4 sept 2009

EE.UU. maniobra para elevar el peso de los países emergentes en el FMI; Europa se opone

Por Bob Davis

WASHINGTON—Estados Unidos está presionando a Europa en negociaciones tras bambalinas para que reduzca su influencia en el Fondo Monetario Internacional (FMI) y aumentar la de países emergentes como China y Brasil.

La iniciativa es parte de las deliberaciones que tienen lugar de cara a la cumbre de líderes del Grupo de los 20, que agrupa a países industrializados y emergentes. El G-20, cuyos ministros de Finanzas se empezaron a reunir el jueves en Londres, ya aprobó un aumento del financiamiento y las responsabilidades del FMI en un intento por ayudarlo a manejar las crisis económicas y detectar problemas en el horizonte.

El G-20 debate una reforma de las instituciones internacionales creadas a fines de la Segunda Guerra Mundial que refleje mejor el cambio del poderío económico desde los países industrializados a los emergentes.

"Realizar estos cambios exige muchas negociaciones", dijo un funcionario del G-20 de un país emergente. "Pero tenemos ganas de negociar".

Washington defiende dos propuestas. La primera reduce la cantidad de puestos en la junta directiva del FMI de 24 a 20 para el 2012. Los países en desarrollo retendrán sus actuales asientos. EE.UU. no menciona a los países que deben ceder sus puestos, pero es claro que algunos serán europeos.

En la actualidad, la junta del FMI cuenta con ocho directores que representan a sus propios países, EE.UU., Japón, Francia, Gran Bretaña, Alemania, China, Rusia y Arabia Saudita, y 16 que representan a grupos de países. Muchos de estos últimos puestos están encabezados por representantes europeos.

Funcionarios de la Comisión Europea han propuesto que los 16 países que conforman la zona euro compartan un puesto. Tal idea, no obstante, ha sido rechazada por destacados políticos del Viejo Continente. Francia "no quiere que todos los europeos sean representados por un puesto" aseveró la ministra francesa de Economía, Christine Lagarde.

[FMI]

La segunda propuesta de EE.UU. consiste en traspasar cinco puntos porcentuales de la propiedad del FMI desde los países industrializados a los emergentes. En la actualidad, las economías desarrolladas tienen una participación de 60% en el organismo.

Esta propuesta también disminuiría la influencia de Europa. EE.UU. y Europa tienen economías de tamaños muy parecidos, pero la participación europea en el FMI duplica a la de EE.UU., dice Edwin Truman, investigador del Instituto Peterson de Economía Internacional y ex funcionario de los gobiernos de Bill Clinton y Barack Obama.

La propiedad del FMI se expresa en lo que la entidad denomina cuotas. Cada uno de los 186 miembros del FMI posee cuotas que se calculan por una fórmula que, supuestamente, refleja su peso en la economía global. Las obligaciones financieras con la entidad y las acciones con derecho a voto se determinan conforme a estas cuotas.

En marzo de 2008, el FMI dio a conocer una propuesta que alteraba las cuotas en apenas dos puntos porcentuales, pero no fue aprobada por los países miembros. EE.UU. ahora trata de forjar un acuerdo para un cambio de cinco puntos porcentuales y luego negociar quién se vería afectado.

La idea ya cuenta con el respaldo de China, Brasil, India y otros países en desarrollo y la resistencia de los países europeos, dicen fuentes del FMI. "China está abierta a todas las opciones para aumentar la legitimidad, relevancia y efectividad del FMI", señaló un representante chino.

Un representante de EE.UU. manifestó que aunque no haya un acuerdo sobre las dos propuestas, Washington mejorará su relación con China y otros países emergentes cuyo apoyo necesita en otros temas en la agenda del G-20. La reducción de los asientos en la junta del FMI será difícil de lograr porque exige la aprobación del 85% de los votos y los países europeos tienen los votos suficientes para bloquear la iniciativa.

Los representantes europeos esgrimen que deberían retener su influencia porque el FMI depende mucho de Europa. Esta semana, por ejemplo, los ministros de Finanzas de la UE elevaron la contribución del grupo al FMI de US$100.000 millones a US$175.000 millones. China y Brasil, en tanto, han realizado aportes más modestos.

Fuente: WSJ

3 sept 2009

Equivocarse no es racional

por John Kay

La semana pasada, el antropólogo Keir Martin explicaba que los agricultores de Papua Nueva Guinea cultivaban sólo la mitad de sus tierras, creyendo que sus vecinos más envidiosos recurrirían a ritos de brujería si trabajaban el resto.

Esta conducta, evidentemente, no resultaba la más rentable, aunque parece tener sentido si se contextualiza en las creencias y costumbres de Papua Nueva Guinea. Yo sabía cuál sería la respuesta y ésta no tardó en llegar. Martin Cox explicó en una carta que los economistas dirían que ese comportamiento era totalmente racional.

La economía moderna, y la teoría de la elección racional que ahora se ha extendido a las ciencias sociales, define la racionalidad, no como una idea de maximizar el beneficio, sino como una tradición. Si los hombres de una tribu cultivan la mitad de su terreno donde hay malos augurios y trabajan todas las tierras cuando estos son buenos, su comportamiento es racional, siempre que se atenga estrictamente a ese principio.

Quizás el mayor desafío de la teoría sobre economía moderna haya sido demostrar la veracidad de ese supuesto. Si los agentes actúan basándose en ciertas preferencias y convicciones, una economía de mercado establecerá los precios basándose en esas premisas. Según otros supuestos, la asignación de recursos según esos precios es el mejor medio de alcanzar esas preferencias y convicciones.

Aunque Cox expone un argumento válido al destacar la coherencia, éste no debe confundirse con lo que la gente conoce como racionalidad, ya que los buenos o los malos augurios no pueden considerarse racionales, a pesar de que se recurra a ellos de forma sistemática. La definición más común de racionalidad del diccionario es “conformidad con la razón”, refiriéndose a la clase de raciocinio aprobado por la comunidad científica occidental.

Pero, seguramente, aunque para ser racional no sea suficiente con ser coherente, ¿es necesario ser coherente para ser racional? Hasta un cierto punto. La coherencia significa que en la misma situación se actúa de igual forma: Pero ¿cómo saber si una situación es o no la misma? Si resulta racional cultivar el terreno sólo cuando hay buenos augurios, ¿también es racional hacerlo sólo cuando a uno le apetece? Si acudo a un restaurante en dos ocasiones y elijo distintos platos del mismo menú ¿estoy siendo coherente? Si estoy siendo incoherente, ¿también soy irracional? No resulta útil encontrar una explicación argumentando que tengo preferencia por la variedad.

La coherencia es una característica que se debe apreciar en un mundo más previsible que en el que vivimos, el mundo descrito por ciertos tipos de modelo económico. En el mundo real, ante una misma actitud, yo me considero coherente, aunque en los demás lo vería como una obstinación, y todos tenemos buenos motivos para pensar que tenemos razón.

No estamos ante un complejo argumento filosófico sino ante un asunto práctico de una importancia considerable. ¿Se pueden considerar iguales el tramo senior de un valor respaldado por una hipoteca con una calificación Triple A y los bonos del Tesoro de EEUU? Si los dos valores obtuvieron el mismo precio hace tres años, y ahora tienen un valor totalmente distinto, ¿es por falta de coherencia o porque las circunstancias han cambiado? En los mercados financieros, los beneficios y las pérdidas se derivan de la comprensión o no de estos procesos.

El comercio arbitrario en los mercados financieros es posible porque hay gente que percibe dos situaciones como similares, mientras otros creen que son distintas. Ante las mismas circunstancias, la gente las interpreta de distinta forma. Ése es el motivo que justifica la inestabilidad de los precios y por el que no nos sirven de ayuda modelos que nos dicen que cada cosa tendría su precio justo si hubiera preferencias y convicciones coherentes.

Los distintos contextos sociales llevan a algunas personas a creer en supersticiones y a otras a creer que la alquimia de la titulización puede convertir a las hipotecas subprime en obligaciones con calificación triple A. La prueba de la racionalidad de estas creencias no es su coherencia interna, sino que nos sirvan para tomar las decisiones adecuadas.

The Financial Times Limited 2009. All Rights Reserved

2 sept 2009

Los bancos centrales pueden adaptarse a la vida por debajo del cero

por Wolfgang Münchau

El límite inferior cero es uno de los grandes mitos de la economía monetaria. Es la afirmación de que los tipos de interés no pueden caer por debajo de cero ya que, de ser posible, la gente acumularía dinero. Generaciones de banqueros centrales lo han considerado como el equivalente de los cero grados Kelvin, teóricamente la temperatura más baja posible.

La semana pasada, el Riksbank (el Banco de Suecia) dio un paso inusual para un banco central al romper la barrera del cero fijando una tasa de depósito negativa. La decisión plantea dos preguntas. ¿Debería hacerse? ¿Puede hacerse? La respuesta a ambas es sí.

Debería hacerse debido sencillamente a que los tipos de interés reales en la actualidad no son consistentes con los objetivos de la mayoría de los bancos centrales en relación a la inflación o a la estabilidad de los precios. Es muy posible que la inflación no alcance los objetivos oficiales durante algún tiempo. El motivo es que los tipos de interés son demasiado altos, porque los bancos centrales se sienten presos de un límite cero imaginario.

Esto no lleva a la segunda pregunta, más complicada. ¿Puede hacerse, teniendo en cuenta el problema de la acumulación de dinero?

Primero, los bancos centrales modernos cuentan con más de un tipo de interés a su disposición. El Riksbank no redujo todos sus tipos de interés por debajo de cero, sólo la tasa de depósito –el porcentaje que los bancos reciben por sus depósitos en el banco central–. La idea de una tasa de depósito negativa pretende evitar que los bancos conserven sus excedentes de liquidez bajo la forma de depósitos en el banco central, en lugar de conceder créditos a sus clientes.

Al reducir por debajo de cero únicamente la tasa de depósito, el Riksbank infringió sólo en parte el límite cero. Usó los tipos de interés negativos para una operación de mayor alcance. Por lo tanto, los tipos de interés negativos no son una propuesta excluyente.

Segundo, incluso si aceptamos la existencia de un límite inferior, este podría no ser cero. El argumento tradicional a favor de fijar esa frontera es simplemente que la gente abandona los depósitos en favor del dinero. Pero tienen que guardarlo en algún sitio y protegerlo. Esto cuesta dinero. Un banquero central estadounidense me comentó en una ocasión que calculaba que el coste real de depósito se situaba en un punto intermedio entre el 1% y el 2% del valor efectivo.

Esto implica que un tipo de interés negativo del -1% o el -2% probablemente no provocaría una búsqueda precipitada de dinero. En ese nivel, tanto la gente como los bancos seguirían prefiriendo conservar sus excedentes de liquidez en depósitos a los problemas que supone guardarlo bajo un colchón y contratar a guardas de seguridad. Los costes de depósito siguen insinuando un límite inferior, pero por debajo de cero.

Tercero, los bancos centrales podrían poner en marcha políticas para disuadir la acumulación de dinero. Una posibilidad extrema sería la de imprimir dinero, fijando una fecha de vencimiento sobre los billetes que obligase a sus propietarios a pagar una tasa equivalente a los tipos de interés negativos. Teniendo en cuenta los dos argumentos previos, es probable que esto no sea necesario, ya que la actual situación económica no exige que los tipos de interés sean extremadamente negativos. Pero es bueno saber que este tipo de políticas existen y que se pueden aplicar cuando sea necesario.

Entonces, ¿por qué a los bancos centrales sigue intimidándoles el límite cero? Existen varias explicaciones. La primera es que los banqueros centrales son un grupo reacio al riesgo al que no le gusta adentrarse en los lugares inexplorados. Tiene que ser un pequeño banco central como el Riksbank el que dé el primer paso. Además, no es una casualidad que Lars Svensson, el vicegobernador del Riksbank, y que ejerció una fuerte presión a favor de este cambio de política, sea uno de los economistas monetarios más famosos del mundo.

Por norma general, a los académicos les preocupa menos la noción de una tasa de interés negativa que a los profesionales, que tienden a dejarse intimidar por los argumentos técnicos. He escuchado la teoría de que es probable que los ordenadores no pudieran asimilar unos tipos de interés negativos.

Algunos banqueros centrales también han expuesto que la tasa de interés negativa acabaría con el modelo de negocio de los fondos del mercado monetario. Pese a que pueda ser cierto, resulta sorprendente que sus defensores den prioridad al bienestar de los gestores de fondos y de sus clientes sobre el objetivo general de la estabilidad de los precios. Este es el argumento de los banqueros centrales cuyas funciones se reducen a ser lobbies de los centros financieros.

Un tercer razonamiento es que los tipos de interés cero o negativos podría empujar a los inversores a adquirir activos de riesgo, a sabiendas de que esas políticas tendrán que invertirse tarde o temprano una vez que la economía se recupere. Este último es, en realidad, un argumento a favor de una política monetaria no activista, la preferida generalmente en Europa continental.

Pero si las políticas no activistas se traducen en fuertes cambios en la tasa de inflación, también ellas podrían generar inestabilidad financiera y una distribución injusta de la riqueza. Por lo tanto, en general, es mejor que los bancos centrales fijen los tipos de interés para estabilizar las expectativas sobre la inflación en torno a un nivel deseado, incluso si eso exige en ocasiones sólidas actuaciones políticas.

Pero existe un requisito previo para que cualquier política de ese tipo sea creíble y dé resultado, y este es mi principal motivo de preocupación: el banco central tiene que actuar de forma simétrica. Cuando la economía se recupera y aumentan las presiones inflacionistas, los bancos centrales tienen que aumentar los tipos de interés con el mismo vigor. Así que si usted considera que los tipos de interés deberían ser negativos en la actualidad, también debería aceptar que dentro de unos años puedan alcanzar valores sólidamente positivos. Si bien confío plenamente en el Riksbank, dudo que el resto de bancos centrales tengan el valor de imitarle.

The Financial Times Limited 2009. All Rights Reserved

1 sept 2009

EE.UU., una historia de dos economías

Por Cari Tuna, Liz Rappaport y Julie Jargon

La recuperación estadounidense es una historia de dos economías.

En un extremo están las empresas que gozan de un envidiable acceso al crédito, en su mayor parte los grandes conglomerados. En el otro, las firmas principalmente pequeñas que sólo pueden conseguir financiamiento bajo condiciones prohibitivas.

Entre los consumidores, en un extremo están los empleados que cuentan con un trabajo sólido y en el otro millones de endeudados que tratan de mantenerse a flote.

Esta división ayuda a explicar el vacilante repunte que parece gestarse después de la peor recesión que ha vivido Estados Unidos en medio siglo.

Panera Bread es una de las pocas empresas que ha salido airosa de la crisis. La cadena de más de 1.400 cafeterías cuenta con más de US$100 millones en efectivo y no tiene deuda. Esto le ha permitido exigir y obtener rebajas en sus arriendos, lo que a su vez le ha ayudado a reducir sus costos de ocupación en entre 10% y 20% desde el año pasado. "Para nosotros, esta es la mejor época", señala Ron Schaich, presidente ejecutivo de Panera.

La situación, sin embargo, es más complicada para los dueños de las franquicias. Mike Hamra, quien posee 47 restaurantes de Panera en las áreas de Boston y Chicago, lamenta estar pagando un punto porcentual más sobre sus préstamos comparado al interés que pagaba a finales del año pasado. "Los bancos no nos están regalando el dinero", afirma.

La división entre las empresas con y sin acceso al crédito ilustra la importancia de reactivar a los bancos y los mercados de crédito para que la recuperación de la economía estadounidense eche raíces. Hasta que esto se concrete, su vigor estará en duda. "Si no está ganando dinero, tendrá que endeudarse", dice John Graham, profesor de finanzas de la Escuela de Negocios Fuqua, de la Universidad de Duke. Graham, quien elabora una encuesta trimestral entre directores de finanzas, dice que a más empresas les está yendo mejor que hace unos meses, aunque estima que una cuarta parte "está en serios aprietos debido a la falta de ganancias combinada con su incapacidad para obtener crédito".

Las empresas grandes pueden dejar de lado a los bancos y acudir directamente a los mercados de capital, donde la recepción ha sido más calurosa. Los mercados están exhibiendo una mayor disposición a asumir riesgos. En enero, apenas ocho de las 56 empresas que colocaron bonos tenían una calificación por debajo de grado de inversión, según Dealogic. En agosto, la cifra subió a 24 de 60.

De todos modos, para muchas compañías que dependen de los bancos el acceso al crédito sigue siendo un gran obstáculo. "Estamos tomando nuestras decisiones conforme a nuestra relación con el banco", reconoce Bob Klotz, presidente ejecutivo de Bayside Solutions Inc., una empresa de empleo temporal. El banco subió la tasa de una línea de crédito multimillonaria y "multiplicó por diez" los trámites que exige en comparación al año pasado, dice. Eso ha obligado a la empresa californiana a eliminar a los clientes con menor capacidad crediticia, incluyendo otras pequeñas empresas, lo que las deja más susceptibles a atrasarse en sus pagos o declararse en bancarrota. "No estamos en una posición para asumir ese riesgo", advierte Klotz.

En el mismo negocio de las finanzas se está formando una división entre las empresas que se han beneficiado de las inyecciones de capital del gobierno y han acudido a los mercados para emitir acciones y deuda y las que no. Algunas gestoras de fondos, como BlackRock Inc., cosechan los frutos de ayudar al gobierno a sanear el sistema tras el estallido de la burbuja.

Las ganancias combinadas de los siete mayores bancos comerciales de EE.UU. superaron los US$14.000 millones en el segundo trimestre, pese a que miles de bancos más pequeños registraron pérdidas.

Las grandes instituciones ahora tienen una ventaja en los llamados "costos de fondos", la materia prima de una entidad que está en el negocio de endeudarse a tasas bajas y prestar a tasas más altas. El puñado de bancos cuyos activos exceden los US$10.000 millones pagó una tasa de 1,18% para endeudarse en el segundo trimestre, según datos de la Corporación Federal de Seguros de Depósitos de EE.UU. (FDIC). Los bancos con activos por entre US$100 millones y US$1.000 millones, en cambio, tuvieron que pagar 1,97%, una gran brecha en un negocio donde diferencias de décimas de un punto porcentual se traducen en ganancias de millones de dólares.

Algunos gigantes como J.P. Morgan Chase & Co. han solidificado su estatus de megabancos con la compra de entidades intervenidas. Los tres mayores bancos de EE.UU., Bank of America, Wells Fargo y J.P. Morgan acumulan en su conjunto depósitos domésticos del orden de los US$2,3 billones (millones de millones), un 31% del total de la industria en EE.UU. Hace dos años, los tres mayores bancos tenían un 20% de los depósitos.

Trabajar en uno de estos bancos, sin embargo, no es sinónimo de estabilidad laboral. Durante el apogeo del sector inmobiliario, Andrea Caroline, de 27 años, ganaba US$160.000 al año como ejecutiva de cuenta de la división de hipotecas de alto riesgo, o subprime, de J.P. Morgan. Fue despedida en marzo de 2008. Ha enviado unas 300 copias de su currículum, pero sigue desempleada.

Fuente: WSJ

31 ago 2009

Los bancos víctimas del Principio de Peter

por John Kay

Hace cuarenta años, Lawrence Peter dio a conocer lo que de forma presuntuosa denominó el Principio de Peter, que relaciona la capacidad de ascenso laboral con el nivel personal de incompetencia. Si alguien hace bien su trabajo, conseguirá escalar posiciones hasta que ocupe un puesto de trabajo en el que es incompetente. Las últimas quiebras de entidades financieras hacen pensar en una analogía organizativa.

Los bancos evolucionan hasta alcanzar un nivel de incompetencia. Amplían su radio de alcance a actividades difíciles de comprender hasta que tropiezan con una que son incapaces de controlar. Resultó casi alentador comprobar que la Chelsea Building Society anunció grandes pérdidas derivadas de un fraude hipotecario, porque al menos se trataba de un problema relacionado con su negocio de toda la vida.

La mayor parte de entidades financieras que se han acercado a la quiebra lo han hecho como resultado de las pérdidas derivadas de actividades fundamentalmente secundarias. El principio de diversificar hacia la incompetencia afecta a grandes y pequeños bancos por igual. AIG era la primera aseguradora de EEUU, pero además de ocuparse de seguros, se convirtió en el mayor intermediario del mercado de instrumentos que aseguraban deuda en caso de impago (los conocidos CDS, por sus siglas en inglés). Así es como su división de productos financieros, con 120 empleados en Londres, estuvo a punto de provocar la quiebra de una compañía de 120.000 trabajadores.

Hypo Real Estate era una de las principales entidades de financiación inmobiliaria de Alemania: tenía una posición de dominio en el mercado y una alta rentabilidad. Después, el banco se hizo con un negocio que se especializaba en captar fondos en mercados mayoristas que concedían préstamos a las autoridades públicas.

Sus asesores se apresuraron a explicar la mejor forma de obtener una ingente cantidad de beneficios realizando esta actividad. Pero, fuera cual fuere la explicación, fue un error y provocó el rescate más costoso del sector bancario europeo. El factor “aburrimiento” es también importante. Buena parte de la banca tradicional es aburrida. El deseo de encontrar nuevos desafíos forma parte de la naturaleza humana. No obstante, a los accionistas les sale muy caro permitir estas prácticas a sus consejeros delegados.

Los organismos del sector público suelen tener más restricciones, por lo que la desregulación suele ser con frecuencia el desencadenante de la experimentación más costosa. En Reino Unido, muchas de las ganancias derivadas de la privatización se despilfarraron en la diversificación: yo mismo he sido testigo de cómo los directivos dedicaban un 80% de su tiempo a actividades que generaban una facturación del 1% y unos beneficios del -10%. Ganar una subasta cuando uno no sabe por lo que está pujando suele ser sinónimo de pérdidas.

En las grandes adquisiciones siempre se comete este tipo de error, porque el comprador que acaba ganando el concurso suele ser el que está dispuesto a pagar más. El desconocimiento de los productos también puede ser un problema. Los recién llegados con menos experiencia suelen captar negocios en los que nadie más está interesado. No obstante, el componente más importante suele ser el orgullo desmedido.

El estudio de Jim Collins que lleva por título “How the Mighty Fall “ (cómo caen los poderosos) podría aplicarse a todos los casos citados. El sector de los servicios financieros es especialmente vulnerable al exceso de orgullo, por la falta de competitividad de algunas de sus divisiones y porque la aleatoriedad desempeña un papel muy importante en el resultado de las transacciones especulativas.

Es, por tanto, relativamente fácil que los que trabajan en entidades financieras cometan el error de creer que su éxito es más el resultado de su destreza que de la buena suerte. Hasta que la vanidad desaparezca, creo que la diversificación llevada hasta el extremo de la incompetencia seguirá dominando la conducta empresarial.

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