado las fuerzas que ahora deprimen las ventas, como la escasez de crédito, un alza del desem‐pleo, embargos hipotecarios y una caída del consumo.

Los concesionarios de GM obtuvieron recientemente un alivio. El brazo financiero de la automotriz, GMAC, recibió miles de millones de dólares de un rescate federal e inmediatamente los concesionarios empezaron a ofrecer financiamiento sin intereses para reanimar las ventas. Pero incluso algunos de los concesionarios más exitosos pasaron apuros en 2008.

Bill Heard Enterprises Inc., con 14 concesionarios Chevrolet en siete estados, solicitó protección por bancarrota en agosto. El vendedor de Minnesota Denny Hecker cerró seis de sus 16 concesionarios y vendió otros tres.

Uno de los problemas de los concesionarios de marcas estadounidenses es que son muchos. A principios de 2008, según la Asociación de Vendedores de Autos, EE.UU. tenía 20.700 concesionarios. Unos dos tercios de ellos vendían marcas locales, pero representaron sólo la mitad de las ventas. Sólo GM tiene 6.426 concesionarios, informa la compañía. Toyota Motor Corp., cuyas ventas en EE.UU. equivalen a 85% de las de GM, tiene 1.461.

Al buscar ayuda federal, las automotrices de Detroit prometieron cerrar o combinar miles de concesionarios. Aunque la asistencia aprobada para GM y Chrysler no lo requiere, la recesión ha hecho bajar esos números. La asociación estima que 900 concesionarios en EE.UU. cerraron en 2008 —el 86% vendía autos locales— y se espera que unos 1.100 más lo hagan en 2009.

La recesión también ha afectado a las automotrices de otros países. Las ventas de Toyota en los primeros 11 meses de 2008 cayeron 13% respecto a igual lapso del año anterior. Las de Honda Motor Co. bajaron 5,4% y las de Nissan Motor Corp. 9,1%. Pero las tres compañías se han desempeñado mejor que las de Detroit, al igual que sus concesionarios.

Vender autos estadounidenses era lucrativo cuando Watkins estaba creciendo en el Kentucky rural de los años 60. Tras graduarse de la universidad en 1973, tomó un empleo en un concesionario de Chevrolet, esperando quedarse sólo hasta encontrar un empleo en contabilidad. Pero en cuanto cerró su primera venta se quedó enganchado. Trabajando 12 horas al día, seis días a la semana, llegó a comprar dos concesionarios en London. A 30 kilómetros de distancia, en Corbin, Kentucky, Elmer Gambrel, empezó a vender autos en su depósito de chatarra en 1967 y pronto se convirtió en el concesionario local de Toyota.

En 1986, Toyota inauguró una fábrica en el estado y pronto llegaron vendedores y fabricantes de partes de autos Toyota. Hoy Toyota emplea a 8.400 trabajadores en Kentucky. En la última década, ha abierto plantas en Texas, Alabama e Indiana.

En los años 90, el concesionario de GM de Watkins iba viento en popa, gracias a la popularidad de los todoterrenos y Watkins llegó a tener un patrimonio de US$3,5 millones. Pero con el tiempo su concesionario de Buick-Pontiac-GMC empezó a enfrentar dificultades, mientras se erosionaba la participación de mercado de las marcas de GM.

La empresa de Gambrel también vendía Chevys y Cadillacs, además de Toyotas, pero en 2006 decidió dedicarse exclusivamente los autos japoneses. El mes pasado, estimó que las ventas de nuevos autos habían caído 15% en 2008. Pero hasta ahora la familia Gambrel no ha tenido que despedir a ninguno de sus 35 empleados.

Watkins también trató de contener costos e invirtió en publicidad. Pero el alza del precio de la gasolina a mediados de 2008 hizo huir a los compradores de autos grandes, una especialidad de Chrysler. Hace un año, los concesionarios de Watkins empezaron a registrar US$40.000 en pérdidas cada mes. El 30 de junio, Watkins cerró ambos concesionarios, despidiendo a 70 personas.

"Fuimos de tener casi todo lo que queríamos a no tener nada", dice Watkins, de 56 años, quien ahora vive de la pensión de su mujer y ha perdido su casa, sus ahorros y el apartamento en la playa.

20 ene 2009

Obama toma posesión con un mensaje de unidad y responsabilidad

Por Laura Meckler y Jonathan Weisman

Dow Jones Newswires

WASHINGTON -- Barack Obama se convirtió en el presidente número 44 de Estados Unidos el martes, bajo un cielo soleado y frente a un océano de simpatizantes, llamando al país a dejar la avaricia, la irresponsabilidad y "nuestra incapacidad colectiva de tomar decisiones difíciles" a un lado y rechazar las "tormentas" de la guerra y la recesión.

En un ambicioso discurso de 20 minutos, Obama buscó derrumbar las divisiones entre conservadores y liberales y transformar la política estadounidense.

"Que los hijos de nuestros hijos digan que cuando estuvimos a prueba nos negamos a dejar que este viaje terminara, que no dimos la espalda ni que flaqueamos y, con los ojos fijos en el horizonte y la gracia de Dios sobre nosotros, llevamos adelante este gran regalo de libertad y lo entregamos seguramente a las generaciones futuras", dijo Obama.


Con un récord político tan corto ¿Cómo gobernará Obama? Una mirada a lo que podrían ser sus 100 primeros días.
El presidente número 44 se encontraba a dos millas del monumento a Lincoln donde, hace 45 años, Martin Luther King Jr. pidió a la nación que juzgara a las personas por su carácter y no por el color de su piel.

"Hoy les puedo decir que los desafíos que enfrentamos son reales", dijo Obama, según comentarios preparados de antemano. "Son serios y son bastantes. No serán superados fácilmente o en un breve período de tiempo. Pero sepan esto, América, serán vencidos".

El demócrata de Illinois, quien asumió la presidencia de Estados Unidos poco después del mediodía, se comprometió a liderar el país en la difícil senda devuelta a la paz y prosperidad.

También advirtió contra los sentimientos anticapilistas, al afirmar que el mercado no debería ser visto "como una fuerza del bien ni del mal".

"Su poder para generar riqueza y expandir la libertad es sin igual, pero esta crisis nos ha recordado que sin un ojo vigilante, el mercado puede caer en una espiral sin control, y que la nación no puede prosperar mucho más cuando favorece sólo a la prósperos", afirmó Obama.

Su agenda es ambiciosa. La prioridad es la implementación de una paquete de estímulo económico de US$825.000 diseñado para salvar o crear entre 3 y 4 millones de empleos. Esto será seguido de los planes de abandonar Irak y concentrarse en la lucha contra los extremistas en Afganistán, arreglar el sistema de salud del país, y realizar una reorganización de las normas que gobiernan al sistema financiero.

Todo esto tendrá un trasfondo sombrío. La mayoría de los estadounidenses espera que la actual recesión dure al menos otro año, mientras que el déficit presupuestario -que ya se encuentra en máximos históricos- podría superar la marca de US$1 billón.

"No creo que un presidente haya asumido el cargo enfrentado problemas más severos e inmediatos desde (Franklin D.) Roosevelt", afirmó Brian Balogh, historiador del Centro de Asuntos Públicos de la Universidad de Virginia.

La transición de Obama estuvo más llena de acontecimientos que lo usual. El presidente electo estableció rápidamente un gabinete, presentó al público sus ideas sobre la economía y convenció a los legisladores de aprobar la entrega de US$350.000 millones para el paquete de rescate financiero del Departamento del Tesoro. Su equipo de asesores espera que el paquete de recuperación económica sea aprobado durante el próximo mes, y ha prometido una supervisión más rigurosa de los fondos de rescate.

Por otra parte, se prevé que el Senado confirme a los principales nominados de Obama tan pronto como el martes.

Los sólidos niveles de popularidad dan al nuevo presidente una ventana abierta para cerrar la división partidista e impulsar reformas significativas que considera necesarias.

La popularidad de Obama contrasta claramente con la de la persona que reemplaza. George W. Bush es el presidente saliente menos popular desde Richard Nixon, luego que su imagen ante el público se deteriorara como resultado de la recesión, la guerra, y un colapso bancario que los críticos vinculan a la adopción por parte de su gobierno de normas financieras indulgentes.

Obama va a necesitar toda la buena voluntad que pueda reunir. Se espera que se realicen pocos asuntos oficiales el martes en Washington. El verdadero trabajo del nuevo presidente empezará el miércoles, el primer día completo del mandato de Obama. Los asesores dijeron que una de las primeras acciones del nuevo presidente será convocar a su equipo de seguridad nacional para que empiece los preparativos para una retirada de 16 meses de las fuerzas de combate de Irak, una de las principales promesas de su campaña de dos años por la presidencia.

Esa es sólo una de las nuevas políticas que simboliza el cambio que vendrá a medida que Washington deja atrás ocho años de Gobierno republicano bajo George W. Bush. Se espera que dentro de días Obama emita órdenes ejecutivas para iniciar el cierre de la prisión en Guantanamo, Cuba, uno de los más controvertidos símbolos de la guerra contra el terrorismo del Gobierno de Bush, revertir las restricciones de Bush al financiamiento federal para la investigación de células madre de embriones y restaurar el financiamiento para programas de planificación familiar en el extranjero.

En el frente económico, el Gobierno de Obama probablemente emitirá dentro de poco nuevas normativas que obliguen a los receptores de fondos de rescate de Wall Street a ser más transparentes con el dinero, según un asesor. Las instituciones financieras con mayores problemas no serán obligadas a otorgar prestamos de inmediato, pero los bancos más saludables enfrentarán presión para que retiren dinero de sus bóvedas y lo inyecten a la economía. "La transparencia hará una gran diferencia", dijo el asesor. La ceremonia de investidura de Obama se sumará a los mayores eventos celebrados en Washington y pasará a la historia junto con la marcha que en 1963 encabezara Martin Luther King en esta ciudad, la asunción de Lyndon Johnson en 1965 y las protestas contra la guerra en Vietnam a fines de la década de los 60.

Obama se refirió el lunes al mensaje que entregará en su ceremonia de investidura: Ha llegado el momento de una nueva cultura de servicio público, además de una nueva unidad nacional tras años de dura división partidista.

"Dada la crisis en que nos hallamos y las dificultades en que se encuentra mucha gente, no podemos permitir que haya manos ociosas", sostuvo Obama. "Todos tienen que participar. Todos tienen que poner el hombro y creo que el pueblo estadounidense está listo para eso".

Obama comenzó el día de su investidura con un desayuno en la Casa Blanca con el presidente Bush. La ceremonia de investidura será seguida por un almuerzo en el Capitolio y un desfile realizado -entre otros- por bandas de distintas escuelas secundarias. La jornada concluirá con 10 bailes de inauguración oficiales y un sinnúmero de fiestas no oficiales.

T.W. Farnam contribuyó a este artículo.

19 ene 2009

¿Crisis? Un pueblo tailandés imprime su propio dinero

Por James Hookway

Santi Suk, Tailandia

Una forma de superar la crisis mundial de crédito: empezar a imprimir su propio dinero.

Los habitantes de Santi Suk, una aldea en el norte de Tailandia, comenzaron a crear su propio efectivo después de la crisis asiática hace una década.

Los aldeanos, que decoraron su moneda con diseños de búfalos acuáticos y templos budistas dibujados por niños, concibieron esta iniciativa para protegerse de los grandes flujos de dinero especulativo que socavaron la divisa local y arrastraron a Tailandia, y gran parte de Asia, a la recesión en 1997-1998.



James Hookaway
Vea una galería que recorre el pueblo de Santi Suk y su "banco central".
En aquel entonces, algunos aldeanos fueron interrogados por el banco central de Tailandia y acusados por funcionarios del gobierno de tramar una revuelta secesionista.

Actualmente, en un momento en que la economía tailandesa se desacelera marcadamente, el improvisado efectivo vuelve a circular libremente.

"Necesitamos nuestra propia moneda más que nunca", dice Phra Supajarawat, el abad del monasterio budista de Santi Suk que también cumple la función de "gobernador" del diminuto banco del pueblo. "La situación en Tailandia está empeorando y la gente necesita algo en lo que creer".

Las monedas "caseras", también conocidas como divisas comunitarias o complementarias, suelen aparecer durante crisis económicas. Algunas ciudades de Estados Unidos, Canadá y Alemania introdujeron sus propias monedas de cambio durante la Gran Depresión. Planes similares han surgido últimamente en Japón, Gran Bretaña y Argentina, en donde, durante la crisis de 2001, el gobierno de la provincia de Buenos Aires emitió un bono denominado "Patacón" que luego empezó a circular.

Uno de los programas más exitosos ha sido el del condado de Berkshire, en el estado de Massachusetts. Sus residentes pagan US$10 para obtener 11 "BerkShares", que son aceptados en muchas tiendas del condado, lo que estimula a que la gente haga sus compras allí en vez de usar dólares para comprar bienes por Internet o en las grandes cadenas minoristas. Lanzados en 2006, los BerkShares todavía se utilizan.

La idea es que al usar las divisas locales, los residentes no gasten tantos dólares, euros o baht tailandeses, y de esta forma ayuden a mantener más recursos dentro de sus comunidades. Y debido a que las monedas locales no pueden ser depositadas para generar interés, sus usuarios siguen gastándolas, apuntalando la economía del área.

Pattamawadee Suzuki, profesora de economía de la Universidad de Thammasat en Bangkok, ha estudiado el fenómeno. Dice que no está segura de que realmente haya un beneficio significativo de usar divisas locales como la de Santi Suk. "Cuando los tiempos son buenos, los aldeanos prefieren usar la moneda nacional de Tailandia", explica. "Pero existe una gran ventaja social de usar divisas locales. Santi Suk es más autosuficiente que otras áreas rurales de Tailandia", añade. "No depende de remesas de Bangkok".

Muchos aldeanos usan los billetes locales para trocar bienes de uso diario. "Hemos aprendido a depender de nuestro propio trabajo", dice Buasorn Saothong, una agricultora de arroz de 54 años.

A lo largo de los años ha surgido una fuerte oposición entre las autoridades de Tailandia al experimento de los aldeanos de Santi Suk. En 2001, el Banco de Tailandia calificó la moneda de los aldeanos como "una amenaza a la seguridad nacional" e hizo llamar a algunos de los aldeanos a Bangkok para regañarlos. "Si grupos dentro del país emiten algo que podría convertirse en una moneda, eso no está permitido", sostiene Chatumongkol Sonakul, gobernador del Banco de Tailandia en esa época.

Los habitantes de Santi Suk lanzaron su moneda, la cual llamaron "bia", que significa semilla en el dialecto local, como consecuencia de la crisis de 1997-1998. En ese momento, muchos enfrentaban problemas de deuda y recibían menos y menores remesas de sus familiares en Bangkok debido a la crisis financiera.

Dos jóvenes extranjeros de organizaciones de voluntariado, el canadiense Jeff Powell y el holandés Menno Salverda, visitaron el área y sugirieron a los aldeanos que adoptaran una divisa local para manejar mejor sus problemas.

Los aldeanos estuvieron de acuerdo y le pidieron a Supajarawat que fuera el gobernador del nuevo banco del pueblo, que todavía consiste en una caja fuerte en una choza que los aldeanos abren con gusto para cualquiera que quiera ver las pilas de moneda local que guardan en su interior.

En 2001, con el apoyo de un abogado que les explicó que pueblos de otros países también tenían sus propias divisas, los habitantes de Santi Suk recuperaron la confianza y volvieron a usar la moneda. Hasta el día de hoy no ha habido demandas legales en su contra, pese a que todavía no está autorizada por el Ministerio de Finanzas de Tailandia.

Por una queja del banco central, el nombre "bia", que significa "dinero" en un dialecto del centro de Tailandia usado por funcionarios del banco central en Bangkok, fue cambiado a "merit". Desde entonces, monedas al estilo de la de Santi Suk se han propagado lentamente a aldeas vecinas a lo largo del noreste de Tailandia.