17 dic 2009

El cielo económico de España se oscurece

por Victor Mallet

El clima prenavideño en Madrid es una curiosa mezcla de pesimismo y alegría. Por una parte, se le dice a los españoles que están sufriendo la peor crisis económica en 50 años, por lo que temen por sus puestos de trabajo. Por otra, aquellos que aún conservan su empleo pocas veces antes habían dispuesto de tanto dinero para gastar. No sorprende que los restaurantes de la ciudad estén atestados de ruidosas y neuróticas cenas ante la proximidad del periodo vacacional.

Las razones de esta extraña combinación de pesimismo económico y sólido consumo no son ningún secreto. El paro ha experimentado un fuerte aumento –hasta el 18% de la población activa española– pero las medidas de emergencia en todo el mundo para evitar otra depresión han inyectado liquidez en el sistema y rebajado los tipos de interés (y los pagos hipotecarios mensuales) a niveles históricamente bajos. La inflación es baja o negativa.

Tal y como señalaba la semana pasada el economista Edward Hugh: “Dos tercios de la sociedad española nunca han disfrutado de una situación mejor”. Y el derroche español en estímulos fiscales no es, en esencia, muy distinto del que se hizo en Reino Unido o EEUU. Sin embargo, los cielos sobre Madrid –y Washington, Londres, Atenas y Dublín– se oscurecen más con cada día que pasa.

Los gobiernos que respondieron con rapidez a la crisis con ambiciosos planes de gasto, afrontan ahora extraordinarios déficit presupuestarios que ascienden hasta el 10% del producto interior bruto (PIB), crecientes volúmenes de deuda y el escepticismo de los inversores que compran sus bonos soberanos. De ahí la rebaja de Fitch del ráting crediticio para la deuda griega y la revisión negativa de Standard & Poor's de sus perspectivas para España.

Todos saben que estos gobiernos necesitan urgentemente reducir los gastos y subir los impuestos, pero, por motivos tanto políticos como económicos, la medicina necesaria será muy difícil de administrar, especialmente si los tipos de interés empiezan a aumentar.

José Luis Rodríguez Zapatero, el presidente socialista, no tomó medidas financieras que perjudicaran a los funcionarios o a otros trabajadores españoles cuando se pasaba por el peor momento de la crisis este año. La semana pasada, aseguró alegremente a la nación que “el tren del crecimiento económico está muy próximo”.

Sin embargo, Zapatero se enfrenta ahora a la difícil labor política de subir los impuestos y reducir el gasto precisamente en el momento en el que se supone que la economía española, y la del resto del mundo, se está recuperando y que los banqueros internacionales sonríen ante la perspectiva de generosos bonus.

España es sólo un ejemplo. Moody's, la agencia de ráting que situó esta semana al país a la cabeza de su nuevo “índice de miseria” –un indicador combinado del paro y el déficit fiscal–, advirtió de que la población de varios países como Irlanda y Hungría tendría que hacer ahora “un gran sacrificio”. “La necesidad de frenar el déficit pondrá a prueba la cohesión social”, fueron las desalentadoras palabras en su última revisión de la deuda soberana.

También están los retos económicos. Dejando a un lado el hecho de que parte del gasto que derivó en el déficit se destinase a obras públicas sin sentido (Madrid está trasladando una estatua de Cristóbal Colón al emplazamiento que ocupaba hace tres décadas aprovechando un programa de obras públicas por valor de 8.000 millones de euros), hay que considerar los quebraderos de cabeza que conllevará reducir el déficit presupuestario en una economía débil. El incremento de las tasas fiscales, por ejemplo, no aumentará necesariamente los impuestos recaudados ante una situación económica tan adversa.

Así, los economistas que estudian a España observan los intentos del país por salir de la crisis y reducir un déficit fiscal sin precedentes con una mezcla de fascinación y pavor. La opinión consensuada es que España, después de haber crecido a mayor ritmo que sus vecinos europeos durante una década, lo hará ahora más despacio. Algunos predicen un futuro “en forma de L”, con poco o ningún crecimiento en los próximos años.

“Aumentar el déficit al 10% del PIB es fácil”, explicaba en una reunión en Madrid esta semana Javier Díaz-Giménez, profesor de Economía de la escuela de negocios IESE. “Pero no sabemos cómo volver a un déficit del 3% del PIB”.

Preguntado por la posibilidad de una “década perdida” similar a la de Japón, Díaz-Giménez hizo todo lo posible por mostrarse optimista. España podría no sufrir una década perdida, explicó, “pero nos esperan cinco años muy difíciles por delante”. En resumen, es posible que los restaurantes de Madrid no estén tan llenos como hoy en diciembre de 2010.

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