30 jun 2010

Los beneficios del fin del desbarajuste económico

Por Anatole Kaletsky

[Capital]

Un economista, un químico y un físico naufragan en una isla. Su único alimento es una lata de frijoles, pero no tienen abrelatas. ¿Qué harán? El físico dice: "Pongamos la lata al sol, podría fundirla y hacer un agujero". "No", dice el químico. "Deberíamos verter agua salada en la tapa, podría oxidarla". El economista interrumpe: "Están malgastando el tiempo con esas ideas complicadas. Presumamos que tenemos un abrelatas".

Este chiste, popular entre los economistas, nos dice más sobre las causas y consecuencias de la crisis 2007-2009 que cualquier discurso ministerial o estudio de Wall Street. La propensión de la teoría económica moderna por asunciones injustificadas y excesivamente simplificadas permitió a políticos, reguladores y banqueros crearse el mundo imaginario de la ideología fundamentalista de mercado, en la cual la estabilidad financiera es automática, el desempleo involuntario es imposible y eficiente, los mercados omniscientes pueden resolver todos los problemas económicos, si tan sólo el gobierno se mantiene al margen.

En la nueva economía resultante de la crisis financiera, las conjeturas autocomplacientes de que los mercados son eficaces y se estabilizan solos se han visto desacreditadas, pero algo habrá que poner en su lugar. Desde el siglo XVIII, cada transformación del sistema capitalista ha coincidido con un entendimiento transformado de la economía: Smith y Ricardo de 1780 a 1820; la revolución marginalista de Mill, Jevons y Walras alrededor de 1870; Keynes en la década de 1930; y Friedman en los años 70. El nuevo modelo de capitalismo también tendrá que construirse con base en nuevos conceptos económicos; y los acontecimientos que siguieron al colapso de Lehman Brothers seguramente deben provocar una revolución en el pensamiento económico.

La mayor vergüenza para los economistas académicos en la crisis de 2007-2009 no fue su fracaso en predecir la recesión sino su incapacidad de proveer consejos útiles a políticos y banqueros centrales durante la debacle. Su incapacidad de analizar fue mucho más dañina que su incapacidad de predecir, ya que la economía nunca ha afirmado seriamente ser una ciencia profética. Keynes nunca publicó una previsión económica, ni Hayek, Ricardo o Adam Smith. Lo que la economía ofrecía era una serie de herramientas analíticas para explicar la realidad y sugerir respuestas sensatas a eventos inesperados. En este aspecto, la economía contemporánea reveló su insuficiencia.

Si bien las recomendaciones académicas de la Izquierda y de la Derecha diferían en casi todo, incluyendo los gastos de estímulo, tenían un curioso elemento en común: un distanciamiento de la realidad que les hacía inservibles para cualquier propósito práctico.

Por ejemplo, uno de los oscuros secretos de la economía académica moderna es que los modelos informáticos usados por los bancos centrales y ministerios de finanzas para ayudarles a fijar las tasas de interés y regular la banca apenas dicen nada sobre finanzas. Tan sólo suponen que las deudas se pagan en su totalidad, que los mercados financieros siempre funcionan, y que el dinero es "neutral", es decir, que no tiene efecto en la actividad económica, en la producción ni en el mercado laboral. En la práctica, todo esto significa que a los políticos y los banqueros centrales que pidieron consejo a los economistas académicos, recibieron como respuesta: "Arrégleselas como puedan, ya que la situación que enfrentan es imposible: nuestras teorías muestran que no puede existir".

Los altibajos financieros han desconcertado y fascinado a los pensadores económicos desde los primeros días del capitalismo. Por lo tanto, no es sorprendente que la mayor crisis financiera que podamos recordar, después de la bancarrota de Lehman, recibiera diferentes explicaciones: desde ahorros excesivos en China a errores de política de la Reserva Federal, pasando por las prácticas corruptas y los hechos inmutables de la psicología humana, cristalizados en las inolvidables frases de dos palabras de Alan Greenspan: primero "exuberancia irracional", después "avaricia infecciosa" y finalmente "asombrosa incredulidad".

El tema central de todas las explicaciones de los ciclos de altibajos es la imprevisibilidad del futuro. Esto es lo que hace diferente a las finanzas —y más inestable— que otras actividades económicas. El objetivo principal de cualquier sistema financiero es vincular las decisiones adoptadas hoy con eventos que pasarán dentro de muchos años o incluso décadas. Inversionistas y negocios deben resolver ahora cuánto ahorrar y gastar, si construir nuevas fábricas y qué tecnologías usar, pero todas estas decisiones dependen de opiniones sobre el futuro; y a menudo, muchas de estas opiniones se pueden basar sólo en presentimientos, esperanzas y miedos.

En ocasiones, los economistas modernos suponen que los financistas y operadores toman decisiones calculando las probabilidades futuras de la misma forma en que lo hacen las empresas comunes, operando en el presente, contando las actuales ganancias y pérdidas. Pero la sustitución de las distribuciones de la probabilidad por hechos observables no resuelve el problema de la incertidumbre. Tan sólo sirve para ocultar el verdadero problema. Calcular las probabilidades puede funcionar lo suficientemente bien en el negocio de los seguros o en el día a día de la banca, pero en muchos casos la probabilidad no se puede evaluar. Recientes eventos han ofrecido espectaculares ejemplos: ¿cuál era la probabilidad de que dos aviones se estrellaran contra las Torres Gemelas en menos de una hora? ¿Cuál era la probabilidad de que el gobierno estadounidense retirara repentinamente su apoyo a una institución financiera vital que todo el mundo "sabía" que "era demasiado importante para hundirse"?

El papel de la imprevisibilidad inherente en las finanzas significa que los precios más importantes fijados en los mercados financieros —tasas de interés, tasas de cambio, valores bursátiles y valores de propiedades— casi nunca reflejarán correctamente las condiciones en la economía actual y podrían no crear los adecuados incentivos de inversión y ahorros para mantener en equilibrio la economía. La mayoría de las veces, los errores tienden a anularse mutuamente o a autocorregirse rápidamente a través de la competencia normal del mercado. Pero de vez en cuando, los mercados financieros sufren un cortocircuito, sucumbiendo a los excesos alternativos de la avaricia y al miedo que crean los ciclos de altibajos.

¿Significa esto que los ciclos financieros son patológicos e inmorales? La alternancia entre la avaricia y el miedo sí causa pérdidas y alteraciones económicas a corto plazo, así como sufrimiento entre gente inocente que no está involucrada en las finanzas. Pero, en una perspectiva histórica más amplia, se puede observar cómo los ciclos financieros juegan un papel crucial en la evolución del sistema capitalista.

Después de todo, la avaricia y el miedo no son condiciones antinaturales o disfuncionales. La selección natural tiene buenas razones para preprogramar estas emociones en el cerebro humano. La gran perspicacia de Adam Smith fue que la codicia —eufemísticamente descrita como autointerés— es la fuerza creativa que lleva constantemente a la humanidad a mejorar el mundo material.

La avaricia es lo que da impulso a la flecha del progreso, no sólo en la economía. En la filosofía china, el principio creativo de yang, está asociado a la agresividad y adquisición. Pero la avaricia, ya sea de posesiones materiales como de gloria política, se debe controlar. De ahí el valor evolutivo del miedo. El miedo, también conocido como prudencia, precaución o el yin chino, es tan importante como la ambición y la codicia para el éxito humano.

Esta es la razón por la que se necesita el anillo de ciclos financieros repetitivos como mecanismo compensador para controlar la flecha del progreso. De hecho, la interacción entre la flecha y el anillo podría ser necesaria para que el sistema capitalista evolucione y mejore, al igual que se necesita el equilibrio entre la codicia de ganancias y el temor a la bancarrota para que los negocios e industrias se adapten y mejoren.

Sin embargo, en ocasiones, quizás tan sólo una vez por generación, las oscilaciones financieras de la avaricia y el miedo se escapan de control. En estas circunstancias, una fuerza política ajena a la economía de mercado debe intervenir para moderar el ciclo financiero. Los gobiernos o los reguladores deben tener el poder y la autoconfianza para predecir y tomar el control de las señales del mercado. Deben aceptar la responsabilidad de gestionar la actividad económica y el empleo. Y deben estar preparados para apuntalar el sistema financiero si fallan las regulaciones.

—Anatole Kaletsky es editor de 'The Times' en Londres.

Adaptado de "Capitalism 4.0: The Birth of a New Economy in the Aftermath of Crisis" (algo como "Capitalismo 4.0: El nacimiento de una nueva economía después de la crisis"), de Anatole Kaletsky, que se lanzó este mes por Public Affairs, una división de Perseus Books Group.
Copyright © 2010 por Anatole Kaletsky.