18 may 2009

Geithner da importantes pasos hacia la reforma de Wall Street

por Gillian Tett

¿Qué piensa EEUU de Wall Street -–por no hablar de los derivados- en la actualidad? Es algo sobre lo que he estado reflexionando esta semana.

Debido a la publicación de un libro sobre la crisis financiera y los derivados (Fool’s Gold, Free Press), en los últimos días he asistido a muchos programas de radio y televisión, desde Nueva York a Los Angeles, para debatir sobre el mundo financiero.

Este sondeo (de carácter poco científico) ha revelado al menos tres realidades. Primera, que los estadounidenses de a pie están furiosos con la incompetencia y codicia de Wall Street –algo comprensible–.

Segunda, les enfada aún más percibir que innovaciones como los derivados de crédito no han aportado ningún beneficio económico real en los últimos años.

«¡No veo que los derivados de crédito aporten beneficio alguno al común de los americanos! ¡Deberíamos prohibirlos!» declaraba un presentador de radio de Colorado, haciéndose eco de una idea repetida con frecuencia.

Tercera, para muchos estadounidenses, hombres como Tim Geithner, el secretario del Tesoro, son casi tan culpables de la actual situación como los banqueros de Wall Street. «¿Por qué siguen ahí tipos como Geithner? ¡Habría que echarlos, no dejarlos en el cargo!», me dijeron en varias ocasiones.

¿Logrará la iniciativa presentada por Geithner esta semana para tomar medidas drásticas contra los derivados fuera del mercado bursátil aplacar esta ira? No hay duda de que, en términos simbólicos, la reforma supone un hito.

Durante los nueve últimos años, Wall Street operó bajo la creencia de que el Acta de Modernización de los Futuros de las Materias Primas del año 2000 había «cerrado la puerta» a los controles del gobierno sobre las operaciones fuera del mercado bursátil, tal y como explica Mark Brickell, miembro de un lobby del mundo de los derivados.

De hecho, la Asociación Internacional de Swaps y Derivados (ISDA) se mostraba tan segura de haber ganado el debate sobre la liberalización, que un importante financiero bromeaba en una ocasión conmigo diciendo que la ISDA no necesitaba a una firma de relaciones públicas «porque Alan Greenspan [el ex presidente de la Reserva Federal ya se encargaba de ello».

En realidad, Geithner nunca compartió las opiniones extremas de Greenspan sobre el libre mercado. En público, cuando Geithner estaba al frente de la Reserva Federal de Nueva York, actuó con precaución para no contradecir a Greenspan, ya que eso habría ido en contra de los convencionalismos de la banca central (y, en cualquier caso, Greenspan era muy poderoso por entonces).

En privado, Geithner ya se había dado cuenta en 2005 de que la autodisciplina del libre mercado no estaba dando resultados razonables, ni poniendo freno a los excesos de los bancos –y le preocupaba la poca transparencia de los productos fuera del mercado bursátil–.

Y el anuncio de esta semana sugiere que Geithner está seriamente determinado a iniciar una nueva era. La noticia supone no sólo un esfuerzo por reformar el texto del acta del año 2000; también pretende cambiar los ánimos –y la idea de que la disciplina del libre mercado puede empujar por sí sola a los banqueros a comportarse de forma correcta–.

Sin embargo, el problema que persigue a Geithner –y a otras figuras– es que mientras que este cambio podría tener un importante valor simbólico y ofrecer beneficios en potencia, muchos de los detalles de las nuevas medidas siguen sin estar claros.

Tomemos por ejemplo los derivados de crédito. Rumores que circulan por Wall Street aseguran que algunos operadores sin escrúpulos han estado manipulando el precio de contratos de swap de impagos de créditos (CDS) de referencia única para perjudicar a los rivales, o para obtener beneficios rápidos. También se expone que los bancos han intentado deliberadamente llevar a las compañías a la quiebra, en regiones que van desde Ucrania al corazón de EEUU, para beneficiarse de las posiciones en CDS que poseían.

Por ejemplo, un importante banquero me explicaba esta semana que el gran grupo de Wall Street para el que había trabajado hasta hace poco tiempo contaba con una mesa de operaciones para «eliminar» a las empresas y hedge fund débiles, explotando la opacidad y la poca liquidez de los acuerdos bilaterales de CDS para modificar los precios. «Me desagrada, y sigue sucediendo», reconoció.

En teoría, las propuestas de Geithner podrían poner fin a este tipo de abusos al permitir a los reguladores controlar muchos de los precios y volúmenes de los CDS. En ese sentido, suponen un progreso. Pero inversores o empresas seguirán sin saber quién está en posesión de contratos de CDS. Tampoco queda del todo claro si las reformas se podrán aplicar a los acuerdos bilaterales, más polémicos.

Aún se desconoce si esto tendrá relevancia alguna fuera del sector bancario en Arizona, Arkansas o Los Angeles. Lo que muchos banqueros esperan de forma desesperada es que, si la economía se recupera en los próximos meses, la actual sensación de indignación entre los estadounidenses de a pie se disipe con rapidez –y los negocios puedan volver a la «normalidad»–.

Es una posibilidad. Pero parece una apuesta atrevida si se tiene en cuenta que los problemas financieros apenas han desaparecido. En cualquier caso, la moraleja está clara: si Wall Street quiere recuperar el respeto entre los ciudadanos, necesita replantearse su modelo de negocio. Las reformas de Geithner son un buen paso en esa dirección; sin embargo, sólo son el comienzo.

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