19 feb 2010

¿Permitirá China la apreciación del yuan?

Por Andrew Batson

Los economistas desde Bruselas hasta Washington insisten en que el yuan está subvalorado. Por el bien de China y de la economía mundial, la divisa necesita apreciarse de manera significativa y pronto.

Entonces, ¿por qué China no ha revaluado el yuan? Parte de la respuesta tiene un nombre: Japón.

La última vez que Estados Unidos se enfrentó al ascenso de una potencia exportadora asiática, el tipo de cambio también se convirtió en un importante problema político. En septiembre de 1985, representantes de las mayores economías del mundo se reunieron en el Hotel Plaza en Nueva York para limar asperezas. El acuerdo que alcanzaron hizo que el dólar cayera de unos 240 a 160 yenes en dos años.

En la actualidad, los voces críticas contra China exigen una medida igual de determinante. Japón, sin embargo, pronto se arrepintió de aceptar la fuerte alza del yen. El crecimiento económico se desaceleró abruptamente, lo que llevó al gobierno a aumentar el gasto y bajar las tasas de interés. Después reventó la burbuja inmobiliaria y el país entró en un bajón económico que duró años. Y el tema que el Acuerdo del Plaza pretendía resolver, el considerable superávit comercial de Japón, sigue siendo un problema.

El caso de Japón les enseñó a las autoridades chinas que un gran movimiento del tipo de cambio puede ser perjudicial para su economía y no ayudaría, necesariamente, a la balanza comercial.

La mayoría de los economistas chinos considera que es mejor abordar el tema del superávit comercial mediante políticas domésticas para reducir las altas tasas de ahorro. "Centrarse exclusivamente en la tasa de cambio es el enfoque equivocado. Hay que mirar los fundamentos", dijo Yao Yang, economista del Centro de Investigación Económica de China, en Beijing. "Una apreciación de 20% en un mes del yuan destruiría la economía china", indicó.

El costo para China de un brusco movimiento en la tasa de cambio sería inmediato y concreto: las firmas exportadoras cuyos bienes se encarecen súbitamente cerrarían sus puertas. Los beneficios que promueven los partidarios de una apreciación del yuan, no obstante, son difusos: principalmente, una economía global más "equilibrada".

¿Qué podría persuadir a China para que revalúe el yuan? El factor más probable es la inflación.

Los líderes chinos han mostrado su incomodidad por la creciente presión internacional sobre la divisa y el ejemplo de Japón les aporta pocas razones para seguir el consejo de los países occidentales.

"Claramente, las acusaciones y la presión no ayudan a resolver el problema", declaró recientemente Ma Zhaoxu, portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores chino. Pero los temores de la cúpula china ante un ciclo inflacionario que podría causar disturbios sociales sería una razón más poderosa.

Gracias al plan de estímulo fiscal, la economía china se ha recuperado mucho antes que el resto del mundo. Y los problemas de un crecimiento vertiginoso también han llegado antes.

La inflación subió 1,5% en enero, frente al mismo mes de 2009, y se espera que se acelere en los próximos meses. El banco central ya ha aumentado en dos ocasiones este año los niveles de reservas que exige a los bancos en un esfuerzo por contener un auge del crédito a medida que los precios de las viviendas se disparan.

Una divisa más fuerte puede ayudar a enfriar la economía al restringir las exportaciones y abaratar las importaciones.

El gobierno trató de contrarrestar el repunte más reciente de la inflación, que comenzó en 2007, con una apreciación de la divisa. El yuan subió alrededor de 15% frente al dólar, hasta que la autoridades volvieron a la paridad de facto a mediados del 2008. Ahora es posible una respuesta similar.

Entonces, ¿qué haría China para revaluar su moneda? No hay una solución perfecta.

La respuesta de manual de economía es revaluarla de golpe. Pero un movimiento abrupto sería más perjudicial para la economía real, ya que los exportadores no dispondrían del tiempo suficiente para ajustarse.

Una apreciación gradual crea sus propios problemas, una lección aprendida por China durante el alza del yuan en 2007 y 2008: los inversionistas pueden anticipar fácilmente los avances de la moneda. El dinero que entró en China como resultado causó probablemente un repunte de la inflación y de los precios de los activos que sólo se vio interrumpido por el comienzo de la crisis financiera mundial.

El dilema es familiar para China, por lo que Beijing podría optar por una solución también familiar: una variante de la decisión adoptada en julio de 2005, cuando interrumpió la paridad de facto con el dólar.

Para ello, primero apreció ligeramente la divisa y después permitió avances paulatinos.

Las autoridades también ampliaron la banda de negociación diaria del yuan, en un intento, en gran parte frustrado, de convencer a los mercados de que la divisa china, al igual que subía, también podía bajar.

Fuente: WSJ

18 feb 2010

Dejemos que Grecia se tome unas vacaciones de la eurozona

por Martin Feldstein

Las garantías de crédito o los préstamos temporales de Alemania y Francia pueden permitir a Grecia evitar una nueva crisis de refinanciación a finales de esta primavera.

Pero los parches financieros temporales no abordarán el verdadero problema: el déficit presupuestario de Grecia, que asciende al 13% del producto interior bruto (PIB). Para evitar una explosión del ratio deuda gubernamental/PIB, Grecia debe reducir sus futuros presupuestos anuales y subir los impuestos de forma que, juntos, equivalgan al menos al 10% del PIB.

Por desgracia, semejante contracción fiscal provocaría un fuerte aumento de la tasa de desempleo, que se sitúa ya en el 10%; y la oposición política hace que una actuación así sea imposible.

Si Grecia dispusiera aún de su propia divisa podría, en paralelo, devaluar el dracma para reducir las importaciones y aumentar las exportaciones, recortando su déficit comercial del 15% del PIB. El PIB y el índice de ocupados de Grecia podrían crecer entonces si el aumento de las exportaciones y el descenso de las importaciones aportase más al empleo y a la producción que lo perdido por medio de las subidas de impuestos y el recorte del gasto gubernamental. Pero como Grecia no dispone ya de su propia divisa, no es libre para seguir esta estrategia.

Así que, ¿qué puede hacer? Puede, sencillamente, subir los impuestos y reducir el gasto, pidiendo a su población que sufra muchos años con un alto índice de paro. O puede buscar un rescate real de sus socios europeos, por el que estos den al Gobierno griego, año tras año, suficiente dinero como para pagar sus deudas sin tener que aumentar los impuestos.

Incluso si el pequeño tamaño de la economía griega lo hiciera posible, esta opción sería rechazada, ya que Alemania y Francia temerían, con acierto, que al hacerlo surgieran presiones para efectuar rescates similares de países de la eurozona más grandes. Otra opción es que Grecia salga de la eurozona, iniciando, tal vez, un proceso en el que otros países con grandes déficit fiscales y comerciales también la abandonen.

Ninguna de las opciones anteriores resulta atractiva para Grecia o sus socios de la eurozona. Pero existe una mejor idea que podría preservar la moneda única al tiempo que ayudase al atribulado país a ajustar sus déficit.

El resto de la eurozona podría permitir a Grecia absentarse temporalmente con el derecho y la obligación de volver con un tipo de cambio más competitivo.

Para ser más exactos, Grecia cambiaría su divisa del euro al dracma, con una tasa inicial de cambio de un euro el dracma. Los balances y las deudas de los bancos seguirían estando denominados en euros. Los salarios y los precios se establecerían en dracmas.

Si el acuerdo exigiese que Grecia se reincorporarse con un tipo de cambio de 1,3 dracmas por euro, la divisa griega caería inmediatamente cerca de un 30% en relación a la moneda común europea y a otras divisas. Si la inflación inducida de Grecia es baja, o simplemente inexistente, los productos griegos serían sustancialmente más competitivos tanto en el mercado doméstico como en los extranjeros.

A cambio del permiso para reajustar su tasa de cambio, Grecia tendría que aceptar severas medidas fiscales para reducir su déficit con rapidez y mantenerlo en un nivel bajo. Aunque el mayor coste de las importaciones reduciría los ingresos reales locales, el daño se vería limitado por el hecho de que las importaciones representan menos del 20% del PIB griego.

Cabe la posibilidad de que otros miembros de la eurozona pusieran objeciones a concederle a Grecia esta mejora en la competitividad. Podrían temer que otros países con grandes déficit comerciales presionen para obtener acuerdos similares. Pero permitir que Grecia reajuste su tasa de cambio podría seguir siendo mejor que la opción de que el país abandone de forma permanente la eurozona. Sería sin duda preferible a condenar a los griegos a una década de padecimiento. También sería mejor que la idea de que Alemania y otros países ofrezcan una asistencia financiera constante a Grecia, ya que ese proceso podría hacer que el propio Berlín quiera abandonar la eurozona.

La unión económica y monetaria europea tiene dos imperfecciones básicas. Primero, obliga a los distintos países a vivir con un tipo de interés y de cambio que puede no ser adecuado para todos los miembros. Segundo, la combinación de una divisa única con políticas presupuestarias independientes fomenta el derroche fiscal. La situación griega es la manifestación de estos defectos. Si los líderes políticos quieren, no obstante, preservar el actual sistema, permitir que Grecia reajuste su tasa de cambio de forma temporal puede ser la mejor opción.

Martin Feldstein, profesor de Economía en Harvard y presidente emérito de la Oficina Nacional de Investigaciones Económicas.

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17 feb 2010

El repunte del dólar sorprende y les agua la fiesta a los inversionistas

Por Tom Lauricella

Hace sólo unos meses, la mayoría de los inversionistas predecía la decadencia del dólar estadounidense, una apuesta que ahora parece prematura.

El dólar ha registrado un robusto repunte frente al euro y se prevé que mantenga su fortaleza en los próximos meses. Eso ha frustrado las operaciones que dependían de la debilidad del dólar, como las apuestas a un aumento en los precios de las materias primas.

El ánimo de los inversionistas pasó del pesimismo frente al dólar al pesimismo sobre el euro. Los problemas de Grecia dejaron de manifiesto la fragilidad de la recuperación de la zona euro y cualquier nerviosismo sobre la economía y el enorme déficit fiscal estadounidense quedó relegado a un segundo plano. El dólar ha vuelto a servir de refugio seguro para inversionistas preocupados por el contagio de la crisis de la deuda. La opinión respecto al dólar "cambió de forma radical", reconoce Claire Dissaux, directora de economía global y estrategia de la firma londinense Millennium Gobal Investments.

La semana pasada, el dólar anotó su quinta alza semanal consecutiva contra el euro. El lunes el euro descendió a US$1,36. El dólar acumula un aumento de más de 5% contra el euro este año y se cotiza cerca de su máximo de los últimos nueve meses.

[Dolar]

La recuperación del dólar y las fuerzas que lo impulsan complican el panorama para otras clases de activos. La debilidad de la moneda estadounidense había sido positiva para los commodities y le dio bríos a las ganancias de las multinacionales estadounidenses provenientes del exterior.

La relación a mediano y largo plazo entre el dólar y esas inversiones probablemente dependa del motivo detrás de la fortaleza del dólar. Si sube gracias a una mejoría real en la economía de EE.UU. es diferente a si lo hace impulsado por el temor de los inversionistas.

Un nuevo cuadro

Lo que está claro es que la dinámica del dólar hoy es muy diferente a la que imperaba en el período de septiembre a noviembre del año pasado.

La crisis financiera interrumpió la tendencia descendente del dólar, que llevaba años, y los inversionistas globales se refugiaron en efectivo y bonos del Tesoro de EE.UU. Cuando la tormenta amainó, en 2009, el dólar reanudó su declive. A fines de noviembre, tocó su nivel más bajo frente al yen desde julio de 1995, a 86,44 yenes por dólar, mientras el euro se acercó a su máximo histórico contra el dólar, al superar US$1,51.

Los corredores apostaron a la baja del dólar e hicieron subir los precios de las materias primas, que se fijan en dólares, y las acciones de productores de commodities.

Muchos inversionistas compraron oro con el argumento de que mantendría su valor mientras caía el dólar. "El consenso era no anticipar un dólar fuerte durante el primer semestre de 2010", señala Steve Pearson, director de intercambio de divisas G-10 para Bank of America Merrill Lynch en Londres.

A partir de diciembre, no obstante, el dólar subió hasta alrededor de 90 yenes y el euro cayó a US$1,36.

Luego de superar los US$1.200 la onza a principios de diciembre, el oro retrocedió a alrededor de US$1.050 la onza a comienzos de febrero. El repliegue se produjo a pesar de la crisis de la deuda europea, el tipo de evento que normalmente conduciría a comprar oro como refugio seguro. La cotización del oro, en cambio, se había movido en sintonía con las de las acciones y otros activos más riesgosos. Esa relación mostró algunas señales de desgaste en la última semana, cuando el dólar y el oro subieron.

De todos modos, algunos consideran que la fortaleza del dólar también tiene límites. Dissaux, de Millenium, afirma que aunque demoren meses, los funcionarios europeos encontrarán una solución a la crisis de la deuda. "Eso ayudará al apetito por el riesgo" y beneficiará al euro, sostiene.

Para los inversionistas que buscan en el dólar pistas sobre otras clases de activos, la hoja de ruta no es nada clara. El impacto sobre los precios de las materias primas, por ejemplo, "puede inclinarse hacia cualquier lado", afirma Scott MacDonald, director de investigación de la firma estadounidense de valores Aladdin Capital. "Un dólar débil suele significar que los commodities tienen un mejor desempeño, pero el crecimiento en las principales economías [desarrolladas] y China es un factor decisivo sobre la fortaleza del dólar", indica.

Fuente: WSJ

16 feb 2010

Las limitaciones políticas de la eurozona

por Wolfgang Münchau

Los primeros pasos siempre son los más difíciles. Es posible que la declaración de la semana pasada del Consejo Europeo a favor de un rescate griego no haya ido todo lo lejos que deseaban algunos. Ni siquiera llegó a lo acordado en el borrador de la declaración la noche anterior. Pero fue, en cualquier caso, un hecho histórico.

La UE ha reconocido, por primera vez, que la eurozona tiene una dimensión política, y que está dispuesta a defenderse contra los ataques especulativos. Al mismo tiempo, la UE impondrá fuertes condiciones a cualquier ayuda. La reacción airada del primer ministro griego es el mejor indicativo de que no deberíamos preocuparnos demasiado por el riesgo moral. Una importante cuestión técnica es si los estados miembros de la eurozona comprarán bonos griegos directamente, o sólo los garantizarán, pero la parte más difícil era el acuerdo político de la semana pasada.

Espero que la garantía ponga fin a esta fase aguda de la crisis griega, siempre y cuando el Gobierno heleno no renuncie a sus promesas. También podría reducir la presión sobre las primas de los seguros contra el impago de otros países de la eurozona. Los detalles técnicos del paquete definitivo incluirán severas condiciones para evitar el riesgo moral. Será generoso y duro al mismo tiempo. Pero, pese a la importancia de la decisión, no resolverá los problemas de la eurozona por sí sola.

Consideremos, por un momento, la posición alemana en todo esto. La reacción de los medios de comunicación alemanes a este rescate bordeó la histeria. Hay importantes discrepancias incluso dentro del propio partido de la canciller Angela Merkel. Merkel también se ve limitada por la sentencia del tribunal constitucional de Alemania sobre el tratado de Maastritch de 1993 –que, a mi parecer, fue importante a la hora de determinar su posición el pasado jueves–. El tribunal estipuló que la estabilidad es un requisito inalienable para la participación alemana en una unión monetaria.

Si se violara este principio, la base legal para la participación de Alemania dejaría de ser válida. El artículo 125 del Tratado de Lisboa –“la tristemente célebre “cláusula de no rescate”– es, en términos legales, un aspecto importante de la estabilidad global del sistema. Y no hay duda de que algunas personas expondrán que un recate de Grecia violaría el artículo 125.

El fallo del tribunal constitucional alemán el año pasado sobre el Tratado de Lisboa añadió más trabas al gobierno económico efectivo de la eurozona. El tribunal dictaminó inequívocamente que la política macroeconómica debe seguir siendo competencia de los estados miembros. Desde luego, los jueces nunca son intérpretes objetivos de la ley, y siempre se ven influenciados por la tendencia política del momento. Tampoco están de acuerdo con el tribunal constitucional todos los abogados alemanes. Pero la sentencia, de momento, sigue vigente. No deberíamos hacernos ilusiones sobre el margen político y legal de maniobra de Alemania. Berlín está dispuesto a mostrar su solidaridad con los miembros más débiles de la eurozona si son objeto de ataques especulativos. Esto supuso un gran paso para ellos. No esperen mucho más.

La discusión surrealista sobre el futuro de la eurozona tiende a ignorar las limitaciones políticas y legales. Consideremos el argumento que expone que los bancos centrales, y no sólo el Banco Central Europeo, deberían contemplar el aumento de los objetivos de inflación, situados en torno al 2%. No hay riesgo de que el BCE apruebe esta propuesta. Si lo hiciera, el tribunal constitucional de Alemania invocaría su resolución de 1993. Y, lo que es más importante, creo que la opinión pública alemana, después de haber tragado con el rescate griego, sacaría a Alemania de la eurozona.

Así que el debate sobre el futuro de la eurozona debería tener en cuenta las restricciones políticas y legales. La unión fiscal no va a producirse. La UE tampoco va a embarcarse en otra modificación del tratado.

¿Qué puede hacerse bajo el marco actual? La principal prioridad es abordar los desequilibrios internos. España y Grecia han sufrido una significativa pérdida de competitividad frente a Alemania, que tiene que invertirse parcialmente esta década. Incluso ahora, la diferencia entre los costes salariales reales sigue aumentando. Por ello, es necesario un mecanismo de coordinación política que implique a los líderes políticos, no sólo a los ministros de Finanzas.

España, Portugal, Grecia e Italia deberían reformar sus mercados laborales, y habría que animar a Alemania –dentro de los límites fijados por la constitución– a aumentar la demanda doméstica. La enmienda constitucional del año pasado para obligar a mantener un presupuesto equilibrado no fue útil a este respecto. Durante los dos próximos años, la mayor esperanza probablemente resida en la prometida reforma del impuesto sobre la renta.

La segunda prioridad es la consolidación fiscal. Resulta descabellado pensar que el crecimiento económico baste por sí solo para ocuparse de la deuda. Es probable que el ritmo de crecimiento en esta década sea incluso inferior que en la anterior. En casi todos los países de la eurozona, el mejor medio para conseguir la consolidación son los recortes de gastos, no las subidas de impuestos.

La reducción de los desequilibrios y la deuda del sector público debe tener prioridad esta década. Requerirá decisiones muy difíciles por parte de los líderes políticos que las han rehuido durante la última década. La declaración del pasado jueves supuso un gran paso en la dirección adecuada. Pero lo peor que podría suceder ahora es que se dé un salto al mundo imaginario de las opciones fáciles. Eso significaría el final de la eurozona.

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15 feb 2010

El principal economista de FMI propone mayores techos inflacionarios para evitar una nueva crisis

Por Bob Davis

El principal economista del Fondo Monetario Internacional, Olivier Blanchard, dijo que los directivos de los bancos centrales deberían considerar imponer tasas de inflación mayores a las que fijan hoy en día con el fin de aminorar las proabilidades de repetir una recesión several como la actual.

Blanchard, macroeconomista con licencia del Instituto Tecnológico de Massachusetts, dice que la desaceleración económica global expuso una serie de fallas en política macroeconómica, particularmente una dependencia en las tasas de interés para gestionar las economías. Aunque Japón había experimentado un bajón de una década de duración, a pesar de una baja inflación, "la mayoría de las personas se convencieron de que los japoneses no sabían lo que estaban haciendo", dijo Blanchard en entrevista.

En un nuevo informe, escrito en colaboración con otros dos economistas del FMI, Giovanni Dell'Ariccia y Paolo Mauro, Blanchard señala que los encargados de la política económica necesitan considerar soluciones radicalmente diferentes para lidiar con las grandes crisis bancarias, las pandemias o los ataques terroristas. Específicamente, el documento del FMI sugiere apuntar hacia una inflación más alta en "épocas normales para incrementar el campo de maniobra en el que la política monetaria se mueve para reaccionar a crisis de tal magnitud. Los bancos centrales deberían buscar una inflación del 4% en lugar del 2% que la mayoría trata de alcanzar actualmente, señala el documento.

A una tasa inflacionaria del 4%, dice Blanchard, las tasas de interés de corto plazo en las economías apacibles serían de alrededor del 6% o 7%, dándole a los bancos centrales mucho más maniobra para bajar las tasas antes de que éstas lleguen a casi cero, tras lo cual ya es prácticamente imposible reducir más las tasas a corto plazo.

"Ahora nos damos cuenta de que si hubiéramos tenido unos cuantos cientos de puntos base extra" –un punto base es la centésima parte de un punto porcentual- "como colchón, eso nos hubiera ayudado" a combatir la crisis actual, dice Blanchard. "Hubiera sido buenísimo empezar con una tasa nominal más alta. Y la única manera de llegar hasta ahí es con una inflación mayor".

Durante décadas, el FMI ha presionado a los países a reducir sus niveles de inflación y considera como uno de sus mayores logros su éxito en convencer a los gobiernos de África, Latinoamércia y otros a abandonar la idea que pueden inflar su camino hacia la properidad. Pero Blanchard dice que el FMI debería tomar la delantera en reconsiderar lo que sea necesario ahora que el mundo vive la peor recesión desde la Segunda Guerra Mundial.

Al recordar los errores incurridos y que condujeron a las altísimas tasas de inflación en los 70s y los 80s, es poco probable que la mayoría de los bancos centrales adopten rápidamente el consejo del FMI. Siguen convencidos de mantener baja la inflación, y el convencer a los mercados de que así lo harán es muy importante. John Taylor, un especialista en política monetaria de la Universidad de Stanford que trabajó en el departamento del Tesoro durante el gobierno de Bush, dice que la inflación podría ser difícil de contener si se aumenta la meta objetivo. ¨Si dices que será del 4%, ¿por qué no del 5% o del 6%?" dice Taylor. "Hay algo que la gente entiende por inflación cero".

Blanchard argumenta que no hay mucha diferencia entre mantener la inflación en 2% o en 4%. Las categorías tributarias podrían ajustarse de modo que una mayor inflación, en sí misma, no implique que los contribuyentes paguen impuestos más altos. Los bonos ajustados a la inflación podrían proteger a los inversionistas. El documento del FMI señala la posibilidad de que la inflación podría aumentar si los gobiernos empiezan a ajustar los salarios automáticamente a la inflación, "pero sigue quedando la duda de si estos costos van a sobreponderar los beneficios potenciales" de evitar tasas de interés cero.

El nuevo documento, titulado "Rethinking Macroeconomic Policy," (Repensando la política macroeconómica) también recomienda que los bancos centrales utilicen toda su artillería regulatoria para reventar burbujas de activos antes de que se vuelvan peligrosamente grandes. El depender exclusivamente en el aumento de las tasas de interés para lograrlo corre el riesto de dañar la economía como un todo, algo que ha expresado con anterioridad el jefe de la Reserva Federal Ben Bernanke.

Fuente: WSJ