4 may 2009

El desempleo en España

por Victor Mallet

Por fin una estadística alentadora entre los peores datos de la crisis económica mundial: en España, el número de empleados con contrato indefinido aumentó en 63.400 en el primer trimestre del año frente al trimestre anterior, según el último sondeo realizado por el Instituto Nacional de Estadística. El dato tiene trampa.

Las cifras, en apariencia positivas, ponen de manifiesto el hecho de que, a diferencia de los empleados con contrato indefinido, los trabajadores temporales y los autónomos, son los que pierden su puesto de trabajo debido a las deficiencias del mercado laboral del país.

Según el mismo sondeo, por primera vez en la historia, los desempleados en España ya superan los 4 millones. La tasa de paro, el 17,4% de la población activa, duplica a la media de la Unión Europea. España destruye la mitad del empleo de la UE, casi 9.000 personas al día pierden su empleo. Todo apunta a que se alcanzarán los 5 millones de parados, el 20% de la población activa. España es, por tanto, el “campeón del desempleo” de Europa Occidental.

Sin duda, hay algo que no funciona en el mercado laboral del país, pero empresarios, sindicatos y Gobierno no se ponen de acuerdo sobre la naturaleza del problema, por no hablar ya de la solución. Cabe reconocer que la rápida destrucción de empleo es, al menos en parte, reflejo de la tendencia opuesta que dominó la última década. Los inmigrantes y la población más joven encontraron empleo en el sector de la construcción y del turismo, trabajos que se han evaporado desde al estallido de la burbuja inmobiliaria y la caída en el número de extranjeros que visitan el país.

El grave problema del desempleo es tanto estructural como fortuito. En las tres últimas décadas, la tasa de paro descendió por debajo del 8% en tan sólo en una ocasión y superó el 20% a mediados de los ochenta y a mediados de los noventa, aunque el número de parados absoluto fue menor en ambas ocasiones, porque también lo era la población activa. El problema viene de atrás.

La España democrática heredó del régimen de Franco un alto nivel de protección de los empleados con contrato indefinido, pero, a medida que la economía crecía, desarrolló un sistema paralelo de empleo temporal. Este sistema encarece los despidos de los trabajadores con contrato indefinido, que tienen derecho a una indemnización de 45 días por año trabajado, pero permite que los temporales sólo reciban 8 días por año trabajado. Por tanto, a nadie sorprende que España tenga la mayor proporción de trabajadores temporales entre su población activa, alrededor de un tercio, de los países industrializados.

Además, los sueldos de los empleados permanentes no suelen reflejar ni los resultados de la compañía (como ocurre en Reino Unido) ni el estado de la economía en su conjunto (como en Escandinavia). Son resultado de negociaciones que varían en función del sector y de la región, lo que a veces tiene consecuencias desastrosas para la competitividad del país.

“A comienzos de año, mientras aumentaba el desempleo, los salarios reales aumentaban como nunca, justo en el momento en el que debería haber ocurrido lo contrario, explica Rafael Doménech, economista jefe de BBVA para Europa. “Si los sueldos no pueden adaptarse a la realidad, las empresas tienen que ajustar el número de empleados”, añade.

La diferencia abismal entre trabajadores permanentes y temporales tiene perniciosos efectos económicos y sociales. España necesita mejorar su nivel de formación, pero los empresarios cuentan con pocos incentivos para invertir en sus empleados temporales, de ahí que apuesten por los trabajadores con contrato indefinido, sacrificando la calidad.

Los temporales, las mayores víctimas de los despidos, son, por lo general, inmigrantes, jóvenes y mujeres. “Zapatero habla de proteger los derechos de los trabajadores, pero en realidad se refiere sólo a los que tienen un empleo fijo”, asegura un economista de un banco europeo. Los empresarios insisten en la necesidad urgente de reformar el mercado laboral.

Como socialista, Zapatero rechaza, por considerarlo un “chantaje”, cualquier propuesta de abaratamiento de despido o de reducción del gasto social. Los expertos en economía creen que deberían alcanzarse compromisos para alcanzar un mayor equilibrio entre empleados permanentes y temporales que operen bajo un único régimen laboral.

Cuando la economía se encontraba en plena fase de crecimiento, el país absorbió cinco millones de inmigrantes de América Latina, el norte de África y Europa del Este, además de emplear a la generación de los españoles más jóvenes. Ahora, cientos de miles de inmigrantes se encuentran en la calle y los jóvenes trabajadores del país han descubierto el significado de la palabra “crisis”.

La reforma del deficiente mercado laboral es una parte de la solución a la pesadilla del desempleo. Por mucho que se muestre reacio, Zapatero debería aprovechar la oportunidad para corregir una de las mayores debilidades de la España moderna.

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