23 ene 2009

El mercado de hacer el bien

Por Leslie Lenkowsky

Hablando en el Foro Económico Mundial en Davos, Suiza, Bill Gates, el fundador de Microsoft, instó al "capitalismo" a volverse más "creativo" en la búsqueda de maneras de ayudar a los necesitados del mundo. El gobierno y la filantropía tienen que jugar papeles importantes, dijo, pero ninguna podría lograr tanto como el empresariado en reducir problemas sociales como la pobreza, la enfermedad y la malnutrición.

Aunque el discurso de Gates recibió considerable atención en su momento, su esencia no era particularmente nueva. Por al menos una década, multimillonarios de alta tecnología, como Pierre Omidyar y Jeffrey Skoll de eBay y Sergei Brin y Larry Page de Google, han buscado formas de lograr sus objetivos filantrópicos a través de actividades al estilo de los negocios. La búsqueda de empresas rentables que también mejoren el mundo —por medio del "espíritu empresarial social" o el "filantro-capitalismo"— está haciendo furor en las escuelas de negocios y ha dado lugar a innumerables libros, competencias y grupos de consultoría. En 2006, uno de los practicantes mejor conocidos del espíritu empresarial social, Muhammad Yunus, ganó el Premio Nobel de la Paz por desarrollar el Grameen Bank de microcréditos. El presidente electo Barack Obama ha prometido crear una agencia estatal de "espíritu empresarial social".

No todos están convencidos, por supuesto. Los detractores temen que los esfuerzos para combinar la filantropía y los negocios dañarán la primera frustrando el esfuerzo filantrópico en áreas controversiales y restando énfasis a la misión de ayuda de la filantropía. Algunos también se preguntan si el capitalismo realmente puede ser más efectivo que la filantropía o el gobierno a la hora de ayudar a los pobres, especialmente en países del tercer mundo que carecen de servicios médicos y sociales o instituciones económicas y políticas honestas.

En Creative Capitalism (algo así como Capitalismo creativo), Michael Kinsley y Conor Clarke han enlistado a un distinguido grupo de economistas, periodistas y ejecutivos de organizaciones sin fines de lucro para evaluar el discurso de Gates y su tema sobre el espíritu empresarial social. Sus respuestas (que surgieron como comentarios en una "discusión basada en la Web", como dice Kinsley) van desde fuertes respaldos a agudas críticas. Una de las ideas más interesantes en este libro algo enmarañado sostiene que la actividad empresarial "filantrópica" está ciertamente en desacuerdo con lo mejor del capitalismo en sí y es, por consiguiente, contraproducente.

Lawrence Summers, ex presidente de la Universidad de Harvard y ex secretario del Tesoro de Estados Unidos, describe la dificultad sucintamente: "Es difícil en este mundo hacerlo bien. Es difícil hacer el bien. Cuando escucho que una institución está haciendo ambas cosas, lanzo la mano a mi billetera. Usted también debería hacerlo". Summers pone como ejemplo a Fannie Mae y Freddie Mac, empresas creadas por el gobierno que supuestamente tenían una meta social —viviendas asequibles— y que a la vez debían operar como empresas. No hicieron ninguna de las dos bien y al final dejaron sus catastróficas deudas para que las paguen los contribuyentes.

El juez estadounidense Richard Posner, junto a otros participantes en el libro, indica que las compañías a menudo sufren pérdidas cuando empiezan a abordar un problema social. Si realmente pudieran obtener una ganancia haciendo buenas obras, dice el argumento, no habría dudas de que ya estarían encima de esto. Pero si hacen buenas obras a expensas de ganancias, se volverán menos eficientes, lo que las haría más vulnerables a los competidores. El economista Steven Landsburg sugiere que las compañías que sacrifican ganancias para lograr metas filantrópicas terminan traicionando a sus accionistas, que correctamente esperan el mejor retorno sobre la inversión. A veces, actuar filantrópicamente resultará en un beneficio empresarial indirecto, como mejorar las habilidades de los trabajadores. En ese caso, el filantro-capitalismo podría ser del interés de una compañía, pero el juez Posner u otros que piensan de forma similar sospechan que tales casos son poco comunes.

Su escepticismo hace eco de las objeciones de Milton Friedman contra la "responsabilidad social corporativa", expresado en un artículo de 1970 que se ha reimpreso útilmente en el apéndice del libro. El profesor de negocios David Vogel argumenta que el "capitalismo creativo" es realmente un descendiente de la "responsabilidad social corporativa", la cual ha atraído el apoyo de empresas a lo largo del mundo, aunque sea sólo para mejorar sus imágenes públicas, de seguro un tipo de beneficio empresarial. "Los gerentes creíblemente pueden sostener que casi todos los gastos corporativos en buenas obras es en el interés de los accionistas", escribe, porque subsidiar buenas obras es "una forma de administración de riesgo o relaciones públicas" que protege la reputación y la marca de la compañía. Sin embargo, hasta a Vogel le cuesta plantear un argumento a favor del filantro-capitalismo. En el mejor de los casos, observa, las compañías que adoptan un aspecto de la "responsabilidad social" no parecen sufrir mucho daño; pero tampoco prosperan.

Otros contribuidores de Creative Capitalism son más optimistas sobre la campaña de Gates. Los mercados no son perfectos, señalan, y las empresas pueden necesitar ser alentadas para que se fijen más en oportunidades para iniciativas rentables en países más pobres, no menos donde gobiernos fallidos son incapaces de proveer servicios públicos. De cualquier modo, como argumenta el economista de Harvard Ed Glaeser, los consumidores y los inversionistas quizás no estén decididamente orientados a las ganancias como los percibe Milton Friedman. Las compañías que tratan de balancear buenas obras con un buen desempeño pueden cosechar ganancias que sus rivales menos altruistas pasan por alto.

Al final, estas diferentes opiniones quedan sin resolver, como uno podría esperar en lo que es esencialmente una colección de entradas de blog. Al ver a estas personas inteligentes dar vueltas a la idea, el lector podría estar tentado a interponer una simple pregunta: ¿Por qué es el "capitalismo creativo" siquiera necesario? Cualesquiera sean sus limitaciones, ningún sistema económico ha hecho más para crear riqueza, impulsar el progreso de la tecnología, mejorar los estándares de vida del mundo y reducir la pobreza que el capitalismo en su forma tradicional. Quizás lo que el mundo podría realmente usar, especialmente en sus regiones más pobres, no sean "filantro-capitalistas" sino simplemente más de los viejos y comunes que buscan ganancias.

Leslie Lenkowsky es profesor de relaciones públicas y estudios filantrópicos de la Universidad de Indiana