21 dic 2009

¿Y si se inventara un antidepresivo para la economía?

Por David Wessel

Una pregunta sugerente se desprende de los profundos debates sobre la naturaleza de la mente humana: si Van Gogh o Mozart hubieran tomado un antidepresivo como Prozac, ¿hubieran evitado la agonía de la depresión o el mundo se hubiera quedado sin su gran arte?

La crisis financiera y la recesión que la acompañó plantean una pregunta análoga para la economía estadounidense. ¿Hay que optar entre una economía dinámica y volátil con episodios dolorosos como el reciente para conseguir un crecimiento de largo plazo más acelerado en los estándares de vida o una economía más estable con menos crisis pero también un crecimiento moderado a lo largo del tiempo?

Si pudiéramos encontrar el equivalente económico del Prozac —un cóctel de supervisores de la "estabilidad financiera", restricciones más rígidas sobre los bancos y gobiernos capaces de prevenir los excesos del mercado—, ¿traería una prosperidad más calmada o una calma menos próspera?

De cierta forma, este es un nuevo capítulo en un debate de larga data entre Europa y Estados Unidos. "En los últimos 20 años, se forjó un sistema político muy amplio para preservar la estabilidad en Europa", señaló Andrzej Rapaczynski, profesor de derecho de la Universidad de Columbia durante una conferencia la semana pasada en Berlín convocada por el Centro sobre Capitalismo y Sociedad de Columbia. "Fue atacada por parte del sistema estadounidense que ama el riesgo. Ahora prima un cierto sentimiento de que el mundo fue víctima de EE.UU.", observó. Como consecuencia, sugirió, "se lleva a cabo una corrección de una clase ideológica fundamental". Parece premiar a la estabilidad por sobre el riesgo incluso a expensas de que haya menos innovación.

Todo esto provoca por lo menos tres respuestas.

Una dice que se trata de una opción falsa. Peter Kramer, un psiquiatra y autor, critica a aquellos que consideran que tratar la depresión es diferente a tratar la sífilis o la epilepsia, las cuales en su momento fueron asociadas con ráfagas de creatividad. La depresión es una enfermedad que aún no ha sido conquistada, insiste. Algunos economistas perciben esta economía de la misma forma. No deberíamos tolerar los pánicos y depresiones que plagaron a generaciones anteriores, sostienen. "Queremos gran prosperidad pero sin crisis porque las crisis dañan la prosperidad", señaló Edmund Phelps, el ganador del premio Nobel, en Berlín.

Stephen Roach, el economista de Morgan Stanley, sostuvo que el auge fue un espejismo, prosperidad falsa impulsada por un apalancamiento excesivo. Renunciar a esa euforia no nos niega nada en términos de un crecimiento económico a largo plazo, sólo el dolor de la depresión profunda.

Una segunda respuesta dice que se trata de una mala elección. Un énfasis excesivo en la estabilidad a la luz de la crisis significará menos riqueza para la próxima generación. El empresario alemán Peter Jungen indicó que "sin el crecimiento dinámico desde la caída del Muro, probablemente no estaríamos donde estamos. ¿Seríamos más felices?". Su respuesta: un no contundente. El capitalismo, observó, significa tambalearse entre una crisis y la siguiente y volverse más fuerte a lo largo del tiempo. "Necesitamos más capitalismo", insistió.

La tercera respuesta dice que esta tensión debe ser controlada, no negada. "Podemos reconocer que el capitalismo no es estable y enfrentarlo", señaló el economista de la Universidad de Nueva York Roman Frydman. "Ya no tenemos que defender el capitalismo contra el comunismo". Frydman no es partidario de buscar la "estabilidad", sino lo que ha sido calificado en otros contextos como "inestabilidad delimitada" o "borde del caos". En otras palabras, hay que aceptar los altibajos, pero esforzarse para impedir los picos más altos y las depresiones más profundas, indicó. "Los mercados terminan por auto corregirse. Sólo que lo hacen demasiado tarde".Hasta hace unos años, EE.UU. implícitamente aceptó la postura de que la estabilidad era sobrevalorada. La crisis asiática era un problema de los asiáticos. La burbuja tecnológica de fines de los 90 reventó sin causar daños perdurables. Bancarrotas, despidos y acciones sin valor fueron el precio de la toma de riesgo que también produjo gigantes como Google. Esa postura ahora es cuestionada.

Fuente: WSJ