9 feb 2009

Robert Solow: “Hay que evitar que el déficit se vuelva crónico”

El Premio Nobel de Economía en 1987 destaca que para evitar las “tentaciones” del proteccionismo y del “gorroneo” es necesario que “el estímulo fiscal sea global” y los planes se adopten de forma simultánea.

Robert Solow es famoso internacionalmente por el modelo que elaboró en 1956 para explicar el crecimiento a largo plazo de las economías. Desde los años 60 –cuando sirvió de asesor en la Administración Kennedy– ha sido siempre un emblemático defensor del pensamiento keynesiano.

Obtuvo el Premio Nobel de Economía en 1987. Su claridad expositiva y afabilidad personal como profesor del Massachussets Institute of Technology (MIT) es legendaria. Uno de sus alumnos fue nada menos que Ben Bernanke, el actual presidente de la Reserva Federal. A sus 84 años mantiene su despacho en el Instituto, donde sigue teniendo por vecino a su buen amigo y también Premio Nobel, Paul Samuelson. Invitado conjuntamente por las Fundaciones Rafael del Pino y Barrié de la Maza, ha venido a España para hablar, desgraciadamente, no de las perspectivas de crecimiento a largo plazo, sino de la recesión económica que el mundo está atravesando.

Usted vivió de niño la Gran Depresión de los años 30. ¿Ve algún parecido entre aquella crisis y la que estamos viviendo? ¿Cree que Estados Unidos saldrá pronto de ella?

La recesión que estamos viviendo es, desde luego, seria, pero no es comparable con la Gran Depresión. Entonces el desempleo en Estados Unidos llegó al 30%, mientras que ahora subirá, como mucho, hasta el 10%. Ahora tendremos alguna caída ocasional del nivel de precios –es decir, con inflación negativa–, pero no un proceso acumulativo de deflación, como el que vivimos durante la Gran Depresión.

Para los optimistas, la economía americana podría tocar fondo a finales de este año o principios de 2010. Incluso así, el crecimiento seguiría muy por debajo del potencial hasta por lo menos 2011. No debemos descartar, sin embargo, que la recesión pueda durar algo más. Por eso, debemos tomar las medidas precisas para evitar que la recesión se prolongue.

La capacidad productiva de la economía americana sigue intacta. En los últimos 18 meses la población activa en Estados Unidos ha aumentado en 2 millones de trabajadores; el stock de capital sigue aumentando, porque aunque el volumen de inversión ha disminuido, la inversión neta –es decir, descontada la amortización de capital– ha seguido siendo positiva; y nuestros conocimientos técnicos y tecnologías siguen ahí. Somos, pues, tan potencialmente productivos como antes de la crisis. Lo que falla es, por desgracia, la demanda y por eso estamos en recesión.

¿Cómo se explica la gravedad de la actual recesión? ¿Le ha pillado por sorpresa?
La recesión comenzó en el sector de la vivienda, cuando explotó la burbuja inmobiliaria y empezó a reducirse drásticamente el nivel de construcción. En Estados Unidos tradicionalmente se iniciaban cada año 1,6 millones de viviendas, pero esa cifra subió a 2 millones en la fase álgida, y ahora ha bajado a 600.000. No conozco a fondo la situación de la economía española, pero desde luego la burbuja inmobiliaria ha sido uno de los rasgos comunes a Estados Unidos y España.

En circunstancias normales, esa contracción del sector de la vivienda hubiera llevado a una de las recesiones habituales, relativamente breve y controlable mediante medidas de política monetaria. Pero la crisis se ha visto agudizada al ir acompañada de una crisis financiera, y confieso que su gravedad ha constituido para mí una sorpresa.

En primer lugar, el exceso de casas hizo que sus precios empezaran a caer y eso terminó afectando también a las Bolsas. La reducción de riqueza provocada por la caída de los precios de la vivienda y de la Bolsa ha sido en Estados Unidos en los últimos 18 meses ha sido de entre 7 y 10 billones de dólares, es decir, de unos 20.000 dólares por americano. Eso ha provocado la caída del consumo, de la inversión privada y, en general, de la demanda agregada.

En segundo lugar, la crisis financiera ha provocado la paralización de los mercados financieros y una contracción del crédito (credit crunch). Esa contracción del crédito se debe no sólo a la debilidad de las entidades de crédito y de otras entidades financieras, sino también a que en una recesión escasean los prestatarios solventes. Paul Samuelson suele contar que su suegro era banquero y le explicaba así por qué dejaba de prestar durante las recesiones: “¿Cómo voy a prestar dinero a alguien tan loco como para pedir prestado?”.

La burbuja inmobiliaria fue impulsada, desde luego, por la prolongada política de bajos tipos de interés que mantuvo la Reserva Federal tras la recesión de 2001. Jugaron ahí dos factores: por un lado, la excesiva confianza de Alan Greenspan en la capacidad de los mercados financieros en estabilizarse por sí solos -un error que él mismo ha reconocido públicamente-; por otro, la reticencia de la Reserva Federal a provocar, de forma deliberada, el estallido controlado de la burbuja, en vez de dejar que siguiera creciendo y estallara por sí sola. Pero también el Congreso americano colaboró a que se fraguara la crisis subprime, porque empujó a las agencias Fannie Mae y Freddie Mac a que ampliaran sus operaciones a préstamos hipotecarios de esa naturaleza.

El crecimiento de los mercados financieros durante los últimos años ha sido desorbitado. Una cifra lo ilustra: el importe vivo de uno de los muchos instrumentos derivados –los “credit default swaps” (CDS)– se calcula que asciende a 55 billones de dólares, es decir, casi 4 veces el PIB de Estados Unidos (que es de 14 billones de dólares), más que todo el stock de capital físico de la economía americana (que se estima entre 40 y 60 billones de dólares). Los manuales dicen que la función de sistema financiero es intermediar entre ahorradores e inversores, y distribuir los riesgos inherentes a la actividad económica. Pero para eso no hace falta un mercado de CDS tan descomunal.

En la práctica, el sistema financiero no ha servido para distribuir eficientemente riesgos, sino que ha creado riesgos, de forma oculta y al margen de toda regulación. La ingeniería financiera ha inventado instrumentos útiles –como la “titulización”–, pero se ha servido de ellos para transmitir riesgos a agentes e inversores que no eran conscientes de ello o no sabían gestionarlos.
En el futuro tendremos que proteger mejor la economía real de los excesos del sector financiero.

¿Qué opina de la política que está siguiendo su antiguo alumno, Bernanke?

La Reserva Federal ha reducido prácticamente a cero el tipo de interés, ha venido inyectando liquidez de forma masiva y está comprando activos que en circunstancias normales ningún Banco Central compraría. Está siendo una política valiente: parafraseando el título de un episodio de la serie Star Trek (Where no man has gone before), Ben Bernanke y la Reserva Federal están prestando "a quien nunca se prestó antes". Son medidas excepcionales y entrañan cierto riesgo. Pero pensemos que cuando llegue la recuperación, muchos de esos activos aumentarán de valores, y puede que las operaciones no ocasionen ninguna pérdida.

El problema con la política monetaria es que, por expansiva que sea, es insuficiente para frenar una recesión grave y profunda. Como decíamos antes, usarla como instrumento exclusivo para salir de una recesión es como empujar con un hilo (pushing on a string).

¿Le preocupa que esa expansión monetaria cuantitativa termine provocando inflación?

La Reserva Federal deberá retirar con rapidez el exceso de liquidez que ahora está generando. No será una tarea fácil, pero será esencial para evitar tensiones inflacionistas. Sé que otro antiguo alumno mío, Ken Rogoff, y otros economistas han afirmado que una inflación moderada ayudará en el futuro a reducir el valor real de las deudas y a facilitar el ajuste. Pero no creo que sea ése el camino a seguir.

El aumento de los déficit públicos y las operaciones de capitalización de instituciones financieras obligarán a grandes emisiones de Deuda Pública, lo que ha despertado temores sobre la sostenibilidad de las finanzas públicas.

¿Qué opina de esos temores?

En materia fiscal siempre he sido enemigo de los déficit y me han considerado un halcón fiscal (deficit hawk). En su día defendí, sin éxito, que la Administración Bush mantuviera el superávit presupuestario de la etapa Clinton y lo dedicara a reducir el nivel de Deuda Pública.

Pero ahora hay que estimular la demanda, y los impulsos fiscales son la única solución. No es el momento de cautelas excesivas. Lo que más deteriora las finanzas públicas son las recesiones prolongadas. Lo importante será evitar que los déficit se vuelvan crónicos. Sé que es difícil convencer a la gente diciendo que, aunque ahora tengamos mucho déficit, el día de mañana los eliminaremos: también cuando piden una copa los alcohólicos prometen a veces que será la última. En materia fiscal habrá que actuar con mucha firmeza y decisión más adelante, lo que exigirá probablemente subir impuestos. Pero ahora no es el momento.

El pasado noviembre el G-20 trató de coordinar los esfuerzos nacionales para salir de la crisis y el Fondo Monetario Internacional propuso un estímulo fiscal coordinado.

En el ámbito internacional las recesiones y los programas de estímulo fiscal hacen imprescindible la coordinación entre Estados. Por un lado, las recesiones suelen provocar una espontánea reacción proteccionista, porque todos los políticos se preocupan por el desempleo en su país, y quiere protegerlo aunque sea a costa de empobrecer al país vecino (beggar thy neighbour). Una ilustración es la cláusula “buy American” que se ha introducido en el paquete fiscal en Estados Unidos, que Obama y sus asesores están tratando de eliminar. Por otro lado, las medidas unilaterales de estímulo fiscal pueden provocar una actitud de "gorroneo" (free rider) de aquellos otros países que, sin estimular su propia demanda interna, aspiran a salir de la crisis gracias a un aumento de sus exportaciones. En algún momento Alemania pareció estar adoptando esa actitud.

Para evitar esas dos tentaciones –el proteccionismo y el gorroneo– es necesario que el estímulo fiscal sea global y todos los países lo lleven a cabo de forma simultánea y concertada. Una cuantía del 2% del PIB, como ha propuesto el FMI, me parece razonable. Lo importante es que se adopten con rapidez y carácter universal.

China parece decidida a introducir un gran estímulo fiscal. En el caso de China lo ideal sería también que subieran los salarios, lo que constituiría una alternativa a la apreciación de su moneda, el rinminbi. Pero la ausencia de un mercado de trabajo libre –a diferencia de lo que ocurre, por ejemplo, en India– está frenando ese proceso de subida salarial. Lo cual no deja de ser paradójico: la única gran potencia marxista que queda en el mundo parece servirse de un gran “ejército industrial de reserva” para mantener bajo el nivel salarial.

La productividad en EEUU y Europa
Finalmente, ¿a qué atribuye que la productividad en Estados Unidos siga siendo todavía significativamente mayor en Estados Unidos que en la Unión Europea?
Los países de la Unión Europea no han logrado alcanzar los objetivos de crecimiento potencial que se plantearon en la cumbre de Lisboa. Su productividad es un 15% inferior a la de Estados Unidos. Su crecimiento potencial está en el 1,7% anual, frente al 3% de Estados Unidos.

A mi juicio, para cerrar esa brecha de productividad la clave no está ni en la dotación de capital humano ni en la de capital físico, sino más bien en ese tercer factor que, conocido técnicamente como “productividad total de los factores”, mide el gran de progreso técnico y de eficiencia productiva y organizativa.

Para que mejore, los países de la Unión Europea debieran poner énfasis en tres aspectos: suprimir los obstáculos a la creación y restructuración de empresas; fomentar los gastos en I+D, tanto mediante incentivos a las actividades privadas, como mediante la financiación pública en I+D básica (en Física fundamental, por ejemplo); y, finalmente, poner énfasis en la mejora de productividad del sector de los servicios (comercio, servicios financieros…), en vez de centrarse en exclusiva en las ganancias de productividad en el sector manufacturero.

La gran diferencia del nivel de productividad agregada entre Estados Unidos y la Unión Europea está justamente en la “productividad total de los factores” empleados en el sector servicios.

“Ahora la zona euro debe demostrar que la unión monetaria resiste bien épocas adversas”
¿Qué opina desde Estados Unidos sobre la política seguida en la zona euro?
He estado muy pocas veces de acuerdo con Milton Friedman. Una de ellas fue, sin embargo, cuando, en un congreso en Venecia que se celebró hace unos años, coincidimos en que ambos nos habíamos equivocado: aunque habíamos vaticinado que no funcionaría, la realidad parecía estar demostrando lo contrario. Los dos pensábamos que la Unión Europea no es un “área monetaria óptima”, y no veíamos en ella una Hacienda pública común de suficiente tamaño como para que pudiera actuar de estabilizador automático cuando algunos países concretos sufrieran crisis específicas. En Estados Unidos el Presupuesto Federal representa el 20% del PIB, mientras que el de la Unión Europea es insignificante. Pero en sus primeros años el euro funcionó bien, para nuestra propia sorpresa, tal vez porque fueron años de prosperidad y de “buen tiempo”.

Ahora que ha llegado la recesión los países integrados en el euro deberán demostrar que la unión monetaria también resiste bien las épocas adversas y el “mal tiempo”. A mi juicio, eso exigirá crear una política fiscal europea –es decir una Hacienda central–, que hasta ahora apenas ha existido. Por otro lado, las medidas nacionales de estímulo fiscal también parecen bastante tímidas, sobre todo en Alemania, especialmente a la vista de la caída del PIB prevista para este año.

En cuanto a política monetaria, el Banco Central Europeo se mostró demasiado pasivo durante mucho tiempo, tal vez porque, a diferencia de la Reserva Federal, tiene como único objetivo la estabilidad de precios. Pero últimamente ha adoptado una postura más activa y parece haber reconocido el carácter excepcional de la situación.

Dejemos de lado la crisis. ¿Cree que la lucha contra el cambio climático puede provocar un proceso de innovación tecnológica que desate una ‘oleada schumpeteriana’ de inversión que disminuya el coste de ese esfuerzo y, además, estimule el crecimiento económico?

Sí, creo que es posible. La innovación tecnológica en el sector de energías renovables podría ejercer durante los próximos años un papel dinamizador similar al que jugó años atrás la llegada de los ordenadores y las tecnologías de la información y comunicación. El desarrollo de energías limpias puede entrañar, además, necesidades adicionales de inversión. En Estados Unidos, por ejemplo, la red de transporte de electricidad se concibió en una época en la que el grueso de la electricidad se generaban en centrales térmicas, próximas a los yacimientos de carbón: ahora será preciso hacer nuevas inversiones, para adecuar la red al desarrollo de otras fuentes, como la eólica.

“El gasto público debe promoverel crecimiento y no un despilfarro”
¿Está satisfecho con el programa de estímulo fiscal que se está discutiendo actualmente en el Senado americano? ¿Le parece suficiente?

El programa tiene un tamaño adecuado: sus casi 900.000 millones de dólares para un período de dos años equivalen, aproximadamente, a un estímulo anual del 3% del PIB (el PIB americano es de unos 14 billones de dólares). En circunstancias como las actuales, es mejor pecar de exceso (overkill) que de timidez.
El programa contiene demasiadas reducciones de impuestos para las empresas. Obama las introdujo para conseguir el apoyo de los Republicanos en el Congreso, pero, paradójicamente, todos votaron en contra de la propuesta. Esas reducciones de impuestos pueden estar justificadas desde el punto de vista de la eficiencia y de estimular el crecimiento a largo plazo: pero la prioridad ahora debe ser estimular con rapidez la demanda y, en especial, el consumo privado.

La reducción de impuestos a las familias e individuos tampoco será muy eficaz, porque la experiencia demuestra que en épocas de crisis las reducciones de impuestos se destinan en gran medida al ahorro. Sólo tienen sentido medidas dirigidas a aquellos que están reduciendo su consumo por falta de liquidez, como serían un aumento de las prestaciones por desempleo o una disminución de impuestos a los trabajadores de menores ingresos.

El aumento del gasto público tendrá un papel esencial. Deberá concentrarse en partidas que no hagan que disminuya el gasto privado. Las transferencias federales a los Estados serán especialmente útiles, porque la falta de ingresos ha obligado a muchos Estados a reducir sus gastos –especialmente en proyectos de infraestructura y en educación–. Los fondos deben utilizarse con rapidez –en dos años, como máximo–, en proyectos y actividades intensivas en empleo. Es verdad que Keynes no descartaba que unos empleados abrieran zanjas y que otros las cerraran, pero lo ideal es que el gasto público promueva el crecimiento a largo plazo y no constituya un despilfarro.

Fuente: Expansión