15 jul 2010

Del agricultor de maíz a JBS: el rastro de los derivados en la economía de EE.UU.

Por Michael M. Phillips
Giltner, Nebraska, EE.UU.

El agricultor Jim Kreutz usa derivados para amortiguar el golpe en caso de que el precio del maíz para pienso caiga antes de la cosecha. Su cuñado ganadero, Jon Reeson, los utiliza para protegerse de los riesgos de las fluctuaciones en el precio de sus reses. La cooperativa agrícola local recurre a los derivados para financiar el diesel a precio fijo de los transportistas que llevan el ganado al matadero. Y la planta de procesado los usa para estabilizar costos como los del gas natural.

Lejos de Wall Street, la reforma financiera del presidente Barack Obama —la mayor desde la década de los 30 y que hoy podría ser aprobada por el Congreso—, dejará huellas en todo el panorama económico del país.

Los derivados son instrumentos financieros cuyo valor "deriva" de otra cosa, como las tasas de interés o los precios del combustible de la calefacción.

[Kreutz] Michael M. Phillips/The Wall Street Journal

Jim Kreutz, un productor de maíz de Nebraska, recurre a los derivados para fijar un precio para sus cosechas.

Durante la crisis financiera, adquirieron un papel más notorio después de que American International Group Inc. y otras firmas se vieran afectadas por las apuestas erróneas en derivados vinculados a préstamos hipotecarios impagos.

Obama y los partidarios de la legislación afirman que la reforma impedirá las imprudentes prácticas de préstamos y endeudamiento que hundieron el sistema financiero y dejaron a los contribuyentes con la factura.

Los ejecutivos de negocios como los de préstamos hipotecarios y personales miran con recelo las nuevas regulaciones. Pero es la sección relativa a los derivados —la sección del proyecto de ley dirigida directamente a Wall Street— la que podría tener el mayor impacto sobre el Estados Unidos rural.

La nueva legislación exige que la mayoría de las operaciones de derivados se estandarice, se negocie en bolsas como las acciones de empresas y se canalice a través de cámaras de compensación para protegerlas de cesaciones de pagos. El impacto total de la reforma no se conocerá en años, pero en Nebraska, los nervios afloran.

Para los granjeros de este estado —y por ende, para los de todo el país— el tema radica en si las nuevas normativas encarecerán los costos de la cobertura contra la fluctuación de precios. Algunos corredores creen que las restricciones a los grandes bancos e inversionistas reducirán la cantidad de dinero disponible para las actividades diarias de los agricultores y granjeros. Otros predicen un efecto contrario, al desviar el dinero del mercado privado a las bolsas, lo que crearía una mayor competencia que beneficiaría al sector rural.

Kreutz, de 36 años, dejó el mundo de las finanzas para hacerse cargo de la granja familiar de 1.130 hectáreas tras la muerte de su padre. Mientras trabaja en el campo, monitorea los precios de los futuros agrícolas en su celular.

Su sistema es el siguiente: por ejemplo, en junio ve que el precio en el Chicago Board of Trade del contrato futuro de maíz para entrega a finales de año es de US$3,56 por bushel. Si le gusta el precio, y quiere fijarlo, llama a su corredora AgWest y vende un contrato futuro por 5.000 bushels. El contrato futuro es un derivado en el que el precio del maíz se fija ahora para su venta en el futuro, si bien aún no se intercambia físicamente ningún grano. En su lugar, cuando se acerque la fecha de vencimiento del contrato, Kreutz y el comprador llegarán a un acuerdo por medio de un cheque.

Meses después, cuando Kreutz esté listo para entregar su cosecha a la cooperativa local, el precio de mercado podría haber caído en 50 centavos de dólar. El agricultor venderá el maíz a ese precio más barato. Sin embargo, recuperará la diferencia a través de su cobertura financiera. (Kreutz compra un nuevo contrato futuro al precio más bajo para cumplir su compromiso anterior, recuperando los 50 centavos). En total, habrá alcanzado el precio objetivo fijado unos meses antes, menos las comisiones de corretaje.

Si el precio sube durante esos meses —como ocurrió durante la crisis alimentaria en 2008— Kreutz tiene que pagar dinero adicional a su firma de corretaje para mantener sus posiciones. El agricultor lo recupera vendiendo su maíz a un precio más alto, pero tiene que asumir una pérdida para cumplir con el contrato futuro que firmó unos meses antes, perdiendo la inesperada ganancia pero al menos alcanzando su precio objetivo.

Kreutz hace este tipo de operación decenas de veces al año, usando coberturas para alrededor de 70% de su cosecha de 345.000 bushels de maíz.

Estos acuerdos tienen un efecto dominó en la economía local. Cuando su corredor lo llama pidiéndole un margen adicional, Kreutz le pide un préstamo al banco local para cubrirlo.

La firma de corretaje de Kreutz, AgWest, considera que la nueva legislación financiera la perjudicará tanto a ella como a los granjeros. Si los grandes inversionistas e intermediarios financieros tienen que tener más dinero en efectivo en mano, habrá menos liquidez en el mercado y aumentarán los costos de cobertura, pronostica.

A poca distancia de la granja de los Kreutz se encuentran los corrales de Jon Reeson. El ganadero, de 43 años, está casado con Jane, hermana de Jim Kreutz. Su granja cría unas 1.500 reses hasta que están listas para el matadero.

Reeson usa los derivados para cubrir el precio que paga por el pienso con el que alimenta a los animales y el precio que obtiene por su venta.

Cada res consume unos 3.200 kilogramos de comida durante su engorde. Reeson no puede depender de un precio favorable de la granja de su cuñado —en la que tiene una participación—, así que cuando ve un precio de pienso que le gusta, lo cierra con un contrato futuro.

En abril, llamó a AgWest y fijó un precio a futuro de US$95 por quintal (45,36 kilogramos) de ganado. Desde entonces, el precio de mercado ha caído a US$90. Si el precio se mantiene hasta octubre, habrá tomado la decisión correcta, obteniendo un precio más alto que si hubiera dependido sólo del precio del mercado. Sin embargo, si sube, se perderá cualquier ganancia futura.

Reeson está dispuesto a vivir con ese riesgo a cambio de asegurarse una ganancia o una pequeña pérdida. La cobertura de derivados le ayudó a superar la recesión de 2008-2009, cuando los estadounidenses redujeron el consumo de carne de res y los precios del vacuno se desplomaron. El ganadero sigue con cautela el desarrollo de la reforma financiera y desconoce si le perjudicará o si le beneficiará.

En el último año, Reeson ha vendido 1.125 reses a una planta de empacado de Nebraska, propiedad de una filial de la brasileña JBS SA. La procesadora de carne compra el ganado de dos maneras. Algunas veces paga en efectivo por las reses que irán al matadero la semana siguiente. Otras veces las compra con mayor antelación, acordando pagar un precio fijo. JBS recurre al mercado de derivados para asegurarse de que el precio del vacuno no se precipite antes de recibir la entrega.

Incluso los ejecutivos de una firma como JBS son incapaces de prever el impacto de la legislación en sus negocios, lo que introduce un nivel inusual de incertidumbre en sus operaciones. "Para hacer llegar al consumidor los alimentos, especialmente los altamente perecederos como la carne de vacuno y el pollo, hay que administrar el riesgo", dice un portavoz de JBS, Chandler Keys.

—Sarah N. Lynch contribuyó a este artículo.

[derivados]
Fuente: WSJ