16 jun 2009

¿Crisis? ¿Qué crisis? Los votantes desconciertan a la izquierda

por Philip Stephens | FT

¿Seguro que fue ayer cuando occidente se vio sumido en la crisis? Los mercados cedieron bajo las presiones de la crisis crediticia. Los retratos de Adam Smith dieron paso a bustos recien pulidos de John Maynard Keynes. La ira popular contra los codiciosos banqueros prometía devolver la política a las manos de los partidos de izquierdas.

Con respeto a los agoreros que predecían el inminente Apocalipsis, el capitalismo de libre mercado ha sobrevivido: en cierto modo más humilde y, en el caso de la industria de servicios financieros, sometido a una supervisión oficial mucho más estrecha, pero evidentemente muy similar a como era. Los gobiernos han intervenido para apoyar a los mercados en lugar de desmantelarlos. La nacionalización de los bancos se ha convertido en un medio para un fin en lugar de en un fin en sí misma.

La economía global aún se encuentra en una condición delicada. La recuperación será larga y dolorosa –y no sólo en aquellos países donde la prosperidad se ha desarrollado sobre la débil base del crédito incontrolado–. Reino Unido está pagando el precio de su concesión alocada de créditos con el ruinoso estado de sus finanzas públicas; la prudente Alemania afronta una crisis económica aún más profunda como consecuencia del colapso de sus exportaciones. Los rescates bancarios han convertido el derroche privado en deuda pública.

Dicho esto, las predicciones sobre un regreso a los años 30 han demostrado ser tan erróneas como como la irresponsable autocomplacencia de políticos y economistas durante los años de auge. Esta semana, los bancos han comenzado a devolver parte del dinero que recibieron de los contribuyentes. Con respecto al giro que se había predicho hacia la izquierda, no ha llegado a materializarse. No he visto que nadie se apresurara a imitar el modelo ruso de capitalismo estatal.

Es cierto, la crisis económica consolidó la candidatura de Barack Obama a la presidencia de EEUU. Pero los Demócratas hubieran ganado de todos modos. Los Republicanos estaban acabados antes incluso de la quiebra de Lehman Brothers. Obama, en cualquier caso, prometió arreglar la economía, no dar un giro hacia el socialismo.

En Europa, la supuesta crisis del capitalismo se ha convertido en una implosión más que en el renacimiento de la suerte de los enemigos ideológicos del libre mercado. Las elecciones de la semana pasada al parlamento europeo, celebradas en 27 países, confirman esta realidad. Los resultados mostraron que los votantes optaban por los partidos de derechas o de centro derecha. Los socialistas y los socialdemócratas sufrieron una derrota aplastante casi generalizada.

Entre los principales triunfadores en las urnas están los Cristiano Demócratas de Angela Merkel en Alemania, el partido de centro derecha UMP de Nicholas Sarkozy en Francia y la coalición italiana de Silvio Berlusconi, Pueblo de la Libertad. Los socialistas en el gobierno y en la oposición sufrieron una estrepitosa derrota.

El gobierno español de José Luis Rodríguez Zapatero cayó vencido; la administración laborista de Gordon Brown en Reino Unido, humillada. Los socios socialdemócratas de la coalición de Merkel recibieron sólo una quinta parte de los votos. Los resultados de la oposición socialista en Francia fueron incluso peores.

La reacción contra el capitalismo global llegó de manos de las subidas registradas por los pequeños partidos de extrema derecha. El avance de los xenófobos en países como Holanda, Hungría y Reino Unido es motivo de consternación, pero no varía mucho el conjunto del panorama político.

Los fracasos de los partidos de centro izquierda encuentran una explicación concreta para cada caso. Los socialistas franceses hace años que son prisioneros de luchas internas y del lastre de una ideología obsoleta; Merkel se ha movido sistemáticamente mejor que su socio de coalición de centro izquierda. La izquierda italiana se tambalea a consecuencia de un primer ministro que ha arruinado la reputación de su país en el extranjero, pero sigue manteniendo un sólido apoyo a nivel nacional.

Los socialistas y socialdemócratas se han visto aventajados por unos oponentes que han actuado con rapidez para ocupar el espacio político que podría haber reclamado la izquierda. ¿Por qué habrían de optar los votantes por la izquierda cuando Merkel y Sarkozy han mostrado la misma indignación que cualquier ciudadano por los chanchullos del capitalismo “anglosajón”?

Ha contribuido, sin duda, el hecho de que el modelo europeo de bienestar capitalista haya sido siempre tanto propiedad de los cristianos del continente, como de sus socialdemócratas. El desdén de Merkel hacia los hedge fund y las diatribas de Sarkozy contra el fundamentalismo del mercado han despertado la tranquilidad entre los votantes.

Pero los resultados electorales han mostrado algo más que la habilidad táctica del centro-derecha. El apoyo a la economía de mercado ha probado su resistencia. Pese a estar desilusionados por los excesos –y pese al enfado que deberían profesar contra los hurtos de algunos banqueros– los europeos no han reclamado un capitalismo reglamentado.

Pese a sufrir en la actualidad la plaga que suponen los inconvenientes de la globalización, no parecen muy entusiasmados por renunciar a sus ventajas. Es cierto que cada vez es mayor el número de llamamientos para que los gobiernos rescaten a las industrias que se tambalean. A medida que crezca el paro, es probable que aumente el atractivo del nacionalismo económico. Pero los europeos también se han acostumbrado a los beneficios de la globalización: las televisiones de pantalla plana y los ordenadores, la ropa barata y la comida abundante.

En la privacidad de la cabina de votaciones, una mayoría de los votantes llegó a la conclusión de que si el sistema de mercado necesitaba un arreglo, lo sensato era encargar esa labor a políticos con una capacidad demostrable. Las demandas de la izquierda (y de la extrema derecha) para levantar el puente levadizo contra la globalización recibieron un apoyo poco uniforme.

Los votantes quieren ambas cosas: protección frente a las inevitables inseguridades de la integración económica y acceso a las ventajas de la globalización. ¿Quién dijo que los electorados eran coherentes? La respuesta es un gobierno activo y no un gran gobierno –pensado para preservar los mercados abiertos al tiempo que ofrece garantías contra posibles sustos–.

Esto es lo que los partidos de centro izquierda tienen que redescubrir. Por mucho que la crisis global haya dañado severamente la confianza en la mano invisible del mercado, los votantes no quieren verla reemplazada por el puño de hierro de un estado todopoderoso. Detecto que en Europa hay pocos deseos de sufrir impuestos más altos.

Lo que faltó la semana pasada fue un folleto informativo del centro izquierda que reconociese los beneficios de la globalización al tiempo que fomentaba una mayor distribución de las oportunidades. Una ayuda, si lo prefieren. La victoria sobre el capitalismo puede satisfacer viejos prejuicios ideológicos, pero no responde a las demandas de los votantes de prosperidad e imparcialidad. Esta es una lección que la izquierda tiene que aprender.

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