27 feb 2009

La recesión recupera los buenos modales

por Lucy Kellaway

La semana pasada, recibí un mensaje de un joven compañero que decía: “Lo siento, Lucy. Llegaré tarde a la reunión; es el metro, hay muchos retrasos estos días”. El mensaje captó mi atención: el hecho de que el hombre fuera a llegar tarde carecía de interés, pero que hubiera usado un punto, dos comas, y un punto y coma sí me sorprendió.

Si una persona de 26 años puntúa con tanta corrección un mensaje de texto, ¿estamos ante el final de una época? ¿Es posible, me pregunté, que dejemos de recibir símbolos como tbeo dsps dl kurro?

Al día siguiente, cuál sería mi sorpresa, me llegó un correo electrónico del responsable de comunicación interna de Google, una de las empresas más progres del mundo. Su habitual “¡Hola Lucy!” había sido sustituido por un “Estimada señorita Kellaway”. Sorprendentemente, el registro formal se mantuvo hasta la despedida: “A la espera de su pronta respuesta, reciba un cordial saludo”.

Si los empleados de Google han renunciado al lenguaje de Internet y ahora redactan emails siguiendo el estilo Debrett, la biblia británica de etiqueta y buenos modales, algo está cambiando ahí fuera. Para saber hasta qué punto llega esta nueva tendencia, he realizado un estudio del que se desprenden curiosos resultados. Decidí leer los últimos cien emails de mis lectores y los clasifiqué por estilo, puntuación y corrección. Después de comparar los resultados con los de una prueba parecida que hice hace casi nueve años, parece que la balanza se inclina ahora hacia el uso correcto de la lengua.

En 2000, más de una cuarta parte de los mensajes usaba las minúsculas. En el último lote, sólo el correo de un hombre que trabajó en Wall Street en los años sesenta evitó el uso de mayúsculas. Su uso del lenguaje era, por lo demás, impecable, lo que me hace pensar que el caballero tenía un problema con la tecla de mayúsculas de su ordenador. Hace nueve años, pude apreciar una gran variedad de formas de despedirse, casi todas horribles.

La más común era salu2, una abreviatura un tanto ofensiva, al implicar que el remitente no puede dedicar dos segundos a pulsar dos teclas más para dar una mejor impresión al receptor. En el grupo de este año, sólo he encontrado un salu2; se han recuperado el atentamente y el cordialmente. Ahora, también se utiliza el apellido, que en 2000 prácticamente brillaba por su ausencia. Casi el 40% de los mensajes que recibo se referían a mí como “Ms Kellaway”, “Mrs Kellaway” o “Lucy Kellaway”; en todos los casos, el nombre estuvo precedido por un “Estimada”. Atrás han quedado los hola, qué hay.

Este cambio de tendencia tampoco tiene por qué resultar sorprendente. En épocas de recesión y pérdida de empleo, parece que vestir adecuadamente y utilizar el lenguaje con corrección se consideran una buena póliza de seguros. De hecho, los únicos sitios en los que todavía predomina el descuido son los que están a salvo de la economía de mercado.

Nuestro sector privado habla ahora con acento afectado y, cuanto más en peligro está una determinada industria, más petulantes son sus ejecutivos. El resultado, por desgracia, no siempre es el deseado: cuando uno intenta adoptar un lenguaje más elaborado de lo que su educación le permite, termina por parecer ridículo o tonto.

Un triste ejemplo de esto lo encontramos en la nueva página web de Goldman Sachs; su portada muestra la foto de un fiordo junto a la frase “incierto, pero no desconocido”. El resto del texto dice así: “La actual crisis financiera está teniendo unas repercusiones económicas sin precedentes. No obstante, muchos de los acontecimientos del año pasado han sido, de hecho, vividos con precedencia por muchos de los participantes del mercado”. Es difícil descifrar el significado del último batiburrillo de palabras.

Creo que lo que Goldman Sachs quería decir es que, aunque esta crisis no tenga precedentes, muchos de nuestros empleados han pasado por experiencias parecidas en otras ocasiones. De ser así, se pueden extraer dos conclusiones: o el banco no sabe lo que dice, o algunos de sus empleados han superado ya los 120 años.

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