5 feb 2009

Vestir bien, terapia en tiempos de crisis

por Lucy Kellaway

El verano pasado cené en Roma con un grupo de directivos de aseguradoras británicas e italianas. Para no perder la costumbre, hablamos del tiempo y de la situación económica, hasta que a alguien se le ocurrió hablar de calcetines.

De repente, la velada empezó a cobrar vida. Los hombres retiraron las sillas de la mesa y se remangaron los pantalones. Los ingleses llevaban calcetines bajos, justo por encima del tobillo; los italianos, en cambio, llevaban ejecutivos de punto de seda hasta la rodilla. Los dos bandos observaron con espanto la moda del contrario.

Me acordé de estos expertos en seguros el otro día, leyendo un blog de The New York Times en el que un escritor de moda recomendaba a los hombres qué ponerse el día de su despido. “El atuendo perfecto para un cese debería reflejar ante todo profesionalidad y capacidad de trabajo, y un cierto toque de confianza que deje entrever que se abandona ese puesto por uno mejor. Un traje sobrio con una camisa en tonos vivos es la opción perfecta”.

Aunque a mí personalmente me gustó el consejo, éste provocó una oleada de mensajes de lectores que mostraban su indignación, acusando al autor de cometer una estupidez al centrarse en algo tan trivial en un momento como ése. Estos lectores deberían entender que las banalidades en esta época son más importantes que nunca. Incluso en los buenos tiempos, tampoco creo que deba considerarse superficial asesorar sobre la mejor forma de presentarse en el entorno laboral. Con sólo mirar los calcetines de alguien, sabremos su nacionalidad; por el resto del atuendo conoceremos en qué sector trabaja o su situación económica.

Uno de los efectos secundarios de la recesión es que todos nos arreglamos más. Un traje sobrio no es sólo el atuendo adecuado para un despido, sino para cualquier jornada laboral. Hace poco asistí a una conferencia de directivos de recursos humanos y, a diferencia de hace dos años, cuando todos vestían de manera informal, los asistentes iban con traje y corbata.

El look informal, que en su día adoptamos aliviados como señal de igualitarismo, ahora parece demasiado desaliñado; incluso tiende a pensarse que alguien que viste de forma descuidada tiene la misma actitud con nuestros ahorros. La nueva tendencia a arreglarse es producto de nuestras paranoias. Conozco a un ejecutivo que en las rebajas se ha comprado camisas de una marca exclusiva para enviar a su superior el mensaje subliminal de que prefiere seguir en activo. Ha sido una buena inversión: todavía conserva su puesto y asegura que el ritual de planchar las delicadas prendas le hace pensar con más respeto en su trabajo.

Hace años, descubrí que uno da más importancia a su trabajo cuanto mejor aspecto tiene. Hasta que cumplí los cuarenta, solía vestirme de forma totalmente despreocupada. Ahora llevo chaquetas y tacones, me maquillo e incluso me pongo pendientes de perla. En parte, intento disimular los estragos del paso del tiempo, pero, por otro lado, también he descubierto que, cuando me arreglo para dar una buena impresión, aunque no lo consiga con los demás, lo consigo conmigo misma. Y ése, seguramente, sea un buen comienzo.

Además, cuidar el aspecto ayuda a levantar el ánimo y, con una situación económica tan desastrosa, necesitamos arreglarnos para sentirnos mejor. Hay otras dos ventajas de vestir de manera formal en el trabajo. En primer lugar, al limitar las opciones, no tendremos que preguntarnos qué ponernos y, lo que es mejor, trazaremos una línea clara entre el trabajo y el resto de nuestra vida. Lo mejor de despedirnos del atuendo informal es que con él se van los pensamientos asociados a éste. La idea más patética que he oído es que ese aspecto desaliñado fomentaba nuestra creatividad. Para sobrevivir a esta recesión, lo más recomendable es mejorar nuestro aspecto y tomarnos más en serio nuestro trabajo. Tenemos que salir adelante con nuestro propio esfuerzo. No es casualidad que en ninguno de los foros sobre lo que deberíamos llevar se mencionen los pantalones chinos ni las sudaderas con capucha. Todos parecen querer decir: súbanse los calcetines, ya sean tobilleros o hasta la rodilla.

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