8 jun 2011

Solucionar los problemas de la zona euro es posible pero exige un sacrificio

Por Mark Whitehouse

Los 17 países de la zona euro están lejos de reunir las condiciones ideales para compartir una moneda. La crisis financiera de Europa podría brindar una oportunidad para mejorar eso.

Los serios problemas de deuda de Grecia y otros países europeos, que los acreedores, ministros de Finanzas y el Fondo Monetario Internacional intentan contener, ponen en evidencia lo que muchos economistas consideran como un defecto fundamental en la zona euro: las diferencias en ciclos económicos, idiomas, normas y competitividad pueden hacer que los costos de su moneda común superen los beneficios.

Sin embargo, la falla no necesariamente es letal. La crisis de la deuda ha desatado un ímpetu por reformas que podría hacer más viable la unión. Las sugerencias de los economistas incluyen nuevas reglas sobre el gasto fiscal, la supervisión bancaria unificada y un fondo mayor para emergencias financieras. Todas requerirían que los gobiernos europeos sacrifiquen un poco más de autonomía.

"Si Europa asimila estas lecciones... entonces el euro emergerá de la crisis fortalecido", sostiene Barry Eichengreen, un economista de la Universidad de California, en Berkeley.

Las uniones monetarias prometen a sus miembros un mundo más próspero, en el cual las transacciones, el comercio y la inversión a través de fronteras nacionales se vuelen más fáciles. Pero compartir una moneda también exige que los países renuncien a sus políticas monetarias independientes. Eso puede ser un problema si una economía necesita estímulo mientras otra está sobrecalentada.

Desde los años 60, los economistas —notablemente Robert Mundell, conocido como el padre del euro— desarrollaron un marco para decidir si las ventajas de las monedas comunes superan los costos. La teoría resultante del "área monetaria óptima" se reduce a un puñado de pruebas. Los ciclos económicos de países que comparten una moneda deberían estar más o menos sincronizados. Sus trabajadores deberían moverse libremente a través de las fronteras de los demás países, para compensar cualquier desequilibrio en la demanda laboral. Sus salarios y precios deberían ser flexibles, para corregir diferencias en la competitividad.

Cuando el euro fue lanzado en 1999, sus fundadores ignoraron en gran medida la teoría. Esperaban que el euro ayudase a las economías a sincronizarse y quisieron imponer estrictos controles sobre la política fiscal de los gobiernos. Hasta cierto punto, sus esperanzas se han cumplido: la correlación de crecimiento entre Alemania y otras economías de la zona euro ha aumentado marcadamente desde que adoptaron la moneda común.

Sin embargo, la última década también ha expuesto las debilidades de Europa como un área monetaria óptima. El ascenso de China como destacado motor manufacturero internacional, por ejemplo, empujó a las economías de la zona euro en distintas direcciones. Alemania, que le vendía a China las máquinas de alta precisión necesarias para sustentar su crecimiento, experimentó un auge de exportaciones. En tanto, países que se concentraban en artículos de menor costo —principalmente España y Portugal— acumularon amplios déficits comerciales, en gran medida porque no podían recortar los salarios lo suficientemente rápido para competir. Como consecuencia, pidieron prestado dinero para cubrir la brecha entre lo que consumían y lo que vendían, un factor que contribuyó a sus actuales problemas de deuda.

La falta de supervisión unificada del sistema bancario en la zona euro creó un problema que los teóricos de la zona monetaria no lograron prever. Las relajadas reglas de préstamos les permitieron a los bancos en Irlanda, Alemania y otros lugares sumar grandes cantidades de deuda de alto riesgo, desde hipotecas a bonos de gobiernos como el de Grecia. El costo de rescatar a esos bancos ha llevado las finanzas de Irlanda al límite y ha elevado los problemas financieros de Grecia desde un tema local a una amenaza sistémica.

Los funcionarios europeos ya están implementando reformas pero los economistas creen que pueden hacer más. Para empezar, los países necesitan un colchón financiero para cuando se queden fuera de sintonía frente al resto de la zona euro. En última instancia, mucho dependerá de la voluntad de los gobiernos europeos de resignar cierta soberanía. De lo contrario, esta crisis probablemente no sea la última.

Fuente: WSJ