2 abr 2010

Para Brasil, el mañana ya llegó

Por Paulo Prada

Durante el último siglo, Brasil ha sido una tierra de gran potencial, pero de escasos resultados. Con una inflación galopante y una deuda nacional estratosférica, el país era tal desastre que a nadie se le hubiera ocurrido pensar que acabaría jugando un papel clave en el escenario mundial.

Las cosas han cambiado… y de qué manera.

He aquí un ejemplo: en medio de la peor crisis económica mundial desde la Gran Depresión, la economía de Brasil apenas se contrajo el año pasado 0,2%, y se espera que crezca hasta 6% este año. Los brasileños comunes y corrientes han estado demasiado ocupados comprando lavadoras, automóviles y televisores de pantalla plana como para darse cuenta de lo que pasaba a su alrededor.

Brasil ya es la mayor economía de América Latina y la décima del mundo. Para 2050, probablemente saltará al cuarto lugar, por encima de países como Alemania, Japón y Gran Bretaña, según un estudio de Goldman Sachs.

Es obvio que Brasil es hoy en día una nación con la influencia, la ambición y los fundamentos económicos para convertirse en una potencia mundial. Pero el país aún debe superar enormes obstáculos antes de hacer honor a su potencial.

Su sector público es demasiado grande y tiene graves problemas de corrupción. La tasa de criminalidad es demasiado alta, su infraestructura necesita urgentemente de una reparación y expansión y el ambiente empresarial es restrictivo, especialmente por un código laboral que parece copiado del manual económico de Benito Mussolini. Brasil también corre el riesgo de autofelicitarse tanto que no logra ver el trabajo colosal que aún tiene por delante.

"Hay demasiadas cosas buenas que están ocurriendo como para que el país no las aproveche", afirma Ricardo Amorim, un conocido asesor financiero de São Paulo. "Brasil nunca ha tenido una oportunidad igual como la que tendrá en los próximos años".

Gran promesa

Brasil siempre ha tenido que superar grandes expectativas, simplemente debido a su tamaño. El país es más grande que Estados Unidos, excluyendo Alaska, y tiene una población casi equivalente a las de Alemania, Francia y Gran Bretaña combinadas. Sin embargo, con la excepción del fútbol y la música, muchos brasileños tienden a creer la noción —supuestamente atribuida a Charles de Gaulle— de que "Brasil no es un país serio".

Las cosas empezaron a cambiar en los años 90. El gobierno adoptó estrictas políticas monetarias y se centró en balancear sus cuentas. Esta prudencia fiscal ha permitido al país contar con grandes reservas de efectivo, y con un margen de maniobra durante las crisis.

"Éste es un Brasil diferente al de hace diez años", alardeó recientemente el presidente Luiz Inácio Lula da Silva. En aquel entonces, dijo, "la crisis en Grecia ya habría dejado a Brasil en la bancarrota".

Además, ahora hay un consenso político para evitar los errores del pasado. Hasta hace poco, las elecciones en Brasil se consideraban pugnas entre propuestas populistas irresponsables y voces que promulgaban inversión, estabilidad y crecimiento. Ahora, no se espera que ningún candidato a las elecciones presidenciales de octubre, ya sea de izquierda o de derecha, se aleje de las actuales políticas económicas. Lo que rige es una mezcla funcional de reglas de mercado abierto y programas de bienestar social.

Incluso la promesa de una mayor participación estatal en la economía realizada por Dilma Rousseff, la jefa de gabinete y candidata designada por el presidente Lula da Silva para sucederlo en el cargo, no ha asustado a los empresarios. "Es reconfortante tener elecciones y ver que no haya ningún revuelo cualquiera que sea el resultado", afirma Andrew Béla Jánszky, un abogado brasileño especializado en inversiones en la oficina paulista de Shearman & Sterling LLP. "Por primera vez, la estabilidad es algo que se espera".

El trabajo duro también ha permitido a Brasil —ya un líder en la exportación de mineral de hierro, acero, café, soya, azúcar y carne de res— destacarse en sectores en los que antes sólo se permitía soñar. Después de décadas de investigación e inversión, Brasil descubrió en 2007 gigantescos yacimientos de petróleo en el Atlántico que podrían duplicar su producción de crudo en los próximos años, generando miles de millones de dólares anuales en nuevos ingresos.

Limpieza doméstica

Los resultados de todos estos cambios han sido drásticos. El auge económico ha sacado a millones de brasileños de la pobreza y está creando una pujante clase media.

Pero antes de que Brasil pueda lograr sus ambiciones de ingresar en el primer mundo, debe abordar grandes deficiencias económicas, legales y sociales que han frenado su desarrollo.

Entre otras cosas, incluso después de grandes reformas, el papel del gobierno en la economía sigue siendo relativamente amplio. El gasto gubernamental representa más de 20% del Producto Interno Bruto del país, frente a 15% en EE.UU., 13% en China y 7% en Indonesia, otro país de rápido crecimiento, según datos de la consultora brasileña Mosaico Economía Política. El gobierno redujo hasta 150.000 empleos en los años 90, pero desde entonces ha creado el doble, según un informe de Banco Santander, la entidad española que es uno de los mayores inversionistas extranjeros en Brasil. Incluso con más margen que nunca para gastar, la deuda del gobierno ha comenzado a repuntar de nuevo.

Para ayudar a financiar el aumento del tamaño del gobierno —y los onerosos planes de pensión y de beneficios— "la tendencia probablemente irá hacia mayores impuestos, menores inversiones y, con ello, menor crecimiento a largo plazo", dijo Santander en el informe. El creciente gasto se produce mientras la demanda del consumidor también está aumentando, alentada por los préstamos estatales. Este factor ha hecho que la inflación se asome de nuevo, obligando al banco central a considerar de nuevo un aumento de las tasas de interés.

Otro problema es el restrictivo ambiente empresarial, especialmente las estrictas leyes laborales que se remontan a los años 40. Los altos costos de crear una compañía y contratar trabajadores hacen que muchos empresarios y negocios permanezcan en el mercado negro y paguen a sus trabajadores fuera de los libros contables. Esto crea una gigantesca economía informal que, según un estudio divulgado en 2005 por McKinsey & Co., representa hasta 40% del PIB de Brasil, la mitad de los trabajos urbanos y frena su crecimiento económico en hasta 1,5% anualmente.

El problema es palpable en todo Brasil, donde el comercio informal está en todas partes, en las aceras, en los autobuses públicos y en las famosas playas de Rio de Janeiro. "Preferiría tener un trabajo de verdad, pero es mucho más fácil conseguir un empleo como este", afirma Milton, un joven de 28 años que vende software y DVD piratas en el centro de São Paulo. "Este tipo de trabajos abunda por todas partes", dijo el vendedor, quien prefirió no dar su apellido.

Otro obstáculo al crecimiento es la falta de infraestructuras, desde carreteras, vías ferroviarias y puentes, hasta puertos, aeropuertos y oleoductos. Al igual que todo lo demás en este país, las inversiones en infraestructura fluctuaron en el pasado dependiendo del estado de la economía. Los proyectos eran abundantes cuando sobraba el dinero y quedaron abandonados durante las décadas de vacas flacas.

La mayoría de la infraestructura actual del país no sólo está obsoleta y en malas condiciones, sino que también es demasiado pequeña para manejar el volumen de personas y bienes que la usan, esto sin contar con el nuevo crecimiento. La semana pasada, el gobierno anunció la segunda fase de un ambicioso "programa de aceleración del crecimiento" que lanzó en 2007. El plan original contempla inversiones en infraestructura de unos US$342.000 millones, pero muchos de los proyectos se encuentran obstaculizados por los problemas burocráticos. Contas Abertas, un grupo sin ánimo de lucro que estudia el gasto público, dijo en un estudio divulgado este mes que sólo se ha completado 11% de los proyectos contemplados en el plan y la mitad ni siquiera se han lanzado.

Para los observadores, las cosas tendrán mejor aspecto a medida que Brasil se prepara para ser el anfitrión de la Copa Mundial de Fútbol en 2014 y Rio de Janeiro de los Juegos Olímpicos en 2016. Se inaugurarán nuevas autopistas y terminales de aeropuerto junto con modernos estadios y bellas avenidas. Pero las empresas manufactureras, los exportadores y las empresas de carga —que de manera regular tiene que esperar días o semanas para recibir los permisos necesarios en los puertos y zonas aduaneras del país— saben que Brasil necesita más que cambios cosméticos.

El progreso también es insuficiente en otras áreas. El crimen aún es un serio problema en la mayoría de las ciudades y en las zonas rurales donde despiadados buscadores de minerales, empresas madereras y terratenientes se llevan por delante a sus vecinos. Y los cuerpos policiales reciben salarios tan bajos que es común que las autoridades se hagan de la vista gorda a cambio de algo de dinero o cometan serias violaciones de derechos humanos para resolver problemas que los congestionados juzgados raramente pueden arreglar. Un informe divulgado por la asociación Human Rights Watch —en el que usó estadísticas del propio gobierno— reveló que la policía en Río de Janeiro y São Paulo asesinó a más de 1.000 personas anualmente en los últimos años, muchos de ellos en ejecuciones "extrajudiciales".

Además, los políticos y legisladores brasileños gozan de un alto nivel de impunidad. La Policía Federal, el organismo del orden público más respetado del país y que está encargado de combatir la corrupción, tiene abiertas en la actualidad casi 30.000 investigaciones relacionadas a casos de corrupción y fraudes públicos, según un reciente informe.

Y por último, queda la educación. Brasil tiene un popular programa de bienestar social que paga a los padres de bajos recursos para que mantengan a sus hijos en el colegio en lugar de que vayan a trabajar para poner comida en la mesa. Pero los mismos colegios públicos no cuentan con los fondos suficientes y la calidad de la educación sigue siendo deficiente.

Lula da Silva y sus ministros reconocen que queda mucho por hacer. Hasta ahora, señalan, el trabajo realizado ha consistido en poner las bases para la estabilidad y así facilitar las inversiones y el crecimiento en el futuro. Ahora que los populares programas sociales han ayudado a aliviar el sufrimiento de los más pobres —y ha evitado las consecuencias más graves de la crisis financiera— el gobierno puede empezar a concentrarse en las estrategias para asegurar un crecimiento sobre cimientos más sólidos.

Fuente: WSJ