14 may 2010

Y tras el rescate europeo, ¿qué?

por Federico Steinberg

Por fin, en un ECOFIN extraordinario y contra reloj, los países de la zona euro han acordado crear un fuerte mecanismo de blindaje para la moneda única.

Si este plan de rescate se hubiera acordado tres meses antes se habría evitado el pánico financiero, los movimientos especulativos y la pérdida de miles de millones de euros, tanto en caídas bursátiles como en mayores costes de financiación. Pero a pesar de llegar tarde, es de tal magnitud que ha logrado calmar a los mercados y podría suponer el embrión para la reforma de la deficiente arquitectura institucional de la Unión Económica y Monetaria.

Este plan de salvamento se asemeja en filosofía y cuantía al que las autoridades estadounidenses pusieron en marcha en septiembre de 2008 tras la caída de Lehman Brothers y que tenía como objetivo salvar al sistema financiero del colapso anunciando que no se permitiría la quiebra de ninguna institución financiera sistémica. Sin embargo, el plan europeo es distinto porque está destinado a salvar a estados con problemas de deuda pública y no a bancos con problemas de liquidez.

Se compone de varios instrumentos (440.000 millones de euros en préstamos y avales intergubernamentales; 250.000 millones en fondos del FMI y 60.000 millones en préstamos de la Comisión), pero lo importante es que crea en la zona euro un prestamista de última instancia para los estados miembros.

Esto se consigue tanto con los 750.000 millones de euros mencionados arriba (que, por cierto, equivalen a más de cinco veces el presupuesto anual de la Unión) como con la decisión del Banco Central Europeo (BCE) de adquirir deuda pública de los países con problemas en el mercado secundario. Estas medidas se complementan con el endurecimiento de los planes de austeridad que todos los países de la zona euro en dificultades acometerán en los próximos años.

Así, las autoridades europeas lanzan un mensaje contundente a los mercados: el capital político invertido en el euro es tan grande que no permitirán que la crisis se lleve por delante ni a la Moneda Única ni a ninguno de sus estados miembros.

Y por el momento los mercados parecen haberlo creído: los spreads de deuda se han reducido, las bolsas han rebotado y el euro ha frenado temporalmente su caída con respecto al dólar. En definitiva, como en anteriores ocasiones, sólo el liderazgo político ha frenado el pánico de unos mercados financieros que cuando entran en dinámicas de contagio irracional dejan de atender a las variables económicas fundamentales o a razones técnicas y se vuelven armas de destrucción masiva.

Nuevos interrogantes
Pero este no es el final de la historia. A partir de ahora se abren varios interrogantes, de cuya respuesta depende que esta crisis se haya cerrado en falso o que la Unión Monetaria haya iniciado el camino de su fortalecimiento. El primero es hasta qué punto los compromisos pueden materializarse de forma rápida en fondos disponibles. En este sentido, cabe la posibilidad de que, como ya ocurriera tras el anuncio del rescate a Grecia en febrero, se tarde demasiado en poner el dinero sobre la mesa y los mercados financieros vuelvan a entrar en pánico, lo que requeriría nuevos fondos para recuperar la calma.

El segundo, relacionado con el anterior, es si las autoridades no están confundiendo una crisis de liquidez con una de solvencia. El plan de rescate será efectivo si los países de la zona euro se enfrentan a un problema transitorio para refinanciar su deuda derivado del pánico en unos mercados financieros que se resisten a prestarles a precios razonables en momentos de recesión y elevado desempleo, pero no a un problema de solvencia a largo plazo.

Pero si en realidad estos países entran en dinámicas explosivas de aumento de la deuda y bajo crecimiento (como parece que le sucederá a Grecia) nos encontraríamos ante un riesgo de solvencia que los préstamos no resolverán. Por ello, es esencial que los países vulnerables a los ataques especulativos se ajusten el cinturón y hagan reformas estructurales. Sólo así se podrá asegurar la solvencia de los países a largo plazo (y con ella la estabilidad de la zona euro).

El tercero es en qué medida la decisión del BCE de adquirir deuda pública de algunos de los países podría hipotecar su independencia, además de ir en contra del Tratado. Trichet ha declarado que ha tomado esta decisión para estabilizar los mercados de deuda y no por presiones de los gobiernos, pero si esta práctica se generaliza podría socavar la credibilidad anti-inflacionista del BCE, y, por tanto, el atractivo del euro como moneda de reserva.

Fuente: WSJ