2 jul 2010

Los gemelos opuestos discrepan sobre el futuro de la Unión Europea

Por Marcus Walker y David Gauthier-Villars

La fallida química personal entre Nicolas Sarkozy y Angela Merkel complica las relaciones entre Francia y Alemania.

Poco después de ser electo presidente de Francia en 2007, Nicolas Sarkozy se reunió con la canciller alemana, Angela Merkel, en una fábrica de aviones en Toulouse para resolver una disputa franco-alemana sobre la gestión de Airbus.

Sarkozy bromeó que ambos formarían un buen equipo para dirigir el fabricante europeo de aviones. "Usted se puede encargar de los detalles", dijo, según algunos asistentes. "Y usted del marketing", respondió Merkel.

El encuentro fijó el tono de lo que ambas partes reconocen ha sido una relación difícil entre los líderes de las dos potencias económicas de la Unión Europea. La crisis de la deuda ha exacerbado la tensión, a medida que los grandiosos planes del infatigable presidente francés se topan con las dudas de la austera canciller sobre la letra chica.

Los "gemelos opuestos", como llama en ocasiones Sarkozy a su país y a Alemania, se encuentran en bandos contrarios sobre temas cruciales para el futuro económico de Europa. Ambos líderes se han enfrentado recientemente en asuntos como el rescate de Grecia, la independencia del Banco Central Europeo y la forma que debería adoptar el nuevo "gobierno económico" de Europa propuesto por Francia.

Es muy poco lo que une a ambos líderes en este momento, aparte de su menguante autoridad en sus respectivos países. La popularidad de Sarkozy alcanzó un nuevo mínimo de 26% en un sondeo de TNS Sofres divulgado el jueves, mientras que una reciente rebelión interna en el partido político de Merkel subraya el descontento en Alemania sobre su liderazgo y manejo de la crisis griega.

A las élites políticas de ambos países les preocupa que la mala relación complique los esfuerzos para reparar las grietas en la estructura de la zona euro que la crisis griega dejó al desnudo. "Europa no puede avanzar sin el motor franco-germano", dijo el ex presidente francés Valéry Giscard d'Estaing durante un reciente debate en París.

Los estrechos lazos personales y un sentido de compartir una misión histórica han caracterizado las relaciones franco-alemanas desde principios de los años 60. Los dos países discreparon a menudo sobre temas económicos y de otra índole, pero su alianza se cimentaba en la creencia de que los acuerdos franco-alemanes eran la clave para lograr pactos europeos más amplios.

Pero con el fantasma de las guerras que los enfrentaron el siglo pasado casi en el olvido, Alemania ha abandonado su renuencia a hacer valer sus intereses nacionales, incluyendo los financieros. Berlín ya no tiene que defender —y usar su poderío económico para financiar— las prioridades políticas francesas que llevaron una vez al general Charles de Gaulle a decir que Alemania era el caballo y Francia el jinete.

Con este panorama como telón de fondo, la extraña química personal entre Sarkozy y Merkel complica aún más la relación.

El inquieto Sarkozy, conocido en Francia como "el conejo de Duracell", bombardea a otros líderes con iniciativas y a menudo hace importantes anuncios antes de que concluyan los acuerdos. Por el contrario, la precavida Merkel, conocida en los círculos europeos como la "Madame Non", reconoce que sólo le gusta tomar decisiones después de estudiar durante mucho tiempo todas las facetas de un tema.

En teoría, tienen mucho en común. Ambos tienen 55 años y no son miembros tradicionales de la clase política. Sarkozy, descendiente de inmigrantes judíos húngaros y sefarditas, no se graduó de las universidades de élite de las que surgen la mayoría de los líderes franceses. Por su parte, Merkel creció en la comunista Alemania del Este y entró en la política sólo después de la unificación alemana, convirtiéndose en la líder protestante y centrista de un partido conservador dominado por hombres católicos.

Aquí es donde terminan las similitudes. Sarkozy, amante de los Rolex, celebró su elección con una fiesta en los Campos Elíseos, pasó unas vacaciones en el yate de un amigo multimillonario y se casó con la cantante y ex supermodelo italiana Carla Bruni.

Merkel está casada con un profesor de física y luchó durante años con sus asesores que insistían en que usara un corte de pelo más a la moda y dejara de lado su ropa desaliñada, alegando que lo importante era sus políticas, no la apariencia. Cuando se enteró de que sería canciller, brindó con agua mineral.

En reuniones privadas con otros políticos alemanes, Merkel ha imitado el nervioso lenguaje corporal de Sarkozy cuando está agitado. El mandatario francés, por su parte, se ha referido a la canciller alemana como la "mujer del Este" en reuniones con sus ministros, según un asesor.

Ambos bandos, sin embargo, son conscientes de que las relaciones franco-alemanas son cruciales para cualquier acuerdo dentro de la UE. Así que Sarkozy emprendió una ofensiva. En mayo de 2008, en la entrega de un prestigioso premio europeo a Merkel, brindó un efusivo tributo a la canciller, diciendo: "Me encanta Angela Merkel, mucho más de lo que la gente dice". "Se lo agradezco, mi querido Nicolas, de todo corazón", respondió en francés Merkel.

El romance duró poco. La crisis tras el colapso de Lehman Brothers en septiembre de 2008 produjo nuevos enfrentamientos entre Berlín y París. Sarkozy, por ejemplo, propuso un rescate colectivo de la UE al sistema bancario europeo. Merkel vetó el plan e insistió que cada país debía apoyar a sus propios bancos.

El desacuerdo refleja un cambio que se estaba gestando desde hacía tiempo en la actitud alemana. La mayor economía de la UE se había cansando de pagar las cuentas de Europa. Años de dolorosas reformas económicas impulsaron las finanzas y la industria del país. La opinión pública alemana era contraria a dedicar el dinero ahorrado con tanto esfuerzo a apuntalar países vecinos que, en su opinión, no se habían molestado en llevar a cabo sus propias reformas.

Merkel, que en una ocasión anterior había usado la chequera alemana para resolver una disputa presupuestaria de la UE, ahora se presenta como su guardiana.

Las tensiones se exacerbaron hace unos meses debido a la crisis griega. Merkel, cuyo electorado se opuso firmemente al rescate, bloqueó propuestas de la UE respaldadas por Francia que pretendían dar a Grecia algo más que un difuso apoyo verbal. Cuando Alemania acordó finalmente rescatar a Grecia, insistió en la participación del Fondo Monetario Internacional.

La idea era extremadamente difícil de digerir para Sarkozy, partidiario de una solución exclusiva de la UE. Además, el FMI es liderado por Dominique Strauss-Kahn, quien evalúa la posibilidad de presentarse contra Sarkozy en las elecciones presidenciales de 2012. Sarkozy, no obstante, tuvo que claudicar ante el poderío financiero alemán.

El líder francés vio la posibilidad de dejar su sello el 7 de mayo, en una cumbre de la UE que tuvo lugar en el marco de un deterioro de los mercados. La UE, propuso, debería sorprender a los mercados ese mismo día, anunciando un fondo de rescate lo suficientemente grande para salvar a cualquier país en apuros.

Sarkozy fue uno de los primeros en llegar a la cumbre y llevó a cabo una serie de reuniones con líderes europeos en busca de apoyo, mientras lo seguía una comitiva de fotógrafos y camarógrafos.

Merkel hizo que salieran todos los periodistas de la sala de reuniones. "No voy a dejar que me asignes el papel de bruja testaruda", manifestó un alto funcionario presente.

Sarkozy, quien apenas podía contenerse, presionó a Merkel para que tomara una decisión: "Éste es el momento decisivo", insistió según personas presentes. Las mismas fuentes agregan que Merkel pidió a Sarkozy detalles del funcionamiento del fondo de ayuda y, tras considerarlos vagos, bloqueó el acuerdo hasta que los ministros de finanzas los negociaran dos días después.

El 7 de mayo, Sarkozy afirmó ante los medios que había impuesto su voluntad en un "95%". Merkel abandonó la cumbre discretamente.

Después de sucesivos tiras y afloja, la UE acordó el 9 de mayo un fondo de rescate de 750.000 millones de euros (US$956.000 millones), pero bajo las condiciones impuestas por Alemania.

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Fuente: WSJ