3 abr 2009

Capitalismo y bancarrota son viejos socios en EE.UU.

Por David Wessel

Estados Unidos está volviendo a aprender una vieja lección: el fracaso y la bancarrota son una parte esencial del capitalismo.

La bancarrota es un modo ordenado de dar a una empresa sobreendeudada la posibilidad de volver a empezar y de decidir a qué acreedores se les pagará y a cuáles no. Esto es especialmente válido en EE.UU., donde el capítulo 11 de la ley de bancarrota permite una reestructuración ordenada de los pasivos sin que la empresa tenga necesariamente que perder a su equipo de gestión. Como señala Joseph Stiglitz, premio Nóbel de Economía, la bancarrota es una manera de afrontar esas instancias en las que los mercados no asignan el capital ni monitorean su uso de un modo inteligente.

Durante la época de vacas gordas, la bancarrota es un modo de estimular a la gente a asumir riesgos: una economía donde impera el temor está condenada al estancamiento. Pero el origen del sistema de bancarrota en EE.UU. se remonta a momentos difíciles como los actuales.

A fines del siglo XIX, casi el 20% de las vías férreas pertenecían a empresas de ferrocarriles insolventes, dice David Skeel, profesor de derecho de la Universidad de Pensilvania que ha escrito una historia de la bancarrota. Los gobiernos estatales no sabían qué hacer con líneas férreas que rebasaban sus fronteras, el Congreso se ceñía a una interpretación restringida de la Constitución y los acreedores acudían a los tribunales. Los jueces diseñaron una manera de repartir los activos entre los acreedores que se codificó en una ley de 1898, cuyo espíritu sobrevive hasta el día de hoy.

General Motors y Chrysler son las analogías del siglo XXI de las empresas de ferrocarriles del siglo XIX. No pueden pagar sus deudas. La única diferencia entre GM hoy y GM en un tribunal de bancarrota es que el presidente de EE.UU. y las personas que nombró están tomando las decisiones en lugar de un juez de bancarrota.

Para evitar la bancarrota se necesita el consentimiento de los acreedores. "En teoría, se puede hacer una bancarrota completa a través de un acuerdo con las partes involucradas, pero eso normalmente no funciona", explica David Moss, profesor en la Escuela de Negocios de la Universidad de Harvard. "Suele haber al menos una parte que no está de acuerdo", en este caso los tenedores de bonos de GM. Cambios a la ley realizados durante el New Deal hicieron más difícil llegar a acuerdos. La idea era que un proceso abierto con reglas claras tenía mayores probabilidades de producir un resultado justo, no uno que favoreciera a Wall Street.

Los críticos del presidente Barack Obama dicen que el gobierno no debe inmiscuirse al elegir al presidente ejecutivo de GM y negociar con empleados, jubilados, proveedores y acreedores. Temen que la politización de estas decisiones produzca resultados injustos e imprudentes, como proteger a prestamistas y trabajadores del sector automotor doméstico a expensas de los contribuyentes, mientras prestamistas y empleados de industrias políticamente menos sensibles sufren.

Pero a veces "política" es sinónimo de "democracia". A la gente le cuesta entender por qué los grandes bancos y aseguradoras obtienen rescates y GM se va a la bancarrota. Es difícil convencer a los empleados despedidos de las automotrices que los bancos y su crédito son el sistema circulatorio vital de la economía del país. Obama sabe que necesitará más dinero de los contribuyentes para resucitar a los bancos del país; eso no será popular. Si realizar un esfuerzo público para evitar la bancarrota no funciona, dirá: lo intenté, pero no se pudo. Eso lo podría ayudar a conseguir que el Congreso apruebe más fondos para los bancos.

A propósito, ¿por qué los grandes bancos no pueden acogerse a la bancarrota?

Una razón es que no tienen activos tangibles: tienen sus nombres, su personal y la capacidad de endeudarse en grandes cantidades a corto plazo. Todo eso puede desvanecerse mientras un juez estudia la cuestión. Así que el gobierno creó un sustituto de la bancarrota para los bancos: la Corporación Federal de Seguros de Depósitos (FDIC), la entidad que asegura el dinero de los depositantes.

El Departamento del Tesoro y la Reserva Federal quieren un proceso similar de seudobancarrota para las grandes instituciones financieras. La bancarrota es desagradable.

No debería ser nunca un proceso tan fácil que estimule la temeridad. Pero la bancarrota —o un proceso para compartir las pérdidas— es la única manera de evitar que errores y deudas del pasado comprometan el futuro de la economía.

Fuente: WSJ