18 oct 2011

Los bancos centrales necesitan tener una meta

Por David Cottle

LONDRES (Dow Jones)—En la banca central, como en todas partes, hay modas.

En los días inocentes antes de la contracción crediticia, las metas de inflación habían sido la moda desde 1990, cuando el pionero de la modalidad fue el Banco de la Reserva de Nueva Zelanda. Parecía tan maravillosamente simple, y todos sabemos cómo los mercados adoran cualquier cosa que logre tal hazaña.

Un quórum de laureados economistas y académicos se reunía en una plácida sala en la capital una vez al mes, anunciaba un número muy publicitado para su tasa base (habitualmente el mismo número que anunciaron el mes anterior), ¡y listo! Funcionaba. En todo el mundo desarrollado ese viejo demonio de la inflación parecía haber sido exorcizado; el crecimiento era imparable pero manejable al mismo tiempo.

No es una sorpresa que a los gobiernos les gustara. Podían acusar a bancos centrales independientes por cualquier mala noticia, a cambio de la modesta prenda de tener que compartir con ellos algo del crédito por las buenas noticias. Pero había tantas buenas noticias que incluso la clase política podía permitirse ser magnánima.

El entonces ministro de Hacienda del Reino Unido, Gordon Brown, incluso se sintió motivado a sugerir que el ciclo de bruscos altibajos había terminado para siempre.

Los bancos centrales que se rehusaban a adoptar este programa claramente fantástico con frecuencia eran censurados; la Reserva Federal de EE.UU. a veces fue atacada por adherir a su confusa política dual, de supervisar la inflación y el crecimiento, y por negarse a establecer una meta inflacionaria explícita, en vez de simplemente un nivel 'deseable'.

Algunos sostenían que era cuestión de tiempo antes de que se llamara al orden, se callara acerca del crecimiento y simplemente escogiera un número para la inflación como muchos de sus homólogos en otras partes.

Sin embargo, vino la crisis financiera, y las metas de inflación comenzaron a aparecer poco confiables. Como parte de los programas de estímulo de emergencia, las tasas de interés fueron reducidas en todas partes, y rápidamente, sin importar cuál fuera el cuadro de inflación. Toda fortaleza de los precios era rápidamente desestimada como una distorsión temporaria.

En este nuevo entorno, la política de la Fed parecía inteligentemente laxa, en tanto los bancos centrales que perseguían metas de inflación, como el Banco de Inglaterra, hacían denodados esfuerzos para conservar los jirones de credibilidad que retenían. Oficialmente, el país aún tiene una meta de inflación de 2%. No oficialmente, la mera idea ha sido arrojada por la borda años atrás. La economía del Reino Unido está demasiado débil, demasiado dependiente de dinero prestado, como para asumir mayores tasas de interés, sin importar lo que haga el viejo diablo de la inflación. Éste se encontraba en el nivel de 4,5% en agosto. Sin embargo, ahora, tal vez, estamos al borde de un nuevo cambio de moda.

Así como la meta de inflación era una remedio demasiado limitado cuando asomaba una crisis, de la misma manera el programa más laxo de la Fed comienza a parecer confuso según continúa la crisis.

La difusión de las minutas de la reunión de septiembre del Comité del Mercado Abierto de la Reserva Federal reveló un amplio abanico de opiniones expresadas en cuanto a la política que debería seguir la Fed, en gran parte debido al espectro de puntos de vista sobre lo que debería tener por meta.

La labor sería más fácil si los miembros del CMARF pudieran unirse en torno de un único objetivo.

"Prevenir la desinflación o deflación de cercano plazo, impedir la inflación futura, promover el crecimiento económico, crear empleo y administrar el mercado residencial fueron sugeridos como objetivos de política", observó Simon Penn, estratega de UBS en Londres.

Por ello, algunos miembros creían que la hoja de balance de la Fed debería expandirse en una extensión de la relajación cuantitativa, algunos que debería contraerse por medios naturales, otros que la Fed debería expresar una meta de inflación directa y algunos que debería reasegurar al público que la política no será restringida hasta que se llegue a determinado nivel de desempleo. Alternativamente, los bancos podrían ser obligados a dar préstamos mediante una reducción en el interés pagado sobre excedentes de reservas.

Poco puede sorprender entonces que el presidente de la Fed, Ben Bernanke, haya encargado a algunos miembros de echar un vistazo a la política de comunicaciones de la Fed. Su táctica pareció buena por un tiempo. Pero está comenzando a verse desorientada, más que relajada.

Fuente: WSJ