21 dic 2010

Por qué estoy en contra de la flotación cambiaria

Por Manuel Hinds

Es irónico que el sistema de flotación cambiaria esté basado en una teoría llamada la "Zona Monetaria Óptima" que celebra la libertad de los bancos centrales de imprimir dinero a su discreción. La idea es que la libertad total para crear dinero promovería el progreso y el empleo global, ciclos de negocios sin sobresaltos, y prevendría burbujas y sus crisis asociadas.

La ironía es que el sistema es obviamente subóptimo. Va en contra de los principios de la globalización, el proceso que está definiendo nuestra época económica. Para satisfacer los deseos de los banqueros centrales de controlar sus propias monedas, el sistema de flotación requiere dividir los mercados monetarios mundiales en tantas zonas monetarias como países.

Esto presenta una grave fragmentación en los mercados monetarios internacionales justo cuando todos los demás mercados, incluidos los financieros, se reúnen en un único mercado global. Crea obstáculos para la operación de las cadenas de producción globales emergentes así como para la colocación internacional de recursos. La fragmentación también abre la puerta para las crisis monetarias y financieras, lo que convierte a los flujos de capital, una fuerza naturalmente estabilizadora, en una desestabilizadora a través de la especulación monetaria.

La impresión monetaria desenfrenada nos llevó al colapso de Bretton Woods a fines de los años 60 y luego a la estanflación de los 70 y comienzos de los 80. Posteriormente, luego de un breve receso que terminó a mediados de los 90 —resultado de la negativa de Paul Volcker a imprimir dinero durante su mandato como presidente de la Reserva Federal— regresamos a la creación monetaria de gatillo fácil.

Como consecuencia, en los últimos 15 años hemos pasado de una burbuja a otra, y de crisis a crisis, al imprimir dinero primero para mantener en marcha la economía; luego para superar el fin de la burbuja punto com, luego para sostener una triple burbuja inmobiliaria, de instrumentos securitizados y de commodities; luego para superar los efectos del estallido de esas burbujas, que está llevando a una segunda burbuja de bienes básicos y a un auge en los mercados emergentes que parece estar esperando para reventar. Es como si creyéramos que al imprimir dinero podemos deshacernos de limitaciones rígidas del presupuesto.

Peor, como sucedió a mediados de los años 30, cuando las monedas también flotaban, los países se embarcan en guerras monetarias que nadie puede llegar a ganar. El objetivo de todos los guerreros es depreciar su moneda más que el resto del mundo. En el proceso, mientras todas las monedas están degradadas, el sistema flotante no logra cumplir con su promesa más elemental: absorber los desequilibrios internacionales. Como en el caso de Estados Unidos y China, la absorción de estos balances dejó de estar basada en procesos económicos automáticos y se ha convertido en tema de confrontaciones políticas.

Este fracaso debería llevarnos de vuelta al tablero de dibujo para rediseñar el sistema monetario internacional, y revertir la tendencia que prevaleció durante el siglo XX. Comenzamos ese siglo con una moneda internacional fundamental, el oro, que mantuvo su valor a lo largo del tiempo y se aceptaba en todo el mundo. Terminamos el siglo con más de 150 monedas que cambian de valor de forma constante y a tasas diferentes entre sí, de forma tal que la mayoría de las monedas no son aceptadas en la mayoría de los países.

En busca de la ilusión de que el dinero puede hacer desaparecer las rígidas limitaciones presupuestarias, pasamos del orden al desorden. Luego de dejar sin valor oficial el oro en los años 70, ahora estamos dejando sin valor oficial el dinero al degradarlo y politizarlo.

Mencionar el patrón oro que prevaleció en todo el mundo durante la Revolución Industrial causa comentarios burlones, algunos de los cuales sugieren que el valor del oro estaba basado en el fetichismo. Esto es un error. El patrón oro era un sistema sumamente racional. Mantuvo los precios constantes a lo largo de siglos y brindó un mecanismo automático para deshacerse de los desequilibrios internacionales, como los que crean las actuales guerras monetarias, sin la ayuda de ninguna burocracia internacional.

El patrón oro logró esto no debido a ninguna propiedad mística del oro mismo sino porque era un sistema impersonal. Los bancos centrales o los gobiernos no podían adulterar la creación monetaria. Esto es lo que necesitamos hoy.

—Hinds es ex ministro de Finanzas de El Salvador y el co-autor de "Dinero, mercados y soberanía", que obtuvo el Premio Hayek 2010 del Manhattan Institute. Este artículo fue adaptado del discurso de Hinds luego de recibir el Premio Hayek.