8 dic 2009

La resurrección del economista olvidado

Por John Cassidy

En la casa celestial de economistas fallecidos se ha instaurado un premio al residente cuya obra explica mejor las crisis financieras, el calentamiento global y otros temas candentes del momento. Entre los favoritos se destacan John Maynard Keynes, el santo patrón de los programas de estímulo; Hyman Minsky, un discípulo estadounidense de Keynes que advirtió contra los peligros de la liberalización financiera; y Milton Friedman, el economista de la Universidad de Chicago cuyos principios de libre mercado parecen pasados de moda pero al que el presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos, Ben Bernanke, sigue haciendo caso a la hora de prevenir depresiones mediante la inyección de fondos en la economía.

Sin embargo, el nombre del ganador es mucho menos conocido: Arthur Cecil Pigou. Este inglés de cabello claro y ondulado y un bigote poblado fue contemporáneo de Keynes en la Universidad de Cambridge. Durante mucho tiempo, Pigou fue el economista olvidado. En los años previos a su muerte, en 1959, se había convertido en una persona solitaria que apenas salía de sus residencia del King's College. En su día, sus innovadoras ideas sobre gravar a quienes contaminan y hacer obligatorio el seguro médico fueron recibidas con indiferencia. El keynesianismo era la fiebre del momento.

Legado candente

Ahora, el legado intelectual de Pigou está siendo redescubierto y, a diferencia de Keynes y Friedman, goza de un atractivo bipartidista en EE.UU. Economistas de tendencia republicana, como Greg Mankiw y Gary Becker, y demócrata, como Paul Krugman, recomiendan un enfoque pigouviano para salir de la crisis. La agenda del presidente Barack Obama, repleta de temas como la regulación financiera, la venta de derechos de emisión de gases de efecto invernadero y la reforma del sistema de salud, es una aplicación de los principios del economista inglés. Independientemente de que sea consciente de ello, Obama es pigouviano.

Pigou fue el pionero del estudio de las fallas del mercado, la rama de la economía que explora por qué en algunas situaciones el mercado no es eficiente. Pese a creer que el capitalismo funciona la mayor parte del tiempo, el economista demostró que en algunas ocasiones falla. Su hallazgo clave fue que las acciones en una parte de la economía pueden tener consecuencias imprevistas en otras. Por ejemplo, el colapso de una parte relativamente desconocida de los mercados de crédito —la industria de las hipotecas de alto riesgo— puede perjudicar a todo el sistema bancario lo que, a su vez, puede arrastrar a la economía entera a la recesión.

"La incidencia de empresas que se hunden será más extendida dependiendo de si los préstamos bancarios… están más o menos disponibles", escribió Pigou en 1929. Ahora, eso puede parecer obvio, pero hace dos años y medio, cuando se desató la crisis subprime de las hiptecas de alto riesgo, la mayoría de economistas, Bernanke incluido, creía que las consecuencias serían modestas.

Hasta que la Gran Depresión de los años 30 catapultó a Keynes a la prominencia internacional, Pigou era probablemente el economista inglés más eminente. Al igual que muchos de sus contemporáneos, se rebeló contra el laissez faire que había dominado desde los días de Adam Smith. Los defensores del libre mercado interpretaban la economía como una máquina autorregulada en perfecto equilibrio. Pero, "incluso en los Estados más avanzados hay fallas e imperfecciones" que "impiden que los recursos de una comunidad sean distribuidos… de forma eficiente", escribió Pigou en 1920. Su objetivo, decía, era explorar maneras en que "es posible... que el gobierno promueva el estado del bienestar económico y, a través de eso, el bienestar total de sus ciudadanos como un todo".

Pigou estableció una importante distinción entre el valor privado y social de las actividades económicas, como la apertura de una nueva vía ferroviaria. Los ahorros en tiempo y esfuerzo de los que se benefician los usuarios de la vía son privados y quedarán reflejados en los precios que estarán dispuestos a pagar por los pasajes. A su vez, los gastos en la vía férrea, vagones y salarios también son costos privados que ayudarán a determinar los precios que cobrará la empresa. Sin embargo, la apertura de una nueva vía puede crear costos para "gente que no está directamente involucrada, digamos a través de daños sin compensar infligidos a los bosques circundantes", señaló Pigou.

Estos costos sociales, que los economistas modernos bautizaron como externalidades, no entran en los cálculos de las compañías ni de los consumidores, pero al sumar el valor real de cualquier actividad económica, "todos estos efectos deberían incluirse", insistió Pigou.

Para corregir los problemas que estos daños colaterales causan, Pigou abogó por la intervención estatal. Si el valor social de una actividad era menor que su valor privado, como en el caso del ferrocarril que destroza la naturaleza que la rodea, las autoridades deberían imponer "límites extraordinarios" en forma de impuestos, dijo. En cambio, algunas actividades tienen un valor social que excede el privado. Los proveedores de parques, postes de luz y otros "bienes públicos" tienen dificultades para cobrar por su uso, lo que quiere decir que el libre mercado puede fallar a la hora de asegurar un suministro adecuado. Para corregir una posible escasez, Pigou recomendó "los estímulos extraordinarios" en forma de subsidios.

Las externalidades

Sin embargo, la mera existencia de estas externalidades no justifica necesariamente la intervención gubernamental, reconoció Pigou. En algunos casos, las partes interesadas deben llegar a un acuerdo voluntario sobre cómo compensar a los testigos inocentes. Un propietario, por ejemplo, puede bajar los alquileres para los inquilinos que viven encima de un ruidoso bar.

En el caso de la industria financiera, no obstante, hay demasiados jugadores implicados que buscan su propio beneficio, lo cual hace más difícil llegar a una solución práctica. Durante la burbuja de crédito que se extendió desde 2002 hasta 2006 en EE.UU. el mercado inmobiliario se convirtió en un bazar especulativo. Cuando otras industrias fracasan, el resultado suele ser limitado. Si la cervecera colombiana Bavaria vendiera cervezas imbebibles, perjudicaría a la compañía y a sus clientes, pero el resto de la economía se mantendría a salvo.

En el sistema bancario, en cambio, las consecuencias pueden ser catastróficas. Muchos millones de hogares y empresas dependen del crédito para financiarse y asegurar su supervivencia. Si de repente este crédito se evapora, el daño puede contagiarse rápidamente a otros sectores de la economía. Eso es lo que sucedió a fines del año pasado.

Pese a que las autoridades se han demorado en reconocer la influencia del modelo analítico de Pigou, están trabajando dentro de su marco. Incrementar los requisitos de capital de los bancos, instar a las firmas de Wall Street a pagar sus bonificaciones en acciones y obligar a los bancos de inversión a conservar algunos de los valores que emiten en sus propios libros son medidas para mitigar las externalidades de la toma irresponsable de riesgos.

Durante los años 30 y 40, muchos economistas se mostraban pesimistas ante las perspectivas económicas a largo plazo. En cambio, el mensaje de Pigou era optimista y, en cierto sentido, muy estadounidense.

Creía en el progreso, el poder del análisis racional y la capacidad de las personas bien intencionadas, como él, para implementar reformas significativas. Pigou no era un hombre de elaboradas teorías matemáticas. Ante todo, era práctico.

Fuente: WSJ