29 mar 2010

La inquebrantable fe en los mercados de Gary Becker

Por Peter Robinson

STANFORD, CALIFORNIA— "No, de ninguna manera". Así responde Gary Becker cuando se le pregunta si el colapso financiero, la peor recesión de los últimos 25 años, y la llegada al poder en Estados Unidos de una administración que quiere expandir el rol del gobierno central lo han hecho reevaluar su compromiso con el libre mercado.

Becker es uno de los fundadores, junto con su amigo y profesor, el fallecido Milton Friedman, de la escuela de economía de Chicago. Cuando ya han transcurrido cerca de 40 años desde que obtuviera la prestigiosa Medalla John Bates Clark, otorgada a los economistas menores de 40 años, y 20 desde que ganara el Premio Nobel, Becker, de 79 años, ocupa una posición inusual para alguien que ha pasado toda su vida profesional en el ultracompetitivo ámbito de la economía: no tiene que demostrarle nada a nadie. Por eso es incluso más extraordinario que trabaje con el mismo ímpetu de un profesor joven. Publica en forma regular, sigue dando clases en la Universidad de Chicago (donde ya lleva 32 años) y escribe, junto a su amigo el juez Richard Posner, el Becker-Posner Blog, una de las páginas Web más visitadas por quienes están interesados en la economía y el derecho.

Cuando sus clases lo permiten, Becker acude a la Hoover Institution, el centro de estudios de la Universidad de Stanford, donde ha sido catedrático desde 1988. El día que me reuní con él, en su oficina en la Hoover Institution, Becker había asistido a un encuentro con el ex secretario del Tesoro, Hank Paulson y había pasado varias horas recorriendo la sede de Apple, en la localidad cercana de Cupertino, junto a su esposa, la historiadora del arte de Medio Oriente Guity Nashat, y su nieto. "Supongo que es correcto calificar a mi nieto como un genio de las computadoras", dice con orgullo. "Apenas tiene 14 años, pero ya ha vendido un par de aplicaciones".

Comienzo con la pregunta obvia. "¿La reforma de salud? Es una mala ley", contesta. "El sistema de salud en Estados Unidos es bastante bueno, pero tiene un número de debilidades. Esta ley no las resuelve. Añade impuestos y regulaciones. Va a aumentar los costos de la salud, no contenerlos".

Malas leyes, mantenidas por grupos de interés. En 1982, le recuerdo a Becker, el economista Mancur Olson publicó un libro llamado "El ascenso y la caída de las Naciones", donde predecía esta tendencia. Con el tiempo, argumentaba Olson, los grupos de interés presionan para obtener políticas públicas que casi siempre son proteccionistas, redistributivas o antitecnológicas. Políticas que, en una palabra, inhiben el crecimiento económico. Así y todo, como los beneficios de estas políticas apuntan directamente a los grupos de interés, mientras los costos son repartidos entre toda la población, hay muy poca oposición a ellas. Le pregunto a Becker si no cree que el cuadro pintado por Olson en 1980 se parece a los Estados Unidos actuales. Becker piensa por un momento, girando hacia la ventana. "No necesariamente", responde.

"La idea de que los grupos de interés pueden obtener beneficios específicos del sistema políticos, sí, ésa es una idea muy importante", dice. "Pero uno puede tener intereses que compiten entre sí. Como la industria automotriz. Las automotrices de Detroit quieren políticas proteccionistas. Pero los importadores quieren libre comercio. Y entonces se pelean. Ahora, en algunas de estas peleas ganan las fuerzas de la oscuridad, y en otras prevalecen las fuerzas de la luz. Si un país tiene intereses contrapuestos, no debería haber un sesgo sistemático hacia políticas dañinas".

Becker pone las manos en la nuca. Reflexiona, otra vez, y después sonríe con amargura. "Por supuesto que eso no quiere decir que no hay ningún sesgo sistemático hacia las políticas dañinas", dice. "Siempre está ese prejuicio contra el que nos enfrentamos todo el tiempo: los mercados son difíciles de apreciar".

El capitalismo ha producido los más altos estándares de vida de la historia, ¿y aún así sus beneficios son difíciles de apreciar? Becker explica: "La gente tiende a atribuirle buenas intenciones al Estado. Y, si uno asume que los funcionarios de gobierno tienen buenas intenciones, entonces uno tiende a asumir también que los funcionarios siempre actúan en nombre del bien común. La gente también cree que los empresarios y los inversionistas, por el contrario, sólo quieren ganar dinero, no actuar en nombre del bien común. Por eso es difícil ver cómo esta búsqueda de ganancias puede mejorar los estándares de vida generales. Es una idea demasiado contraintuitiva. Por lo tanto, luchamos siempre contra una especie de sospecha permanente contra los mercados. Siempre está la tentación de creer que los mercados triunfan saqueando a los desafortunados".

Le leo un pasaje de una columna del historiador Victor Davis Hanson publicada en un matutino. "Estamos en una época revolucionaria", sostiene Hanson. "En la cual el gobierno se expandirá para asumir el control de todo, desde los créditos estudiantiles a la energía". Luego, le leo una columna del economista Thomas Sowell. "Con la aprobación de la legislación que le permite al gobierno asumir el control del sistema de salud" escribe Sowell, "se marca un hito en el desmantelamiento de los valores e instituciones de Estados Unidos".

"Son muy elocuentes", señala Becker, sin perturbarse. "Y tal vez tengan razón, pero no soy tan pesimista". La tentación de ver con recelo a los mercados es sólo eso, una tentación. Aunque los electores puede sucumbir temporalmente a ella, a la larga la superan.

"Una de las cosas que destacó el secretario del Tesoro Paulson esta mañana fue la ira, la ira inesperada, de los estadounidenses cuando el gobierno rescató a los bancos. Esta creencia en la responsabilidad individual, de que las personas deben ser libres para tomar sus propias decisiones para luego atenerse a las consecuencias de esas decisiones, sigue siendo muy poderosa. Los estadounidenses no quieren una expansión del Estado. Quieren más de lo que ofreció Reagan. Quieren un gobierno limitado y crecimiento económico. Espero que así lo manifiesten en las elecciones de noviembre".

Suponiendo entonces que los estadounidenses todavía quieren un Estado limitado, pregunto, ¿qué pasa con aquellos que dominan la prensa y las universidades? ¿Qué ocurre con aquellos formadores de opinión para quienes la crisis financiera significó el fin del capitalismo y envió a la irrelevancia a la Escuela de Chicago?

"Durante la crisis financiera", responde Becker, "fallaron tanto el Estado como los mercados (o, mejor dicho, algunos aspectos del mercado)".

La Reserva Federal, el banco central de EE.UU., explica Becker, mantuvo las tasas de interés demasiado bajas durante demasiado tiempo. Freddie Mac y Fannie Mae, los bancos hipotecarios del gobierno, cometieron el error de participar en el mercado de instrumentos subprime. Y, a medida que avanzaba la crisis, las agencias regulatorias respondieron mal. "La Fed y el Tesoro no vieron acercarse a la crisis hasta que fue demasiado tarde. La SEC (la Comisión de Bolsa y Valores de EE.UU.) no la vio en ningún momento", dice Becker.

"Los mercados también cometieron errores. Y algunos de los que estudiamos a los mercados también cometimos errores. Algunos de mis colegas de la Universidad de Chicago probablemente sobreestimaron la capacidad de la Fed para calmar las turbulencias. Yo no he escrito mucho sobre la Fed, pero, si lo hubiera hecho, probablemente también habría sobreestimado su capacidad. Cuando los bancos empezaron a desarrollar instrumentos nuevos, los economistas prestaron muy poca atención a los riesgos sistémicos (los riesgos que estos instrumentos tenían para todo el sistema financiero)".

"Algo que aprendí de Milton Friedman es que de tanto en tanto siempre hay problemas financieros, por eso no me sorprendió la aparición de la crisis financiera. Lo que sí me sorprendió fue que salpicara a la economía real. No había previsto que la crisis pudiera ser tan grave. Ése fue mi error".

Becker reflexiona otra vez. "Entonces, sí, los economistas cometimos errores. Pero, ¿acaso la experiencia de los últimos año invalida la idea de que los mercados son la manera más eficiente de producir crecimiento económico? De ninguna manera".

"Mire el crecimiento de los países desarrollados desde la Segunda Guerra Mundial", continúa. "Incluso después de tomar en cuenta todas las recesiones, los números son bastante buenos. Por eso, si una recesión tan grave como ésta fuera el precio de tener mercados libres (no creo que sea la mejor manera de decirlo, porque los gobiernos contribuyeron en gran medida a los problemas actuales), si ese precio fuera esta recesión tan grave, uno igual diría que es un precio que vale la pena pagar".

"O miremos a los países en desarrollo", agrega Becker. "China, India, Brasil. Mil millones de personas han salido de la pobreza desde 1990 gracias a que sus países se han movido hacia economías más basadas en los mercados. Mil millones de personas. Nadie está pidiendo revertir este proceso".

Mi última pregunta empieza con una pequeña historia. Le cuento a Becker que conversé con Friedman poco antes de su muerte, en 2006. Friedman había estado revisando las cifras de gasto público del gobierno de George W. Bush, y no estaba contento. Después de una pausa durante los años de Ronald Reagan, explicó Friedman, el gasto público de EE.UU. estaba otra vez en alza. "El desafío de mi generación", me dijo Friedman entonces, "fue proveer una defensa intelectual de la libertad". Después me miró. "El desafío de tu generación es mantenerla".

¿Cuáles son las probabilidades, le pregunté a Becker, de que esta generación pueda, en efecto, mantener su libertad? "Podría pasar cualquiera de las dos cosas", responde. "Milton tenía razón acerca de ello".

Becker recita de memoria algunas cifras. Durante años, el gasto del gobierno federal de EE.UU. Se mantuvo en alrededor del 20% del PIB. Ahora, ese gasto ha crecido hasta el 25% de la economía. Según las últimas proyecciones, el gasto del gobierno federal pronto crecerá hasta el 28%. "Eso me preocupa", dice Becker. "Me preocupa mucho".

"Sin embargo, cuando Milton estaba empezando su carrera", continúa, "la gente realmente creía que una economía controlada por el Estado era la manera más eficiente de promover el crecimiento. Hoy nadie cree eso, quizás con la excepción de Corea del Norte. Si uno va a China, India, Brasil, Argentina o México, incluso a Europa Occidental, verá que casi todos los economistas de menos de 50 años tienen una orientación libremercadista. Existen diferencias de énfasis y opinión entre ellos, pero están orientados hacia los mercados. Esa es una victoria intelectual muy, pero muy importante. ¿Tendrá esta victoria un efecto sobre las políticas públicas de los gobiernos? Sí. Ya lo ha tenido. Y creo que en los próximos años tendrá un impacto aún más grande".

El cielo, del otro lado de su ventana, ha empezado a oscurecerse. Becker se pone de pie, coloca algunos papeles en su portafolios y después se pone una chaqueta de tweed y una gorra de béisbol. "Cuando pienso en mis hijos y mis nietos", dice, "creo que sí, que tendrán que luchar. La libertad no puede ser ganada fácilmente. Pero no es una batalla perdida. De ninguna manera es una batalla perdida. Básicamente sigo siendo optimista".